UNA MARCHA CONTRA DOS GOBIERNOS

Los ciudadanos que salieron a las calles el pasado lunes en Colombia dejaron ver, a través de las consignas escritas en sus pancartas y de lo que vociferaban en sus arengas, que en realidad marchaban contra dos gobiernos: uno real, presidido por Gustavo Petro, y otro imaginado, que existe solo en sus más recónditos temores.

Frente al gobierno real, como era de esperarse, se pronunciaron en contra de las reformas y medidas oficiales anunciadas: el aumento de los impuestos a las empresas, el incremento del precio de la gasolina, la reanudación de relaciones con Venezuela, los movimientos en las Fuerzas Armadas, la reforma agraria, la paz total, las modificaciones pensionales y aun la reforma al régimen de salud, cuyo texto definitivo aún no se conoce, pero por si acaso y para curarse en ella, era conveniente

descalificarla. Hubo denuestos contra el comunismo. Algo que, en estos tiempos, hace bostezar en su tumba al senador norteamericano Joseph McCarthy.

En relación con el otro gobierno, el imaginado, los manifestantes fueron aún más vehementes. Protestaron contra la implementación de la cédula eléctrica, cualquier cosa que ello signifique. Se pronunciaron contra los médicos cubanos que a esa hora debían estar laborando o descansando bajo un palo de mango en su isla a muchas millas de nuestras costas. También se indignaron ante la idea de reducir la extensión del departamento de Antioquia. Dijeron no a un programa de expropiación de tierras que solo ellos conocen y sobre el que algunos de sus líderes, justo es reconocerlo, tienen una probada experiencia. Solo faltó que los marchantes adoptaran las consignas del iluminado Antonio Consejeiro promulgadas en el sertón brasileño a fines del siglo XIX: “abajo la república, el censo y el sistema métrico decimal”.

A pesar de que la marcha fue en términos generales pacifica, hubo agresiones contra dos periodistas y algunas manifestaciones explicitas de racismo, intolerancia y aporofobia. Estas fueron registradas y difundidas en los medios y en las redes. Una señora ya madura, comparó a la vicepresidenta con un simio, lanzó vivas a Carlos Castaño, y acusó a la población negra de estar irremediablemente destinada a la delincuencia y a la incapacidad. Un juicio ampliamente extendido entre los marchantes fue el de dividir a los colombianos entre quienes producen riqueza y quienes escogen vivir en la pereza. Mientras la figura del empresario es enaltecida, la pobreza es vista en estos círculos ideológicos como una especie de fracaso moral. Es claro que la intoxicación ideológica y la política del miedo van de la mano.

Mucho más reflexiva y cordial fue la reunión entre Petro y Uribe que otorga dividendos políticos a ambos. El arte de los dirigentes en la política suele ser el de conservar la lucidez mientras que otros seres humanos, irreflexivos y adoctrinados, les siguen como en una especie de religión civil. Quizás por ello el expresidente Álvaro Uribe, quien vive en el país real y no en el imaginado, declaró con pragmatismo y habilidad al final de su reunión con el mandatario actual: “Debemos considerar al gobierno del presidente Petro como un gobierno de democracia social, y no como un gobierno que se pudiera catalogar del fracasado socialismo del siglo XXI”.

Weildler Guerra Curvelo

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