Lo primero que hay que entender para darle contexto a la muerte de Carlos David Ruiz en el BAUM Festival en la ciudad de Bogotá, es que el consumo de drogas no es una característica única de las fiestas electrónicas. Sin embargo, desconocer que en estas hay un mayor consumo es hacerse el ciego ante una realidad que se está llevando la vida de sus asistentes.
Los festivales musicales y conciertos están llenos de excesos, si vamos al Festival Vallenato, a la Feria de Cali o al Carnaval de Negros y Blancos encontramos que el alcohol es la sustancia más consumida, pero también es común ver gente enmarihuanada o haciendo uso de sus llaves para “parar la borrachera”. Exactamente pasa lo mismo en los festivales de ´electrónica´ algunos pocos beben, mientas lo más frecuente es ver el consumo de ´pepas’ ´Tusi´, LSD y otras cuantas que acompañan con agua.
En el desarrollo de la noticia que tiene conmocionada a la capital hay varios puntos que me llamaron la atención: la defensa acérrima a los organizadores de los eventos y al consumo de drogas y la cantidad de teorías conspirativas que suscitó el caso.
Creo que, en cuestión de responsabilidad, todos tienen una parte de ella. No es sano, ni lógico eximir a ninguno de los actores; ni a los organizadores que hoy están en el ojo del huracán por presuntamente no ayudar en la búsqueda del desaparecido, y por no darse cuenta que mientras seguía la fiesta había una persona flotando en un tanque, ni a Ruiz que posiblemente se excedió en algún tipo de consumo, ni a los amigos, porque en mi grupo si salimos cinco, volvemos cinco y si alguno se escapa sin avisar, para eso hay teléfonos, familiares, etc. La fiesta no continua si alguno no aparece.
Sobre las teorías conspirativas no voy a opinar, porque habrá que tener certeza sobre lo que realmente sucedió, compararlo con el caso Colmenares no solo es inocuo sino hasta irrespetuoso.
Haciendo un barrido sencillo encontré que en 2023 hubo dos casos con difusión mediática sobre fiestas electrónicas en donde sus asistentes perdieron la vida, el primero en febrero en el bar Estudio 64 organizado por la empresa Metamorphosis y el segundo en julio dentro del establecimiento Red Room2 promovido por la organización Tech No. Este año van dos casos, en febrero durante el After Life en Medellín y el de este mes en el Baum Festival. La diferencia entre los del 2023 y los de este año es que los últimos estaban organizados por empresas grandes y su convocatoria era mayor, en lo que coincidían es que en los cuatro había excesos poco controlados.
Asimismo, el alto consumo de drogas no parecer ser el único indicador preocupante, la escasez de agua, la violación del aforo permitido y algunos recintos con poca ventilación pueden complicar más el panorama de lo que sucede en estos eventos.
El consumo de estupefacientes, es una decisión personal y respetable. Hacerlo sin conocer sus límites es una decisión irresponsable, que mancha al género musical que no tiene nada que ver, que entristece a su familia y amigos y que probablemente arruina al empresario o promotor que está detrás trabajando.
Hacer eventos fortalece el turismo, genera empleos, hacer eventos sin la logística adecuada es una decisión irresponsable, que de nuevo mancha al género musical que no tiene nada que ver y que también le entristece la vida a una familia y a sus amigos.
Es cierto, que estas fiestas parecen estar satanizadas por el consumo de drogas, pero no muy lejos o peor está el alcohol tan presente en todo el resto de eventos. No obstante, el impacto mediático no es el mismo. Sería muy interesante saber cuántas muertes se generan por causa del alcohol después de una fiesta o un evento, porque la responsabilidad no solo debería recaer si el deceso se da en el lugar de encuentro, sino mientras los efectos del alcohol aun estén dentro de las víctimas.
Al consumo de drogas y de alcohol no hay que satanizarlo, pero tampoco santificarlo, porque inocentes no son. Inocentes nosotros.
Juan Camilo Rocha