MIS PRIMEROS DÍAS EN BARRANQUILLA

Mi madre me llevó a Barranquilla cuando tenía siete años de edad y desde entonces la adopté mentalmente como mi segunda patria chica. Viajamos en un DC-3 de Aerocóndor desde San Juan del Cesar, el cual hacía escala en Valledupar y Santa Marta, antes de aterrizar en el “Ernesto Cortizzos”. Me acuerdo como si fuera hoy, cuando bajé la escalerilla del avión y sentí que la refrescante brisa y el olor de su marisma ejercieron en mí una especie de encanto sempiterno que aún perdura. Y luego, el ambiente de la ciudad, mi estancia en el Hotel “Buenos Aires” en el Paseo Bolívar y el comportamiento abierto de su gente, ejercieron la influencia suficiente para que nunca más esta ciudad se apartara de mis afectos.

Creo que ese fue el preámbulo que algunos años después ambientó la emoción que me produjo la decisión de mis padres cuando me enviaron a Barranquilla a estudiar el bachillerato. Ellos habían gestionado mi ingreso al Colegio “Liceo de Cervantes”, donde estudiaban mis primos Abraham José y Javier Romero Ariza.

Por ser coetáneos, Javier se convirtió prácticamente en mi “Lazarillo” durante mis primeros días en Barranquilla. Era una especie de orientador urbano, académico y social que me enseñaba las nuevas rutinas y comportamientos que debía aprender dentro y fuera del Colegio. Recuerdo que tuve varios eventos que me impactaron profundamente. El primero fue el timbre del Colegio. Mis oídos estaban acostumbrados al sonido de la campana y la primera vez que sonó ese bendito timbre yo no escuché nada. Simplemente seguía el tumulto de la gente sin atreverme a hacer ninguna pregunta, pues suponía que los estudiantes seguían patrones de comportamientos con “horarios invisibles”. Hasta que después lo escuché claramente. El segundo impacto fue cuando Javier me dijo en pleno recreo: “Primo, que está haciendo? …. aquí hay baños”. Y yo le dije: ¿Cómo va a ser eso, Primo”? Afortunadamente fue él quien me pilló in fraganti orinando al costado de un almendro en la cancha de fútbol y no el Padre Santamaría, con quien seguramente habría tenido mi primer encuentro disciplinario. Otro impacto fue la forma de hablar de la gente. Literalmente entraba en estado de severo choque auditivo cuando escuchaba a mis compañeros decir, por ejemplo, “Nojoooodaaaa, culo de tarea larga, marica….”. Esto me dejaba impresionado y profundamente reflexivo, pues no estaba acostumbrado a escuchar tantas obscenidades en una frase tan corta. Además, la tonalidad tenía una forma de extender las palabras de una manera sustancialmente diferente al canto provinciano de mi hablar.

La tienda del Colegio fue otro impacto de consideración. No estaba en mi cosmovisión de entonces un recinto dentro del Colegio donde vendieran vituallas y refrescos, pues en el “San Juan Bautista” solo vendían dulces y cocadas en porciones que costaban 20 centavos. En cambio, en el “Liceo de Cervantes” no solo había una gran variedad de artículos sino tres personas para atender a todos los alumnos del bachillerato. Y como yo era uno de los más pequeños y tímidos, los primeros días tuve que esperar hasta la mitad del recreo para procurarme la merienda.

Pero el mayor impacto, definitivamente, fue el episodio de la plancha. Durante más de 15 años lo mantuve en secreto, porque constituía lo que en Bogotá llaman un “oso” monumental. Resulta que el profesor de dibujo de aquel entonces, Miguelito Bornacelli, nos puso de tarea hacer una “plancha libre” para la siguiente clase, las cuales tenían una frecuencia semanal. Por lo tanto, tuve una semana para “pensar” en mi plancha libre. La imaginé eléctrica, con el cordón de hilos blancos y negros conectado al tomacorriente y colocada sobre la parrilla a un costado de la delgada mesa. Pero finalmente decidí plasmar una plancha de carbón, pues me pareció que era una imagen más típica. La imaginé directamente colocada sobre un anafe, la pinté en carboncillo y le incluí la expresión correspondiente al humo que expedía por motivo de su alta temperatura. Le puse mucha dedicación a mi dibujo, el cual contemplé orgulloso durante largos minutos una vez quedó concluido. Lo puse en mi carpeta de dibujos y lo llevé al Colegio listo para entregarlo. Pero cual no sería mi sorpresa, cuando el profesor pidió que entregáramos las “planchas”. Yo quedé impresionado por lo que estaba viendo. Todos entregaban dibujos con líneas rectas, redondeadas y oblicuas de formas muy variadas. En esos momentos fue cuando me percaté que en Barranquilla llamaban “plancha” a lo que yo conocía como una “plana”. Y estuve a punto de no entregar mi tarea. Pero inmediatamente recapacité, porque sería una falta inexcusable no hacerlo. Y finalmente, la entregué. Cuando Miguelito Bornacelli tuvo el papel con el dibujo en sus manos, se le instaló una sonrisa imperceptible en sus labios, me dio una mirada de compasión y colocó la hoja volteada sobre el rimero de “planchas” de todos mis compañeros. Después de entregarla, entonces me atacó el cosquilleo de que sería el hazmerreír del curso por mi ignorancia sobre la interpretación del término “plancha”. Sin embargo, Miguelito extendió su compasión más allá de su mirada y tuvo la gallardía de no calificar aquella tarea de la “plancha libre”. Y se guardó el secreto durante 15 años, pues en 1986, en una reunión social sostenida en Fundación, yo me regocijaba relatando la anécdota de la plancha, una vez curado de la pena que me produjo el hecho en 1971, cuando estaba recién llegado al Liceo de Cervantes de Barranquilla. Y para mi sorpresa, una vez terminado mi relato, me dijeron casi a coro: “¿Y tú eres el de la plancha? Al fin conocimos al famoso personaje que le hemos escuchado tanto a Miguelito Bornacelli”. Por supuesto que, ante esta coincidencia, la carcajada fue total.

Orlando Cuello Gámez

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Un comentario de “MIS PRIMEROS DÍAS EN BARRANQUILLA

  1. Jairo Antonio Jaramillo Blanquicet dice:

    La plancha Dícese de un ejercicio muy completo para fortalecer los músculos abdominales, glúteos, piernas, espalda y el pecho. No se si en esa época existían los gimnasios, porque el ataque y el «oso» hubiese sido de marca mayor…….Mi estimado no deje de deleitarnos con su pluma. Un cálido abrazo

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