¿Quién necesita una sola vida? cuando hoy puedes vivir tres, cuatro, ¡o hasta diez al mismo tiempo! Porque sí, en estos gloriosos tiempos de Karol G, no basta con existir: hay que existir como los demás creen que deberías. Y cuidado, porque si te descuidas, vas a terminar siendo esa versión alternativa de ti mismo que no sabes ni de dónde salió, pero que todo el mundo conoce muy bien.
En este circo de múltiples pistas llamado “vida moderna”, ya no se vive una sola existencia. No señor o como se diría hoy día, ¡nada que ver! Hoy se vive la tuya, la que otros creen que vives, la que suponen que deberías vivir, y la que ellos arman con pedacitos de chismes, conjeturas y comentarios disfrazados de interés. ¡Qué belleza! El multitarea emocional ha llegado al extremo: no solo tienes que sobrevivir tu día, sino también las películas mentales de medio mundo sobre ti.
Porque aquí la crítica es deporte nacional, afición comunitaria y herencia familiar. Te critican por ser como eres, por no ser como ellos, y por ser como ellos creen que tú crees que eres. Un trabalenguas existencial que ni Gabriel García Márquez se atrevió a narrar, en cualquiera de sus obras pero que podría calar en los multiversos de las películas de Marvel.
Si trabajas mucho: qué esclavo. Si trabajas poco: qué vago. Si estudias: qué aburrido. Si no estudias: bruto. Si estás soltero: fracasado. Si tienes pareja: cuidado, te están engañando. Si te ves bien: presumido. Si te ves mal: descuidado. Si hablas de Dios: fanático. Si no hablas: perdido. Si sonríes: hipócrita. Si no sonríes: amargado. Y ojo, que si haces el bien, “algo quiere”; y si no haces nada, “qué clase de cristiano es ese”.
¡Maravilloso! ¿Cómo no disfrutar de esta oferta ilimitada de críticas para cada cosa que hagas o dejes de hacer? Aquí no hay pérdida: te condenan si vas, si vienes, si estás, si no estás, si opinas, si respiras de más. Porque en esta sociedad, no basta con vivir tu vida: tienes que vivir la vida que los demás asumen que llevas, la que ellos creen que deberías tener, y la que ellos imaginan que sería mejor… para ellos, claro.
Y en medio de esa locura social donde todos son juez y parte, recuerdo una escena gloriosa una vez que visitaba Fonseca mi tierra natal. Un día, en medio del calor abochornante de un domingo de plaza, una vecina muy devota, de esas que van a misa con vestido largo, chaleco, mantilla con bordes elaborados, Biblia bajo el brazo y lengua filosa, comenzó a esparcir la idea de que un joven, que por cierto era muy amigo mío, “se había perdido”. ¿Motivo? Lo vieron un viernes -día laboral- en pantaloneta, en el rio, tomando algo contenido en una botella verde -que asumió ser cerveza- con una joven dama. ¡Pecado mortal! Según el tribunal popular, eso era señal de perdición inminente.
Lo curioso es que el muchacho estaba en un proceso profundo de conversión: había dejado el alcohol se tomaba una ginger, estaba en un grupo de oración y ayudaba a su mamá en casa. Pero claro, eso no se ve. Eso no genera chisme. Nadie se detuvo a preguntar, a conocer, a tender la mano. Solo lo etiquetaron, lo sentenciaron y lo archivaron.
¿Y no nos pasa así todo el tiempo? En vez de construir, destruimos. En vez de preguntar, inventamos. En vez de servir, señalamos. ¿Qué ganamos con tanta crítica? ¿Satisface acaso nuestra fe ver al otro caer o tropezar? ¿No será más cristiano —más humano— tender la mano, aconsejar con amor, o simplemente guardar silencio y orar?
Porque si algo nos ha enseñado ese Dios del que tanto hablamos, es que Él no vino a condenar sino a salvar. No vino a burlarse de nuestras caídas, sino a ayudarnos a levantarnos. Y si vamos a andar por ahí predicando Su nombre, lo mínimo que podemos hacer es reflejar algo de Su carácter: humildad, servicio, compasión, y sobre todo, amor.
Así que, en vez de usar la lengua como látigo, usemos las manos para levantar al otro. En vez de juzgar lo que nos parece mal, ofrezcamos guía con respeto. Y en lugar de asumir vidas ajenas como telenovelas para entretenernos, vivamos la nuestra con sentido, coherencia y libertad.
Porque al final, te van a criticar igual, así que por lo menos, vive como te dé la gana… pero con dignidad, con propósito y con Dios en el centro. Y si vas a ser observado por tantos, que al menos lo que vean sea una vida auténtica, no perfecta, pero sí sincera.
Por cierto, ante tan generosa cantidad de observadores, jueces, fiscales y opinólogos gratuitos, es preciso que se inventen una aplicación que les diga como se ve ante los demás lo que hacen, un Juzgador individual. Ah cierto, eso no es de interés, total, te van a criticar igual, te repito, haga lo propio, use su mismo disfraz que es mejor que el ajeno. Y si de todas formas vas a decepcionar a alguien, que al menos no seas tú.
Adaulfo Manjarrés Mejía