Existe un refrán muy famoso que dice: “La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”. Frente a esto existen dos tipos de vengadores, el primero es aquel que se jacta, disfruta el desquitarse del mal que le han hecho o que cree que le han hecho, sonríe y cuando logra su cometido se siente satisfecho, aunque esta persona no lo entienda, lo que aparentemente es “satisfactorio”, lo que realmente hace, en efecto, es matarle el alma, envenenarla y endurecerla en silencio, haciendo de la retribución un estilo de vida que terminará por enfermar también el cuerpo. El segundo es aquel que siente que su dolor se apacigua mientras planea la venganza, pero una vez logra su cometido, su corazón se entristece y es consciente que no es sano pagar mal por mal.
Esto le pasó a Gisela, una mujer que pregona el amor de Dios, sin embargo, muchas veces alimenta su naturaleza pecaminosa y se hace a un lado del camino que es correcto. Gisela es de esas personas que se entrega por completo en una relación de amor o amistad, es honesta, leal y atenta, no es la más amorosa, pero se las arregla para demostrarle a los demás lo importantes que son para ella y siempre es fiel para con ellos, sin embargo, hace poco se sintió burlada en sus sentimientos, traicionada, utilizada, engañada y decidió tomar venganza, olvidándose de aquel versículo que tanto ha leído: “MÍA ES LA VENGANZA, YO PAGARÉ, dice el Señor” Romanos 12:19.
Hoy Gisela no solo tiene que lidiar con el dolor de una traición, sino con el dolor de haberle fallado al Padre, a sus principios, a ella misma, quien una vez se prometió no convertirse en el mal que le hagan.
Si eres de esos primeros “vengadores”, te regalo 1 Pedro 3:9, que al tenor dice: “No devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fuisteis llamados con el propósito de heredar bendición”. En el mundo en que vivimos, muchos piensan que es aceptable pagar “ojo por ojo y diente, por diente”, sin embargo, Pedro nos exhorta a que, como creyentes en Dios, debemos contestar el mal, con una bendición; esto es, amando a los enemigos, haciendo el bien a los que nos aborrecen, bendiciendo a los que los que nos maldicen y orando por los que nos difaman u ofenden.
Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer pan, y si tiene sed, dale de beber agua; porque así amontonarás brasas sobre su cabeza, y el SEÑOR te recompensará (Proverbios 25:21-22).
Si eres como Gisela, has tomado venganza por tu propia mano y no te sientes bien con ello, es tiempo de volver a Dios y pedir perdón por lo que hiciste y, si puedes disculparte con la persona que ofendiste, mucho mejor. Si es posible y en cuanto dependa da ti, procura la paz con todos los hombres. No digas: “Yo pagaré mal por mal”; espera en el SEÑOR, y Él te salvará.
Deja que Dios tome el control por cada ofensa recibida, no te conviertas en la traición, el engaño, las mentiras, deshonestidades o las burlas de las cuales has sido víctima, porque eso hará de ti una persona traidora, engañadora, mentirosa, deshonesta y burlona, con lo que probablemente terminarás hiriendo a personas inocentes que no merecen recibir de tu parte lo que otros te han hecho.
Sí, vuelve al Señor, Él ha de perdonarte, restaurarte y ayudarte a enmendar lo que hayas hecho. Si por alguna razón eso no es posible, tampoco hagas de la culpa una posada, levántate, resplandece y haz el compromiso de no volver a envenenar tu propia alma, con la “V” de Venganza.
Jennifer Caicedo