En nuestro país hemos aprendido a vivir en la desconfianza. Esta situación se manifiesta tanto en los indicadores acerca de la percepción ciudadana sobre las entidades públicas como en la credibilidad en las empresas de carácter privado y de extiende a las relaciones interpersonales. La confianza es deseable, pero supone un riesgo en el tiempo pues ella puede ser defraudada. ¿Qué es entonces la confianza? Pocos conceptos son tan evasivos. La confianza es una mezcla de fe y esperanza que nos hace dependientes de la voluntad de otra persona al confiar en que cumplirá su palabra. La disminución de la confianza es a la vez un problema social y una barrera política que permea nuestras vidas como individuos y como miembros de una nación.
Esto me hace evocar un relato de un pueblo indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta, es la historia de venado y jaguar. La enseñanza de esta narración puede ir más allá de ese grupo humano y constituirse en una aleccionadora metáfora de nuestra trayectoria común como ciudadanos de este país. Fue narrada hace décadas por un destacado hombre wiwa, Ramón Gil, a un misionero italiano.
Un hombre del pueblo wiwa marchaba con su pequeño hijo en busca de un sitio en donde levantar una casa. El pequeño señaló apresuradamente el lugar que, en su inocencia, consideraba adecuado para construir la vivienda. Escogió una verde colina cercana a un riachuelo cristalino y a un pequeño bosque del que se tomaría la madera y la palma para la construcción de lo que sería su hogar. Mirando de manera comprensiva a su vástago, su padre le dijo que debía narrarle la antigua fábula del venado y el jaguar.
Un día, el jaguar y el venado decidieron irse a vivir juntos. Para ello construyeron una hermosa casa en la cima de una pequeña ondulación de terreno cercana a un espeso bosque en cuya base corría un arroyo de aguas transparentes. Cansados, pero satisfechos de su obra, decidieron dormir y al abrir el día, el jaguar se encargaría de traer el alimento necesario mientras que el venado prepararía este para ambos. No muy lejos de la colina el jaguar encontró unos pequeños venados a los que dio muerte al instante y llevó orgullosamente sus cuerpos a su compañero quien ya había preparado el fogón. Con horror, el venado comprendió que su camarada el jaguar se alimentaba de la carne de sus hermanos herbívoros. Preparó en silencio las viandas y renunció a comer diciendo que carecía de apetito. Esa noche no pudo dormir en paz.
Al día siguiente correspondió al venado la búsqueda de la comida. Al poco rato de haberse alejado de su cabaña se encontró con su amigo el puma, quien prometió ayudarle. Pasado un rato encontraron un cachorro de jaguar al que el puma dio muerte de un zarpazo. Cuando el venado llegó con su presa aún caliente entre su boca, el jaguar se horrorizó al conocer que su pacífico compañero se alimentaba de sus hermanos y renunció a comer alegando estar enfermo. Esa noche nadie durmió confiado en la cabaña. Antes del amanecer sus ocupantes se marcharon por separado al bosque para nunca más retornar a su casa ni volver a vivir juntos.
Como verás —le dijo el padre indígena a su pequeño hijo— una casa se mantiene en pie por el espíritu de quienes la habitan y no por sus componentes físicos. No hay casa que dure entre rencillas y discordias. El material más importante para construirla no es la madera, la piedra o la paja sino la confianza.
Weildler Guerra Curvelo