El gran “influencer”, el mercado de consumo, nos ha vendido la idea de que la navidad tiene nieve y árboles armados con regalos que provienen de recordar la generosidad de un obispo de tierras lejanas, convertido en leyenda perpetua, en injusta competencia con Jesús, el grande, y su llegada a este platanal.
En los canales de películas abundan las versiones de que la navidad sólo trae felicidad, pero si es con nieve. Nos teletransportamos al corazón del hemisferio norte, para disfrutar esa sensación de que el frío dominante solo se calienta con el amor de la nochebuena. Parecen inmunes a la baja temperatura y sus limitaciones reales son cosa de un mundo inexistente. Por supuesto que debemos reconocer lo edificante del mensaje, esto es, la unión familiar alrededor de un evento de la magnitud del ocurrido, pero su vinculación con nuestro amado Dios se pierde en los vericuetos de inventar y vender historias, calcadas, repetidas y algo cansonas. Me perdonan los fanáticos de estas películas. El nacimiento del Patrón pasó a último plano.
No deja de ser solo una coincidencia el que el Mesías haya nacido en un desierto, hoy ensangrentado por las intolerancias y el radicalismo religioso, similar al que abriga a una etnia colombiana, casi que una nación. A la sombra de un hermoso trupillo, los habitantes de La Guajira indígena, los Wayúu, disfrutan el tiempo seco y brisado que caracteriza esta época del año. Ajenos al bullicio del desenfreno que produce el afán de comprar para cumplir con el mandato del mercado, gozan el momento con arena, no con nieve. La arena que los acompaña todo el año, en algunos momentos enceguecedora, en otros humedecida por las escasas lluvias o por las lágrimas de lamento por pérdidas de seres queridos, en otras, simple testigo de la vida peninsular. Ardua, bravía, pero profundamente arraigada a sus costumbres, creencias y principios de vida personal, familiar y social y entrelazados con la dureza del medio, reconocen las tareas que deben adelantar para que su navidad de arena regrese el siguiente año, con los vientos y las esperanzas.
Tener ilusiones es parte fundamental del ser humano. Pero las vicisitudes diarias son las que ayudan a que aprendamos que la lucha permanente por la supervivencia es la que forja el carácter y vuelve realidad esos sueños. Con todo lo especial que significan los sueños para el Wayúu, aun así, el andar pausado que implica caminar por la arena le enseña a luchar, transmitir sus principios de vida de una generación a otra y ser feliz, divertirse con la conciencia del riesgo de vivir, de la superación del miedo por la incertidumbre implícita en mover el calendario.
Feliz navidad, Wayúu, feliz pasar por la existencia de tu pueblo, felices tiempos de brisa y de vida, feliz la arena que se asienta con tus pisadas firmes.