Las utopías poseen una extraordinaria capacidad de trascender fronteras geográficas y temporales, conectando lugares y personajes distantes en la geografía y en el tiempo. Más que una simple proyección de deseos una utopía es un espacio imaginario donde se cristalizan las aspiraciones más profundas de una época o de un grupo de individuos. Estas construcciones mentales actúan como puentes que unifican experiencias humanas separadas por siglos y continentes, creando narrativas compartidas que dan sentido a proyectos colectivos aparentemente inconexos.
Cuando en 1528 se les otorgó a los alemanes la Gobernación de Venezuela y Cabo de la Vela, concibieron la traída de ochenta mineros que fueron en su mayoría contratados en Silesia. Entre ellos se encontraba Segismundo Enderlein que viajaba acompañado de su esposa quien recibía semanalmente un cuartillo de florín por la cocina y el lavado de la ropa a los mineros. Otra empresa era la de localizar los bancos de perlas cercanos al Cabo de la Vela. Con el fin de evitar la intromisión de la Gobernación de Santa Marta y consolidar la presencia germana se debía fundar una ciudad en los límites con esa entidad territorial hispana. Esta se llamaría Ulma en honor de Ulm, la ciudad libre imperial en donde nació Nicolas de Federmán y, mucho después, Albert Einstein. Dicho asentamiento se inscribe en una geografía imaginaria que conectaría el Renacimiento europeo con las riquezas naturales del Nuevo Mundo.
Ulm, la ciudad natal de Federmán, era en el siglo XVI una próspera ciudad comercial famosa por su catedral gótica —que por siglos ostentó el campanario más alto del mundo— y por ser un centro de innovación comercial y financiera. Los Welser, la poderosa casa bancaria que empleaba a Federmann, tenía estrechos vínculos con Ulm y otras ciudades alemanas. La elección del nombre Ulma para la proyectada ciudad americana no era casual: representaba el deseo de recrear en el Nuevo Mundo el modelo de ciudad próspera, ordenada y comercialmente exitosa que Ulm representaba en Europa. Sin embargo, al no poder localizar los ostrales perlíferos que serían la base económica de sus pobladores este proyecto fue abandonado y Federmann enrumbó sus tropas y sus ambiciones hacia la altiplanicie muisca en donde hoy se erige Bogotá.
Nicolás de Federmán era mucho más que un aventurero germano en busca de fortuna. Recibió una educación humanística que lo distinguía de muchos de sus contemporáneos conquistadores. Su libro Historia Indiana, publicado en 1557, constituye una de las primeras y menos conocidas etnografías sobre América. Este hombre murió pobre y encarcelado en Valladolid en 1542. El proyecto de los Welser fracasó en medio de dramas violentos que culminaron con la muerte de los mineros alemanes, centenares de indígenas, y expedicionarios como Ambrosio de Alfinger.
¿Que nos queda de esa utopía? Un libro, un barrio evocador de nuestras vidas como estudiantes en la gélida ciudad de Bogotá y un parque con la estatua de Federmán en Riohacha, el lugar en donde se levantaría la ciudad de Ulma. Preservar esos lugares no significa glorificar la conquista, sino reconocer la complejidad de los procesos históricos que dieron forma a nuestras sociedades actuales. La utopía de Ulma, aunque nunca realizada, sigue flotando en el tiempo como un reservorio de sentidos. Forma parte del rico mosaico de sueños, violencia, proyectos y encuentros humanos que caracterizan la historia de América. Suprimir los lugares asociados a dicha utopía empobrecería nuestra comprensión del pasado y limitaría nuestra capacidad de imaginar futuros alternativos.
Weildler Guerra Curvelo