Riohacha no es cualquier ciudad. Es la capital de un departamento ancestral, bordeada por el mar y abrazada por el desierto, habitada por pueblos originarios que han resistido siglos de olvido sin perder su dignidad. Es cuna del pueblo Wayuu, guardiana de lenguas vivas, de cantos milenarios, de tejidos que narran historias y de saberes que no caben en los libros. Es tierra de mujeres fuertes, de jóvenes creativos, de pescadores que madrugan con esperanza, de campesinos que siembran contra el viento, y de líderes comunitarios que, a pesar de todo, no se rinden.
La Guajira es más que sus cifras. Es una reserva de cultura, energía, diversidad y futuro. Tiene todo para ser potencia: sol y viento para energías limpias, paisajes inigualables para el turismo consciente, una identidad rica que el mundo aún no ha descubierto del todo. Y sin embargo, Riohacha su capital es hoy, dolorosamente, la única capital de Colombia donde la pobreza monetaria aumenta. No por falta de talento ni de recursos. Sino por falta de voluntad política para liberar todo su potencial.
Mientras otras ciudades avanzan, aunque sea a paso lento, Riohacha se queda.
2022: 48,8%.
2023: 47,9%.
2024: 48,8%.
No son solo números. Son rostros, mesas vacías, jóvenes sin esperanza, madres solas, ancianos que aguantan. Y lo más doloroso es que ya no nos indigna. Ya lo asumimos como parte del paisaje.
La pobreza no es un fenómeno natural. No viene con el clima. No nace del desierto ni del mar. La pobreza persistente esa que no se reduce ni con ayudas humanitarias, ni con visitas de funcionarios, ni con planes de papel es una herida abierta que lleva el nombre del abandono institucional. Es una huella indeleble del fracaso político, de décadas de gobiernos que han hecho de la improvisación una costumbre, y del corto plazo una condena.
¿Dónde están los planes de largo plazo? ¿Dónde las estrategias para salir del círculo vicioso de la pobreza con enfoque étnico, territorial y productivo?
Los planes de largo plazo existen en los archivos, bibliotecas y en discursos dispersos, pero no en una política pública seria y sostenida. En La Guajira, cada administración ha llegado con su propio libreto, borrando lo anterior en lugar de construir sobre lo hecho. No hemos tenido continuidad en los proyectos estructurales ni una hoja de ruta que trascienda los ciclos de poder.
El Plan de Ordenamiento Territorial (POT), por ejemplo, sigue siendo ignorado como si fuera un documento de archivo, cuando en realidad es la brújula que podría ordenar el crecimiento urbano, la movilidad, el uso del suelo y el desarrollo económico de Riohacha.
Se sigue gobernando con asistencialismo en lugar de proyectos productivos. La economía local no está diversificada ni conectada con el potencial de energías limpias, turismo cultural o industrias creativas. Se ha ignorado el papel central de las comunidades indígenas y afrodescendientes como motor de desarrollo, tratándolas como receptoras de ayuda y no como protagonistas de la transformación económica.
Salir del círculo de la pobreza requiere políticas que reconozcan la diversidad cultural de La Guajira, que fortalezcan el emprendimiento local, que conecten la educación con la economía y que planifiquen para las próximas generaciones, no para las próximas elecciones.
La Guajira ha sido gobernada durante décadas por una clase dirigente que, con contadas excepciones, ha confundido el poder con el privilegio. Prometieron desarrollo, pero no planificaron. Prometieron empleo, pero entregaron contratos. Prometieron equidad, pero fomentaron clientelas.
No hay pobreza estructural sin política estructural que la sostenga.
Y en Riohacha, esa política ha sido miope, desconectada, y muchas veces indolente.
Desde hace más de una década la ciudad no cuenta con una política productiva clara. Las vocaciones locales están dispersas, el turismo se improvisa sin infraestructura de soporte, la ruralidad está abandonada, y el 78% de los jóvenes en zonas rurales no ve oportunidades reales en su territorio.
¿Cómo vamos a salir de la pobreza si los jóvenes quieren irse porque aquí no hay futuro?
¿De qué sirve inaugurar obras si no se generan capacidades humanas y sociales sostenibles?
Esta columna no es para acusar, es para despertar.
Porque detrás de cada décima que sube la pobreza en Riohacha hay un niño que se acostó sin comer bien esta semana. Una madre tuvo que elegir entre pagar el pasaje de la moto o el almuerzo. Un joven que sigue empacando la maleta porque aquí no encontró futuro.
Pero también la escribo con esperanza. Porque creo que esta ciudad puede revertir la historia si se atreve a soñar en serio.
Si hace del ordenamiento territorial una prioridad.
Si convierte el mar en motor económico y no solo en paisaje.
Si empodera a su gente con educación y no con limosnas.
Si entendemos, de una vez por todas, que la pobreza no es una cifra: es un grito que pide justicia.
Riohacha no nació para esto.
Nació para ser ejemplo.
Y todavía estamos a tiempo de convertir el fracaso en punto de partida.
Pero para eso, hay que dejar de administrar la pobreza y empezar a generar riqueza.
Juana Cordero Moscote
Es cierta la reflexión al cambiar la forma de hacer la política en nuestro departamento seguiremos anclados en nuestra solución nuestro mar , todos los dirigentes le han dado la espalda a la realidad de nuestro departanento
Me encanto tu discurso mami estoy muy deacuerdo
Contigo te amo mucho mami
Riohacha no es cualquier ciudad es una capital de un departamento lleno de mar y cultura wayuu