NO HAY NADA QUE HACER CUANDO LOS PUEBLOS SEPULTAN SUS COSTUMBRES VIEJAS

“Llevo muy dentro, muy dentro el sabor a pueblo y tanta paz que hay en mi alma buena… vuelvo aquí un ratico nada más, no es igual, para mí la vida comenzó a cambiar, un día sí, el otro ya, ya me tengo que marchar”

Meciéndome en mi chinchorrito debajo de un palo de mango en el rastrojo que tengo que están chiquito que cuando amarre de un lado tuve que pedir al vecino permiso para guindar del otro Vino a mi mente el aparte que hemos transcrito de la canción titulada “Recuerdos de mi tierra” de Chiche Maestre que en 1991 Poncho con el Chiche Martínez incluyeron en el álbum titulado “Mira mi Dios” recordé muchas vivencias de mi pueblo, de Mongui donde nacimos y fuimos criados en hamaca porque  de mi generación miente quien diga que tuvo cuna, las añoranzas son ineludibles, y los gratos recuerdos me embriagan de recuerdos gratos.

Han pasado pocas horas desde cuando acompañada de su gente la prima Amalfi Brito mi profesora de primero de primaria fue llevada a su última morada, dejo una huella indeleble en el corazón de todos, buena gente, servicial, abnegada, cercana y muy familiar, con ella inicie mi periplo académico en la educación publica en mi Escuela Rural Mixta de Mongui, en el denominado “Local rosado”, dio continuidad a mi formación iniciada en la “Escuela Santa Rita” bajo el rigor de su propietaria y única maestra Amelia Ramirez la bisnieta de Francisco El Hombre y que culmine cuando recibí el titulo como profesional de las Ciencias Jurídicas en la Universidad del Atlántico la cual me concedió el honor de recibir una Mención Honorifica que guardo con gratitud en mi corazón.

Cuando nuestros antecesores generacionales parten para siempre no hay duda sepultamos parte de nuestro corazón, es el anuncio que a todos tarde o temprano nos llegara el turno porque es la única deuda con la que nadie se queda, nos enseñaron que en esos momentos lacerantes de dolor es cuando se necesita la presencia para solidarizarnos y llevar consuelo a quienes quedan porque la resignación es imposible, nuestros mayores “eran cumplidos” con los pésames, porque decían que “eso es prestao”, a unos les toca primero y después les tocara a otros. Mi inolvidable madrina Olga Ibarra le decía a mi vieja “Comadre si cuando a mi se me muere un familiar la persona va a donde mi a darme el pésame, cuando a el se le ofrezca yo iré a donde se encuentre para echarle el brazo, si esa persona cuando muere mi familiar me menda el pésame por un Marconi, cuando a el se le ofrezca yo también le mandare el pésame por Marconi porque eso es prestado”.

Antes que nuestros pueblos “Se civilizaran” la muerte de cualquiera de sus habitantes era motivo de movilización de la región entera, todo mundo se desplazaba para estar en el velorio expresando las condolencias, cada mujer viajaba con su pañueleta bien apretada, una carterita en el sobaco y un pañuelo blanco en la mano, faltaban carros para llegar, y nadie se iba de “el duelo” sin comer, y si alguien manifestaba que se iba antes del mediodía le decían que aguantara que esperara un poco que el almuerzo que estaba poporeando ya casi estaba, era como un ritual, y la cantidad y variedad de comidas en las cuales nunca faltaba la carne molida bien polvorosa con bastante ají y vinagre criolla dependía de la capacidad económica de quien partía, y cuando servían poco se decía “Tanto que trabajó el muerto y mira el poquito de comida que repartieron”.

El olor a humo, gasolina y Jopo e tigre si definitivamente desapareció de los velorios, resulta que cada noche contrataban el motor de picó para alumbrar durante los nueve días de velación, eso para los muchachos era maravilloso, en el pueblo no teníamos servicio de energía de tal manera que para nosotros ver bombillos prendidos durante esas noches era casi una fiesta, allá íbamos a echar cuentos, adivinanzas y a tomar café a comer galletas de soda, a comer picadas de queso con limón y pimienta picante mientras los viejos tomaban chirrinche también denominado “Jopo e tigre” que ahora se conoce como Churro para sobrellevar el dolor por quien se fue, así que mientras los deudos del muerto lloraban adentro la muchachada gozaba afuera, esas vainas no se olvidan.

La muerte de uno solo de los habitantes de nuestros pueblos enlutaba  a todo el mundo, no se podían encender los Radios Transistores durante el novenario, los únicos cantos que se escuchaban eran los de los gallos que había como arroz partido, nadie podía colocar música porque se consideraba “una desconsideración” era inaceptable, ya no ahora el muerto y el dolor es de su dueño, la indolencia le quito el alma a los sentimientos de tristeza por las sentidas ausencias, ahora es el muerto al oyo y el vivo al bollo, la fraternidad se ha acabado, todos entonces éramos una sola familia y con razón porque todos tomábamos leche de las mismas vacas y todos fuimos criados tomando agua del molino que estaba detrás de mi cas cuya torre tiene para mi mas importancia que la Torre Eiffel de Paris, esa vaina se acabó ahora hay hermanos enemigos entre sí, malos hijos que olvidan que padres o madres serán y cualquiera se presta para morder la mano a quien le dio de comer cuando no tenían nada, y el que quiera saber cuánto duele eso que me pregunte a mi porque tengo una memoria prodigiosa…

Es imperativo recuperar los valores que como herencia intangible nos dejaron nuestros padres, esa gente elemental como el agua, orgullosos de su cuna humilde, trabajadores, inteligentes, buena gente, servían a su comunidad, no se servían de su comunidad como sucede ahora cuando ese legado le ha quedado grande a las nuevas generaciones que, por ambición, enloquecidos por el poder, por la corrupción y por la adulación de los falsos amigos traicionan a su propia familia. Y pensar que se puede engañar a unos pocos tontos todo el tiempo, a muchos sacamicas durante un tiempo, pero a Dios en ningún tiempo, nadie se va de aquí sin que pague las que tiene pendiente porque la justicia divina existe y no olvida, ¡la Diosa Temis símbolo de la justicia terrenal esta vendada pero no coja y le da a cada quien lo que se merece!

Luis Eduardo Acosta Medina

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