Dos años de gobierno dejan una estela de destrucción e inacción que dejarán al país en 2026 frente a una de sus peores coyunturas de la historia.
En este país de sectarios y radicales mediados por moderados acomodados, resulta políticamente incorrecto no resaltar algo bueno del gobierno de turno. Se propone como un ejercicio de necesidad. Así no te parezca y no lo creas, no puedes ser tan radical para no encontrar algo bueno en el gobierno Petro, me dicen en estos días.
Mientras se enfrenta ese reclamo de los moderados, los petristas radicales exoneran al gobierno de toda responsabilidad en las catástrofes del momento y exaltan el “compromiso social” del gobierno reflejado esencialmente en el aumento del subsidio al adulto mayor con recursos del ahorro pensional consagrado en la reforma pensional. Alguno que otro y el ministro de defensa, frente al abrumador deterioro de la seguridad en ciudades y campos del país, levantan histriónicos el dedo para resaltar la caída en homicidios del 1,7% o el aumento en incautaciones de coca bien inferior al aumento en las hectáreas sembradas. En lo demás, cuando se confronta al interlocutor con el desbarajuste creado por el gobierno en otros frentes, el petrista entrega relato: que la historia de violencia en el país, los falsos positivos, el fin del mundo por el cambio climático, la injusticia social que Petro combate, etc. Cuando, como es inevitable, se pasa por la corrupción, ninguna de la descubierta en el gobierno de Petro es culpa de Petro. Viene de atrás de antes, es culpa de Duque y Uribe y de la clase política y no de Petro. Así es, más o menos con todo. Todo viene de antes, no hemos tenido tiempo de reparar el desastre y la injusticia que la “derecha” le impuso al país, dicen junto a la retahíla de siempre. Y lo peor que se puede hacer, es acaso presentar datos y estadísticas sobre el derrumbe nacional en todos los frentes. Es la peor ofensa que produce ipso facto la desconexión total con la realidad del petrista recalcitrante.
En la avalancha de evaluaciones del segundo aniversario, me llamó la atención el recuento de la experiencia personal de Florence Thomas, perpetua columnista del diario el Tiempo y que se reconoce como izquierdista y se sitúa más allá, en la orilla radical del feminismo. Cuenta como con sus octogenarios amigos de izquierda, en una cena en su casa, se levantaron tímidas voces de inconformidad con el desastroso gobierno y estilo de Petro, lo cual, cuenta la autora, derivó en una polarizada discusión que la deja con el desasosiego de haberse equivocado al elegir a Petro. Este testimonio de una de las élites marxistas del país es llamativo por su candidez. Cierra, sin embargo, al concluir el artículo la señora Thomas, la puerta de cualquier revisionismo. Adjudica sin rubor sus dudas a su avanzada edad que le impide, piensa ella, entender que realmente está todo de maravilla.
Creo entender que la postulación de propósitos y mensajes de igualdad social, crítica al neoliberalismo, estigmatización del empresariado, exaltación de la lucha de clases y como no, entre muchas otras vaguedades, utopías e ilusiones, ¡la reforma agraria! confortan tanto a las personas de izquierda y a toneladas de nuestros moderados, que su sola postulación por el presidente los alivia y gratifica. Algo parecido a la oración del cristiano, me imagino yo, que nos trae esa onda de comunión con algo supremo y alivia las cargas del propio egoísmo. Son los beneficios del acto de fe, que se mantiene para muchos fuerte y poderoso en cuanto a Petro, a pesar de las evidencias de incompetencia, corrupción, soberbia y otras tantas fallas de carácter.
Por eso hemos visto tantas invocaciones a ver el vaso medio lleno. Por eso tanta obsecuencia con Petro y sus mandarines por parte de la prensa con nostalgias de revolución y socialismo y, a veces, una franca bipolaridad cuando resulta inevitable cubrir el deterioro de la Nación.
Deterioro que es abrumadoramente universal y evidente y que conlleva solo una conclusión: El vaso está vacío.
La crisis de seguridad inducida por la inoperancia de la fuerza pública y el decreto unilateral de ceses al fuego en todo el país; la crisis económica, en las fronteras de la recesión, propiciada por la reforma tributaria y la total incertidumbre; el suicidio energético con la destrucción de la actividad exploratoria, el fracaso en el despliegue de energías alternativas, las señales erráticas a los inversionistas y la falta de acción regulatoria a través de la Creg; el derrumbe financiero y operativo de la salud propiciado y aprovechado por el gobierno, el colapso de la construcción por la destrucción de Mi Casa ya, la parálisis agropecuaria, el 2,9% de cumplimiento en las metas de reforma agraria que se suponía era el programa bandera, la ruptura de la confianza en el sector de infraestructura por cuenta del cuartelazo de los peajes, el continuo derrumbe de los indicadores de calidad de nuestra educación básica, la crisis fiscal, la nueva tributaria, y tantos otros frentes denotan a todas luces y de manera innegable el fracaso del gobierno y más allá su increíble capacidad destructora.
Si ni siquiera logramos un acuerdo para validar estas evidencias, sino aceptamos que los problemas tienen raíces y desafíos y responsabilidades, sin autocrítica, sino valoramos lo logrado y lo pendiente, ni el acuerdo nacional de Petro, ni el consenso para reconstruir el país en 2026 van a lograr la convocatoria amplia que se requiere para la transformación nacional.
Enrique Gómez Martínez