Cuando en los carnavales oíamos el alboroto en la calle y sentíamos a la gente correr en busca del origen de la algarabía, mi padre, Rafael Brito Fuentes, enseguida notaba en nuestra ansiedad que queríamos participar del bullerengue. Es seguro que debe andar por la calle Demetrio Coronado con su bicicleta Monark, disfrazado de cualquier personaje del pueblo, alegrando a la gente en las esquinas.
Antes de que nos permitiera salir a incorporarnos a la fanfarria, teníamos que oírle la cantaleta contra Demetrio.
Yo no sé ustedes ¿Qué le ven a ese loco?, decía.
En verdad no era un personaje tan corriente, poseía más bien un talante bastante particular, pero era tremendamente gracioso. Tenía sus seguidores, que no eran pocos. Estaba untado de la esencia del folclor popular. Sin embargo, Rafael Brito, nunca pudo superar el estigma que rondó a Demetrio por largo tiempo cuando le sucedió algo en los inicios de la década de los cincuenta, del siglo pasado.
Esta es la historia que contaba Rafael Brito.
Se cuenta que en aquellos tiempos viejos cuando en San Juan del Cesar no había acueducto, ni luz eléctrica ni alcantarillado, el río Cesar jugaba un papel de primera importancia en la vida social del pueblo. Toda la población madrugaba al río con los bojotes de ropa para lavar, cargaban sus vasijas para llevar agua para las casas y muchas mujeres traían sobre sus cabezas, acomodadas en un trapo enrollado como un pan de queso, las tinajas con el agua fresca para saciar la sed.
La alcaldía regulaba el uso del río. Disponía que las mujeres se bañaran con sus refajos en el sitio de Los Tres Palitos, mientras que los hombres lo podían hacer en cueros, pero en la parte de arriba del Algarrobillo.
Una vez Demetrio Coronado se estaba bañando en cueros en la zona del Agarrobillo, donde oficialmente estaba permitido, cuando llegó a bañarse, montado en su caballo, el corralero que trabajaba donde Víctor Emilio Daza Cuello, que vivía en la calle de Las Flores con la carretera. Como eran conocidos, Demetrio le pidió prestado el caballo al corralero para hacerle una galantería a su enamorada que había visto en Los Tres Palitos, lavando la ropa con su majapo.
Después de tanta insistencia el corralero accedió y Demetrio se montó desnudo al caballo, le dio tres golpes con sus talones al costillar del animal, y éste salió de inmediato al galope, por la orilla del río que da para Los Haticos, pasó con su jinete en pelotas por enfrente de la enamorada, cruzó el río y siguió rumbo al pueblo. Subió la loma de «Chela» Salinas, cruzó a la izquierda en la esquina de «Turo» Molina y se enrumbó hacia el norte como si fuera para Fonseca. La gente que iba y venía del río por la calle del Embudo se ponía las manos en la cabeza y gritaba desconcertada:
! Un hombre en cueros, un hombre en cueros!
El desbocado animal siguió su carrera despavorido, sin obedecer a los intentos de freno que trataba de aplicarle el atribulado jinete, pasó raudo por donde Machuca y rebasó la casa de «Nacho» Mendoza, en un dos por tres estaba al frente del almendro de «Chave, la Viuda» y como una exhalación dobló la esquina de Rafael Fragozo y sólo cuando llegó al portón de Víctor Emilio paró su aventura. El animal todavía acezante y la boca llena de espumas, raspaba el suelo con sus patas delanteras.
La gente que vio pasar la figura fantasmagórica por la calle del Embudo y lo vio cruzar por la tienda de Rafael Fragozo, llegó corriendo al sitio (donde años más tarde Rafael Lacouture Celedón levantaría un monumento a la Virgencita), para saber la suerte del enigmático jinete. Empezaron a arremolinarse en la carretera hasta que alguien del interior del patio de Víctor Emilio abrió el portón.
El desconcierto fue total. Tanto los de la casa como los curiosos, no entendían nada del espectáculo nudista y sólo cuando el jinete medio explicó la situación vinieron a entender la gran hazaña de Demetrio Coronado, que por un impulso del corazón, arriesgó su vida sin sufrir ningún rasguño. De vainas, no lo mató ese animal, comentaba la gente. Pasado el susto y después de cubrirse su desnudez con una sábana que le trajeron, el hombre empezó con una risa bastante nerviosa pero que luego se convirtió en carcajadas, haciendo evidente sus dientes perfectos, como si fueran granos de maíz.
Los animales de cabalgadura tienen un instinto aguzado para el regreso. No es lo mismo cuando salen de sus casas a su destino, donde el jinete tiene que apretarlos con sus piernas y las riendas, incluso con sus espuelas, para que apuren el paso. En cambio, cuando vienen de regreso a casa no necesitan ningún estímulo, ellos mismos ponen su paso ligero, como si conocieran el camino. Incluso, se dice que las cabalgaduras llevan a sus amos borrachos hasta la casa, como si fueran protegidos por Dios.
Contaba nuestra vecina, la difunta Elsa Romero Aragón, que a su padre Efraín, el caballo lo llevó muerto hasta su casa. De la aldea de Potrerito lo vieron salir borracho, montado en su caballo, y a su casa llegó sin vida. Lo que sucedió en el camino es un misterio pero en el velorio se comentaba tanto la extraña muerte de Efraín como la generosidad del animal.
Este impulso animal es el «síndrome del regreso», que está vez puso en peligro a Demetrio Coronado.
Muchos se preguntan cuál fue la suerte del corralero de Víctor Emilio. Nadie sabe lo que sucedió con el pobre hombre. En verdad cometió un error imperdonable. Según la legislación laboral colombiana las herramientas de trabajo son para uso personal y no para prestar favores a terceros. Y menos, a un loco enamorado.
Luis Carlos Brito Molina