En estos días y motivada por el enojo hice quedar mal a una amiga con otra persona; de manera inmediata caí en cuenta y me pregunté: ¿Jennifer por qué hiciste eso?
Tomé mi teléfono y le escribí a mi amiga diciéndole lo que había sucedido, ella no se enojó conmigo, sin embargo, me pidió prudencia, que no volviera a hacerlo. Tengo que decir que estaba muy apenada, aunque ella no se notaba disgustada, yo era consciente de que había obrado mal, que uno debe ser leal a los amigos, pero no solo a ellos, sino también a aquellas personas que en algún momento confiaron en nosotros, en nombre de lo que algún día fue una relación de amistad.
Esto me hizo pensar y darme cuenta que hay tres tipos de personas; los que fallan y piden perdón, los que fallan y actúan con indiferencia como si no hubieran hecho nada y aquellos que no solo no reconocen sus errores, sino que además se molestan y descaradamente terminan indignados en contra de la persona que ellos ofendieron.
Claramente todos erramos y ser hijos de Dios no nos vuelve perfectos; Él puede ver si nuestro corazón es duro e inclemente o si por el contrario tenemos un corazón obediente y dispuesto a actuar conforme a la fe que profesamos independientemente de cómo nos vean los demás.
En Santiago 15:16, dice que confesemos nuestros pecados unos a otros y que así seremos sanados. Esto no asegura que seremos perdonados por la persona a quien herimos, sin embargo, Dios es justo y fiel y nos limpia de toda maldad, aunque para el otro sigamos siendo malos. Dios no solo promete borrar nuestras trasgresiones si nos arrepentimos y volvemos a Él, sino que nos dice que de hacerlo vendrán tiempos de descanso (Hechos 3:19).
Confesar las ofensas y apartarnos de ella hará que alcancemos el perdón, la misericordia y la gracia de Dios, tristemente muchas personas en nombre del ego y el orgullo, prefieren endurecer su corazón antes que reconocer que pecaron contra alguien. Como dije, algunos se enojan, otros toman distancia antes de aceptar sus faltas, otros creen que la otra persona se merece el mal que le hicieron y no tienen nada de empatía por el dolor, rabia, angustia o indignación que pueda estar sintiendo el otro a causa de la ofensa que recibió.
No podemos pensar que siempre tenemos la razón, si ofendimos, lo correcto es disculparse, esto agrada al Señor, en Proverbios 28.13 dice: El que encubre sus pecados no prosperará; más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.
Ahora, no pidas excusas por obligación. Un arrepentimiento genuino no viene ni siquiera de la culpa, sino de un corazón redargüido por el Espíritu Santo, quien nos vuelve sensibles y nos lleva a buscar la forma de estar en paz con los demás.
Si aun sabiendo que fallaste no tienes tal sensibilidad, tampoco es bueno sentir que eres una mala persona, basta orar y pedirle al Espíritu Santo que libere tu alma de toda arrogancia, soberbia, altivez y orgullo, permítete practicar diariamente el perdón y notarás lo hermoso de no deber nada a nadie.
Tómate el tiempo de meditar y pensar en las personas que hayas lastimado de una u otra manera, búscalas y libérate de cargar con la amargura de tu corazón, es solo decir “LO SIENTO”, pero no te conformes, si puedes dar más que palabras, hazlo, a veces estas bastan, pero cuando la ofensa es grande hace falta reparar el daño.
Jennifer Caicedo