Sentarse a conversar con Mamá Ocha es darse un baño cálido, ameno y amoroso de riohacheridad. Es dejarse contagiar en su candorosa voz, por la esencia de una ciudad señorial que durante décadas ha sido engalanada por el amor de sus hijos quienes de muchas maneras le manifestaron sus más profundos sentimientos a través de la cultura, el civismo, la pujanza y la consideración por el prójimo. Ella es sin duda alguna, una muestra viva y honorablemente testimonial de ello.
Vivió su adolescencia en los tiempos de las entusiastas goletas comandadas por marinos y comerciantes locales como José Prudencio Aguilar, que viajaban a Aruba y Curazao llevando mercancías locales y que regresaban cargadas de abastos extranjeros que colmaban las alacenas de las cocinas de aquella pequeña urbe caribeña cuyo muelle era una puerta siempre abierta al mundo. En los comedores de las flamantes casas de la próspera aldea comercial y marítima, abundaba la mantequilla holandesa, el queso gouda, las galletas de soda, el aceite de oliva, los enlatados y encurtidos. Por ese viejo muelle comercial que se adentraba hacia el mar Caribe y sobre cuyos tablones paseaban titubeantes las señoritas de la época, entró también el acordeón que portaba Francisco “El Hombre” y que amenizó las fiestas y cumbiambas al tiempo que con sus notas llevaba las noticias y recados hasta los pueblos cercanos de la extensa provincia de Padilla. En las casas se escuchaba la música antillana y las notas de la Vieja Guardia mientras que los tambores de Magrit, llegarían a ser una de las más bellas manifestaciones del Carnaval de Riohacha. A aquella Riohacha de mediados del siglo XX, muchos la recuerdan en detalle por el esplendor de su pacífica cotidianidad.
Del matrimonio de Pedro Manuel Gómez Ríos y Mariana Gómez de Gómez ambos hijos de Riohacha, nació Rosa Remedios, la menor de sus diez hijos Betulia y Alberto, hijos mayores de don Pedro, le seguían Pedro Manuel, Manuel María, Jaime Antonio, Leonor Corina, Raúl Moisés, Luis Eduardo y Álvaro. En la casa casi centenaria de puertas abiertas para propios y foráneos de la carrera 5 con calle 3A, se forjó una familia extensa y unida donde hermanos y primos se confundían entre el cuidado y afecto de la gran matrona doña Mariana a quien muchos recuerdan por su peculiar sentido del humor, su especial trato, sus dichos y su amistad con las respetadas damas de la época, entre ellas, Luisa Santiaga Márquez.
Rosa presenció aquel encuentro entre el padre de Gabo y su papá, en el que este último lo increpaba afectuosamente porque, ya entrando la fama a su vida, se comenzaba a afirmar que el escritor había nacido en Aracataca. “Mejor deja eso sí”, le respondería Gabriel Eligio a don Pedro y esa anécdota sería parte de una de las investigaciones más ansiadas por los lectores del destacado escritor Fredy González Zubiría titulada “Los dos nacimientos de García Márquez”.
Esta maravillosa mujer a quien no sólo sus hijos William Enrique, Leonor Judith y Astrid Yolanda, sus muchos sobrinos y los amigos de ellos amamos con todo el corazón, se casó a escondidas un 20 de febrero de 1971 a las 3:00 p.m. Aunque se habían conocido de toda la vida pues su adorado Enrique Camilo había estudiado con sus hermanos en Cartagena y luego en Medellín en la Universidad Bolivariana, su pretensión le cayó de sopetón pues ella pensaba que aquellas intenciones cobijaban a Blanquita Tovar, una amiga cercana. Ese mismo círculo de amigas impulsó agradado que ambos se hicieran novios un memorable 8 de diciembre de 1970.
Su hermano Raúl fue el gran cómplice de aquella osadía que mantuvo enojado por semanas a su señor padre pues consideraba una gran locura lo que habían hecho ese par de enamorados que apenas llevaban tres meses de relación, aunque habían compartido lo suficiente como para saber, que querían estar juntos toda la vida.
El viernes 19 de febrero, su novio y quien había sido amigo de siempre, la fue a buscar en casa de sus amigos Clara Vence y el reconocido doctor Ricardo “Cayo” Meza, y allí le pidió que se casaran. Ella lo atribuyó a la emoción de los efectos del licor, sin embargo, su hermano Raúl, celestino de aquellas nobles intenciones los instó a que pronto, buscaran una iglesia cercana. Llegaron a Aremasain a las 7:00 p.m. siendo recibidos por Celestino, el sacerdote de origen italiano quien se negó rotundamente a secundar tan riesgosa aventura, advirtiéndoles que, si lograban el permiso del señor Obispo, el los casaría.
Al día siguiente, su hermano Raúl, apersonado de su gestión romántica, le dijo que hablaría con el Obispo, Monseñor Livio Reginaldo Fischione. Al acudir a este, inicialmente se negó, aduciendo que sería ofensivo para el padre de la novia, sin embargo, ante la insistencia del futuro cuñado y padrino de aquel matrimonio, el religioso terminó autorizando la celebración del rito.
A las 3:00 p.m. luciendo un vestido color mostaza, y después de ser recogida por su hermano Raúl (Q.E.P.D.) y su cuñada Rebeca (Q.E.P.D.), ingresaron por la sacristía a la Catedral Nuestra Señora de los Remedios. El novio llegó con la pareja conformada por el doctor Ricardo Elías y su esposa doña Clara. Ante esa pequeña corte de cómplices y después de asegurarse que las puertas estuvieran bien cerradas, se ofició el ritual religioso y sagrado que uniría a Enrique Camilo Herrera Barros y Rosa Remedios Gómez Gómez como esposos para toda la vida. Como buena carnavalera, ella se escabulliría íngrima en la madrugada del domingo de carnaval a cumplir la ineludible cita en el pilón de los embarradores.
Casi cincuenta años juntos compartieron este par de riohacheros, enamorados entre sí, y de la ciudad que los vio nacer y en donde nacieron sus hijos. El terruño en el que sus sueños se forjaron y hallaron caminos para volverse realidad, desde levantar una familia unida, unos hijos que le sirvieran a la comunidad, y ser parte de importantes momentos para La Guajira como la construcción del primer puerto multipropósito como lo fue Puerto Brisa y del cuál Enrique fue parte esencial desde sus inicios hasta su inauguración. El Palabrero de la Radio se convirtió en un fiel vocero de los sueños de los guajiros siendo los micrófonos y la radio sus grandes aliados en la gesta amorosa por el progreso de su departamento.
El Comité Departamental de Belleza de La Guajira ha sido uno de los espacios en los que Rosa ha sido parte esencial durante cuarenta y cuatro años. También la Junta Central del Carnaval durante doce años, el Comité Cívico Femenino, Club Rotario, Club Los Cardones, Club Neimarú, presidenta Honoraria de la Cruz Roja, la Congregación de Madres Católicas de la Catedral Nuestra Señora de los Remedios, Asociación Nuestra Señora de los Remedios, entre otros espacios colectivos en los que su voz y su liderazgo han sido parte esencial de grandes logros.
Ser pareja más allá de lo estrictamente romántico, ser coequiperos no solo para la crianza de los hijos, las dinámicas familiares y los avatares domésticos, si no para cultivar los sueños y sembrar con amor y disciplina, procesos y proyectos para el bien de la colectividad, es algo que, su hija Leonor Judith, considera crucial en la historia compartida de sus destacados progenitores, quienes han sido ejemplo de activismo cívico para Riohacha y La Guajira.
Aunque extraña profundamente a quien fuera su compañero de vida pues en enero de 2021 la avasalladora pandemia lo arrebató de este plano terrenal, Rosa Remedios ha continuado su dedicada y silenciosa labor de madre, abuela, tía, madrina de causas nobles, gestora social, católica fervorosa y fiel devota de la virgen a quien le debe su segundo nombre. Amiga entrañable de sus innumerables amigas, valiente defensora de la Riohacha señorial en la que ella nació y dedicada matrona de esa casona acogedora a la que cada tanto muchos llegamos a dejarnos cobijar por sus pechiches y el maternal afecto que ha sido el gran sello identitario de su hermoso ser.
Gracias Mamá Ocha o Mamaita como te dicen tus nietas Salomé y Sofía, hijas de Astrid Yolanda y Yeisser, y como también te dice mi hijo Manuel Antonio de Jesús, tu nieto por adopción. Gracias por tu gran ejemplo, por tu impecable sendero de vida andado haciendo el bien para tantos, por tus abrazos afectuosos y tus sabias palabras que guían y dan luz, y por ser inspiración para nuestras vidas y para estas letras con las que honro y agradezco a Dios tu adorable existencia, junto a muchos más quienes te amamos.
María Isabel Cabarcas Aguilar