Este curioso nombre sirvió para bautizar la terraza que sirve de acceso a la casa principal de la hacienda «Lucitania», propiedad de don Abraham Romero Daza y su esposa Lucy Ariza Bruges.
Muchos años después, sus hijos resolvieron instalarle ese nombre a la terraza, en alusión a una de sus tantas anécdotas de vida.
Para quienes no tengan precisión del perfil de don Abraham Romero, les informo que era un campesino irreverente, inteligente, trabajador, querendón y servicial. Era dueño de una vasta cultura general que le servía de materia prima para ser un exquisito conversador, cualidad que se exaltaba con la altisonancia de su voz, la cual confería a su tertulia una sabrosa y espontánea solemnidad.
Y la característica más notable de su estilo era la metáfora superlativa. En mi parecer, fue un eximio exponente del realismo mágico ejercido desde la oralidad, pues el condimento de la exageración le confería a su tertulia un sabor de exquisita grandilocuencia.
Dicho lo anterior, una vez estando en su finca de Caracolicito, Lucy le pidió a Abraham que le comprara unos muebles nuevos para la dotación de su residencia en Barranquilla, pues los actuales ya lucían algo desvencijados. Abraham aceptó gustoso complacer a su esposa, esperanzado en la prometedora cosecha de algodón que estaba a punto de colectar.
La charla se desarrollaba en la finca «Lucitania» y el espeso y negro nubarrón que se cernía sobre el cielo de Caracolicito, presagiaba que un aguacero de marca mayor esa tarde sería la cereza del pastel que necesitaba el cultivo de algodón que don Abraham había plantado en su rancho algodonero.
Pero don Abraham no contaba con la repentina aparición de una brisa punzante que venía de La Guajira y en poco tiempo comenzó a arrastrar las nubes hacia otras latitudes. Cuando don Abraham contempló que aquellas nubes que derramarían un abundante aguacero sobre su cultivo estaban tomando rumbo hacia Antioquia, inmediatamente llamó a su esposa. Y señalando hacia el cielo, con su dedo índice acusador, le dijo desconsolado:
– Mirá Lucy… Ahí van tus muebles…!
Orlando Cuello Gámez