VIOLENCIA TRIVIAL

RAE, trivial, adj. 2. Que no sobresale de lo ordinario y común, que carece de toda importancia y novedad.

Los ríos de retórica inútil que logra dispensar Gustavo Petro sobre el pueblo colombiano y que, en su grosero mesianismo, impone en sus agendas internacionales tienen tres rasgos comunes claramente reiterados.

Por una parte, sobresale de manera vergonzosa su tendencia o delirio narcisista. Es el profeta del nuevo orden climático, el fundador verdadero de la República, el creador solitario del “consenso” que ha terminado la violencia guerrillera en Colombia, el vencedor de la Haya, el salvador de la Guajira, el destructor del nuevo liberalismo y ¡mucho más! Y, claro, el explicador de todo. Educa a Colombia y al mundo sobre todo y explica todo. Su materialismo dialectico, en una tradición estalinista perfecta, explica todo, generalmente bajo la premisa de que cualquier hilo de la historia termina en él y que, por ende, todo futuro pasa por él, todo esto adobado con el hermetismo marxista que admira y que dejó millones de asesinados en el Gulag.

Por otra parte, se ve claramente que para compensar su falta de conexión con la realidad y su incapacidad de gestionarla como cabeza del ejecutivo, su mente, y posiblemente sus asesores catalanes de manipulación, se han convencido que puede sobresalir y sobrevivir si se pega sistemáticamente al guion mesiánico y radical de la agenda climática y del fin del mundo. ¡Seré el Greto Thunberg tropical y corroncho!

Este escapismo tiene varios objetivos claros y relativamente exitosos. Proyecta el discurso sobre un futuro indeterminado y especulativo, marcado por nada menos que el fin del mundo. Estimular este miedo en abstracto y que alimenta un activismo sectario y que ostenta una supuesta superioridad moral incuestionable, es un discurso sustituto a la lucha de clases, que le permite reemplazar al sindicalismo barrigón, acomodado y solitario, por nuevas huestes de fervientes nacionales e internacionales que empujarán fanáticamente, no solo el culto a su personalidad, sino que validarán su laboratorio de poderes extraordinarios con los que pretende y necesita urgentemente suplantar el orden constitucional. Para la muestra el botón de la emergencia económica en la Guajira.

El 2 de julio de 2023, en ‘tronco’ de show mediático, con perdida y perrón en la Guajira, ¿o será que lo que pasa es perrón primero y perdida después?, Petro redentor anunció la emergencia económica, social y ecológica. El decreto apareció el 5 de julio de 2023 con el número 1085.

¿Y después? Nada. No se ha proferido, pasados cerca de veinte días, ni una sola disposición en el marco de la emergencia, como se puede evidenciar en la página del Dapre. Ni una medida nueva. Silencio total. Ni uno solo decreto legislativo a la fecha. Los niños muertos de hambre que iba a salvar: ¡que esperen que ando viajando!

Retomemos. La tercera característica común y recurrente del discurso eterno del presidente es sin duda el afán consistente de trivializar y justificar la violencia.

La que padece el pueblo colombiano a manos de sus conmilitones guerrilleros con los que desvergonzadamente pacta innecesarios ceses al fuego. Innecesarios porque de facto, lo sabe Colombia y lo saben nuestros militares y policías, se han suspendido desde hace meses las operaciones ofensivas de la fuerza pública contra las bandas guerrilleras y los ejércitos mafiosos.

También justificó la violencia de la Unión Soviética y sus satélites detrás de la cortina de hierro. En el colmo de la temeridad lo hizo nada menos que Berlín. La ciudad dividida por la cortina de hierro, sangre y balas. Y añoró la dictadura bolchevique con sus millones de víctimas.

Ahora recién, en el foro UE-Celac, justificó la invasión a Ucrania, frente a un pleno de la Unión Europea que ha condenado de manera unánime el despropósito de Putin y la agresión unilateral injustificada a este país. Se atrevió a comparar la sangrienta invasión con las intervenciones de las coaliciones avaladas por la asamblea de la ONU en Irak, Kuwait o Siria.

Claro que un hombre que ha ejercido la violencia, creyendo que sus ideas o convicciones le dan el derecho a matar, secuestrar, extorsionar y dinamitar, perseguido por su conciencia oscura, siempre tratará de perdonar, justificar o trivializar la misma maldad y perversidad cuando la evidencia en otros. Es la solidaridad cínica del bandido.

Pero algo nos debe preocupar.

Ya sea por la connivencia, los pactos, las distracciones o el deseo de fuga y el bloqueo mental, nuestra población empieza a validar el discurso presidencial. Los atentados terroristas que descuartizan los cuerpos de nuestros soldados y de ciudadanos transeúntes como en los hechos lamentables de Tame en Arauca, los tiros certeros de franco tiradores cobardes a nuestros soldados y policías, el plan pistola contra la policía, las bombas para impulsar las extorsiones, los vehículos quemados para aterrorizar a los transportadores en Algeciras, Huila y tantos municipios más, los secuestros de civiles y miembros de la fuerza pública, las casas de pique, los asesinatos sicariales de líderes sociales, antes tan denunciados, hoy se han vuelto, a punta de retórica presidencial y de sus áulicos, en parte del paisaje.

La Colombia urbana y densamente poblada mira a los pies. Guarda silencio. Incluso alimenta la falsa ilusión de los diálogos que entregan a civiles en lugares remotos a los violentos de todos los pelambres, a cambio de la tranquilidad de su entorno, como lo muestran inexplicablemente aún las encuestas. Una Colombia que no se indigna de la pérdida de la relativa tranquilidad lograda con tanto esfuerzo y renuncia a la justicia en los últimos veinte años.

Para eso sirve la triste verborrea presidencial: trivializar la violencia.

Enrique Gómez Martínez 

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