Hace meses encargué a un experimentado carpintero unas puertas para mi casa. El tiempo de entrega estaba previsto para Navidad, pero esta festividad pasó y la culminación del trabajo fue aplazada para los carnavales. Como estos días festivos ya transcurrieron ahora espero con mucha fe que pueda recibirlas en Semana Santa. Entre todos los maestros de los diversos oficios, los carpinteros poseen un sentido cosmológico del tiempo que solo es comparable con el del origen del universo o la muerte de una estrella.
Hace varias décadas mi madre decidió emprender una obra por largo tiempo esperada: la construcción de su closet. Llena de grandes ilusiones puso sus esperanzas en manos de dos especialistas de la madera. Al mismo tiempo en Colombia se iniciaba la construcción del embalse de El Guavio que el país requería para asegurar su suficiencia en materia de energía eléctrica. Ambos equipos, los carpinteros de mi madre y los ingenieros encargados de construir dicha central hidroeléctrica, iniciaron sus tareas casi simultáneamente hacia 1980. Con un gigantesco esfuerzo en recursos materiales y en vidas humanas los encargados de la central hidroeléctrica terminaron su obra a principios de la década de los noventa. Mientras Colombia celebraba la culminación de esta gigantesca obra, mi madre tuvo que esperar varios años más para ver la culminación de su closet.
Los carpinteros no se parecen a San José. Si usted quiere probar su santidad entrégueles un anticipo. Lo primero es comprender el concepto de “anticipo”. Anticipar es según la RAE “entregar una cantidad de dinero antes de la fecha estipulada para ello”. En cambio, para muchos carpinteros el anticipo es la forma más eficaz de tomar como rehén a quien le encarga un trabajo y de adaptarlo a sus particulares concepciones del tiempo. Usted deberá aceptar su ritmo o resignarse a perder la suma anticipada. Para que su ingenuidad sea perfecta, sepa que su anticipo va a la obra no culminada de otra persona que ya había caído con el cuento del adelanto. La suya deberá esperar hasta que otro incauto entregue el correspondiente anticipo.
Iniciarse en el mundo de los maestros conlleva comprender que las reglas de juego pueden ser distintas para las partes. Ambos, contratante y maestro, ven un tablero idéntico de ocho filas y ocho columnas, pero mientras usted cree que está jugando damas él le demostrará después que en realidad se trataba de un complicado ajedrez. Lo pactado cambiará a lo largo del tiempo.
En una de sus clases en la Universidad de los Andes, el destacado antropólogo Michael Taussig afirmaba que en todos los países del mundo se contrataba a un especialista para resolver de manera concreta una avería doméstica. En Colombia no sucede de esa forma. Las personas deben suscribirse a plomeros, albañiles o electricistas por un tiempo largo e indefinido. Esa suscripción, similar a la que hacemos de un periódico, se renueva automáticamente con los desperfectos que de manera incesante emergen en el desarrollo de una obra. Las averías surgen de tal manera que aún no se ha terminado de reparar el árbol de leva de un baño cuando se empieza a obstruir el sifón de un lavaplatos y nuevamente hay que llamar al consabido maestro.
Al final la relación con los carpinteros se fragua en una mezcla de aguante, azar y esperanza en la variada condición humana pues también existen carpinteros honrados, aunque lentos y desvergonzados. Si usted tropieza una y otra vez con ellos cuídese de la indignación, pues no hay insulto capaz de penetrar el caparazón de un maestro cachazudo y a usted solo le quedará el consuelo de estar forjando, con sacrificio, estoicismo y paciencia, su propia santidad.
Weildler Guerra Curvelo