SER MUJER EN COLOMBIA: ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

Ser mujer no es un privilegio, pero sí un sacrificio en Colombia. No hay que victimizarnos, pero tampoco normalizar la agresión. No somos mejores, ni peores, somos diferentes. La inseguridad, los abusos físicos y psicológicos y la constante intimidación nos lastima, hiere y hunde en un ataúd. En el último mes, Colombia se estremeció con los aterradores casos de violencia en contra de la mujer. Jamás dejemos de indignarnos, pero responderle a la violencia, con más violencia, no es el camino y lo único que produce, es continuar en un círculo de daño y dolor.

El pasado 31 de octubre, Hillary Castro, una menor de 17 años – activista de la campaña presidencial de Gustavo Petro – fue abusada sexualmente en la Estación La Castellana de Transmilenio en Bogotá, en donde un hombre la intimidó, abusó sexualmente y forzó con un cuchillo. Este hecho, no solo es repulsivo y nos permite cuestionarnos frente al tipo de sociedad en la que vivimos, la falta de autoridad, el miedo de ser mujer y de no poder salir tranquilamente, la crianza y traumas de la infancia de quiénes en la adultez se atreven a realizar un tipo de acto de tal magnitud y también, nos deja otra serie de interrogantes: ¿dónde estaba la seguridad de Transmilenio? ¿por qué no había un policía en la estación? La Alcaldía Mayor de Bogotá cuenta con un contrato para la prestación del servicio de vigilancia y seguridad en el sistema de Transmilenio por más de $30.000.000.000 COP de acuerdo con lo consultado en SECOP II.

Bogotá es compleja, lo sabemos, pero también es claro que algo está fallando: se presentan abusos sexuales dentro y fuera de los vagones de Transmilenio, rompen con facilidad los vidrios de las puertas de las estaciones, muchos no pagan pasaje, roban, apuñalan personas e infinidad de agresiones al interior del sistema de transporte público. Se debe realizar una supervisión exhaustiva del contrato de vigilancia y seguridad en mención, pues no está funcionando el objeto por el cual fue contratado.

Ahora bien, al día siguiente de la agresión a Hillary, mujeres en Bogotá salieron a protestar y muchas de ellas, bloquearon vías y rompieron los vidrios de las estaciones de Transmilenio. La indignación se entiende, pero la reacción no se tolera. No solo se sobreentiende los costos que genera para la ciudadanía volver a construir ciertas estructuras en las estaciones (y nos quejamos de cuánto pagamos en impuestos) sino también se está dando un mensaje a la sociedad de odio y violencia: «tú me hieres, yo te destruyo», «ojo por ojo, diente por diente», «importa la reacción de mi dolor, pero no las consecuencias en los demás». No es la vía. Así jamás podremos salir de la agresión en la que vive no solo Bogotá, sino Colombia.

El caso de Hillary no ha sido el único en los últimos días: Paula Andrea Restrepo, una estudiante de bachillerato de 18 años, fue violada y asesinada en Andes – Antioquia; se encontró la cabeza de María Angélica Valencia Rodríguez en el río Sinú en el departamento de Córdoba y a unos kilómetros su cuerpo, (el principal sospechoso es su esposo, quien se encuentra desaparecido); Lina María Quintero, con 25 años, estudiante de administración de empresas en Villavicencio, un hombre llegó al frente de su puesto de arepas en donde tenía su carro, la obligó a conducir a un lugar solitario, la amenazó, torturó, abusó sexualmente de ella y la empaló.

Recordemos que estos son los casos conocidos públicamente, pero faltan millones de historias de aquellas mujeres que no se atreven a denunciar por miedo a su agresor, vergüenza o por proteger a su familia. Y si no se está en peligro, creo que también hay que saber comprender el valor íntimo de ciertos silencios.

En Colombia, las mujeres ni los niños somos libres, vivimos prevenidos y con miedo. Hemos aprendido a construir barreras, muchas a no silenciar nuestra voz y a entender que las palabras son poder, que cada vez estamos más unidas y fuertes. Ojalá comprendamos que luchar por los derechos de las mujeres, no significa rechazar u odiar a los hombres, ni creernos superiores o con más o mejores derechos, que merecemos todo aquello por lo cual nos esforzamos, que la vulnerabilidad femenina – entendida como la sensibilidad emocional – no es sinónimo de debilidad, sino de fortaleza, pues permite sumergirnos en un mundo lleno de comprensión, entendimiento, empatía y conciliación (que todas lo usen, es otra discusión).

Ser mujer en Colombia es estar en constante estado de alerta, sin saber si podrás llegar a contar tu historia en la noche, pero también ser mujer en Colombia, te permite conocer la resiliencia y transformar el dolor, en valentía y fuerza.

PAULA CALDERON BUITRAGO 

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