“Y EL MUCHACHO SE HIZO CANTOR”

Ya nada queda de aquel joven que con sus solos de caja hacía que las noches capitalinas despertaran. Ahora tenemos a un cantante que le pone el tono ideal a cada canción que interpreta. Esta es la historia del denominado “Caballero del vallenato”.

Las madrugadas frías de la capital colombiana caían bajo sus dedos de cajero curtido en el oficio, y se posaban sobre la caja de cuero de chivo, que acostumbraba a mantener cerca para alegrar las noches en que solía tocar en busca de hacerse notar. Sin embargo, la gran verdad es que ese oficio era solo un pretexto porque detrás estaba su sueño de ser un cantante reconocido.

Así conocí a Peter Manjarrés, cuando la inolvidable “Meché” Pulido, ya fallecida, me lo presentó en una de esas tantas parrandas que ayudaron a construir el edificio de la música vallenata, en un lugar distinto a su origen. Ella no dejaba de comentar que no solamente era bueno para sacarle los secretos a ese instrumento circular, sino que cantando también pintaba como un buen prospecto.

Después de insistir en sus afirmaciones, lo escuchamos. Con su voz, nos cantó y nos dejó atónito. Tenía fuerza, volumen y un dejo bastante parecido a Iván Villazón. Ese examen a nuestro juicio, fue pasado con buenas notas y si nos remitiéramos a la barra que tenía, era más que suficiente. Después le perdí la pista. Esos muchachos como él, son especie de cometas, un día en el sur, otro en el norte. No tienen público fijo porque apenas están en construcción. Viven en busca de unas pistas de aterrizaje para exponer su talento.

Un día cualquiera, sentí un sonido agradable en una emisora local. Me llamó la atención y por eso esperé. Cuando el presentador dijo quiénes eran los protagonistas de esa aventura: Peter y Juancho, me corrió un fresquito de satisfacción, que me llevó a palmotear la mesa y decir en voz alta. “A vaina y los muchachos, se salieron con la suya”. Disfruté como si fuera mía esa conquista. Sin embargo, para Peter Manjarrés lograr su primera grabación al lado de Juan Mario de la Espriella, no fue nada fácil.

A los pocos días me los encontré y pude ver ese rostro de felicidad que tenía, el mismo que había visto en otros que lograron consolidarse en esa competida música vallenata. Tenía en sus manos su primera producción musical. La miró varias veces como queriendo ratificar que ese era él. Me la entregó en busca de un apoyo. Nos abrazamos y le hice ver con mis palabras que eso apenas comenzaba. Que aquí donde estábamos parados era el inicio, que la cúspide esquiva en la mayoría de los casos, no se alcanzaba de la noche a la mañana, que iría a encontrar de todo en ese tránsito.

Pero Peter Manjarrés. ese muchacho, dio el salto. Tenía con qué hacerlo. Después de un tiempo junto a su acompañante inicial y en busca de nuevos mercados, hizo tránsito a un reconocido acordeonero. Era Franco Arguelles, quien venía precedido de fama por ser una especie de alumno aventajado del inolvidable Juan Humberto Rois y por haber hecho pareja exitosa al lado del cantor Iván Villazón.

Y el muchacho crecía. Ya no era el ejecutante de la caja que siempre estaba recibiendo órdenes. Así recorrió muchos caminos con él. Todos llenos de enseñanzas. Ganando seguidores, corrigiendo errores y consolidando una mejor imagen como cantor. En ese ir y venir de la vida, un día su compañero prefirió escuchar nuevas propuestas y se marchó.

Manjarrés prefirió arroparse con el manto de la prudencia que, sumado a la paciencia, lo llevaron derechito a una de las promesas juveniles del vallenato que desde niño musicalizaba las noches de Valledupar. Era un niño con un acordeón inmenso. Su nombre aparece entre los reyes infantiles de más respeto en el Festival de la Leyenda Vallenata. No se hablaron. No acabo de llegar el muchacho que se hizo cantor, cuando los acordes melódicos de Sergio Luís Rodríguez cubrían todo el espacio y hacían que Peter Manjares se luciera cantando el vallenato con toda su esencia.

Al frente de ellos, una masa delirante que les brindó el apoyo, para convertirlos en la nueva muestra triunfadora de la música vallenata. Ya el público no averigua quiénes son ellos. Van a la fija porque ven en Peter Manjarrés y Sergio Luís Rodríguez a unos artistas para consolidar el futuro de nuestra expresión. Todo eso construido por el llamado “Caballero de la música vallenata”, le dio la fortaleza necesaria para sobreponerse a la partida de su acordeonero.

El eterno círculo de la música vallenata permite los desencuentros y reencuentros entre iniciadores de los procesos artísticos. Es el caso de Manjarrés y de la Espriella, quienes después de un largo tiempo se dan la mano para enrutarse por nuevos caminos, que conduzcan a nuestra música por conquistas más sólidas.

Él es una voz que representa al folclor vallenato en el escenario a donde han llegado los triunfadores. Su aporte ha dejado obras que consolidan el rumbo de esta nueva generación. Así, mientras Juancho de la Espriella con las notas de su acordeón atraen a nuevos seguidores, Manjarrés se consolida como una de las figuras que hacen del género, una música triunfadora.

Ya nada queda del muchacho que con sus solos de caja despertaban las noches capitalinas. Ahora tenemos a un cantante que le pone el tono ideal a cada canción que interpreta. Peter Manjarrés es un líder del canto en la nueva generación, quien junto a su compañero Juan Mario de la Espriella, hacen la dupla perfecta para proyectar al vallenato, hoy y mañana.

FERCAHINO

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