EL GOBIERNO DE CUBITA Y SU GRAN SUEÑO DE UNIDAD EN SAN JUAN

Caminando por la vida sin tropiezos memorable fundó el capellán y jefe de milicias españolas Salvador Arias aquella aldea ubicada a orillas de las mansas aguas y blancos arenales del río Cesar. Era el Macondo encaporao, un estado del alma extasiado en una gente llena de fetiches y quiromancia por la influencia de los gitanos que arribaban a la aldea como salidos de películas de ficción a ganarse la vida. Así se asentó ese pueblo macondiano con sus cuatro carreras y cuatro calles en sentido perpendicular al río que lo abastecía para el consumo. La ganadería y la agricultura en los años floridos le sirvió de sustento a aquel vividero que era un remanso de paz adornado con porquerizas y trapiches con blancos algodonales.

Mujeres hacendosas y hombres laboriosos explotaban el campo y vivían en una comarca sana donde todos eran pobres, pero se querían como en una sola familia. El pueblo fue creciendo y asomaron con su crecimiento los tropeles y la lengua se fue convirtiendo como en nuestros días en el azote del cuerpo. Pueblo chiquito infierno grande decían algunos. Un pueblo de macondo que no necesitaba periódico porque al mejor estilo de Francisco el hombre que llenaba la plaza con su pregón alrededor de un círculo de curiosos cantando sus noticias, así el chisme rodaba de lengua en lengua por las calles de la aldea con sus dos plazas como una pimienta picante y ají cimarrón.

Los secretos eran de a voces y los amplificaban como una tumba con parlantes. Así nació San Tropel, con una extensa y vasta ruralidad y una arraigada cultura espiritual amainada por los sermones del padre pio quinto, único que alineaba su feligresía como buen pastor del amor. Las calles destapadas y polvorientas con la trilla del ganado y los arreboles de la tarde hacían más sonoro el canto de las aves silvestres de aquel pueblo que se erguía como de la realeza de oriente por sus lindas mujeres con cabelleras azabaches y ojos verdes y azules, producto de su sancocho racial. Alrededor de San Tropel con sus primeros asentamientos, comenzó a crecer aquel pueblo con sentido urbanístico partiendo de las torres morunas de su iglesia con sus majestuosos campanarios donde el pueblo raso se fue ubicando en los alrededores y la periferia del mismo.

El pueblo fue administrado por los más eminentes e ilustrados de la sociedad que vivían alrededor de su plaza republicana donde construyeron el palacio municipal y estaba el único templo del pueblo. La dirigencia se alternaba el turno del poder local y el pueblo solo votaba por sus patrones o los que estos le indicaban. Pero comenzó a surgir una vertiente liberal y progresista liderada por jóvenes con arraigo popular que cambiaron la historia de esa aldea macondiana. Hoy como bajado de los tiempos del estoicismo, surge un joven común y corriente de San Tropel, quien, golpeado por la violencia con la muerte de su padre, empuño las banderas de la paz y el desarrollo, para seguir en la lucha hacia adelante. Se le salió el valiente que llevamos adentro y se convirtió en el alcalde de su pueblo, para transformar aquella aldea hermosa llena de tropeles y de chismes caracterizada por su larga lengua sanjuanera.

El tercer intento fue el de la victoria, el hijo de una heroína sin turbante y con tiza y pizarrón se alzó con una estruendosa victoria derrotando al Goliat que lo descalificaba y desestimaba. Hoy aquella pequeña aldea macondiana convertida en el centro de los tropeles se fue con sus apodos para Cuba en busca de una mejor calidad de vida para escribir el desarrollo de este pueblo que parecía una isla apartada de los modelos de desarrollo nacional. Pero en el gobierno de Cubita en San Juan del Cesar, se están acabando las obras inconclusas y los elefantes blancos, hay buenos índices de desempeño institucional y fiscal y se despierta una vocación turística y cultural con un grandioso patrimonio inmaterial.

Sin embargo, siguen los tropeles y los bochinches como antes y los opositores del progreso tratando de torpedear. Unos le disparan a la moral, otros al buen nombre, otros al buen gobierno, mientras que otros tratan de ponerle un palo en la rueda al desarrollo para que no avance. Pero Cubita salió de esos hombres que caminan detrás de los ciudadanos y que saben cómo aprietan sus problemas y no se detiene hasta lograr su gran sueño de unidad y desarrollo.

  

Rafael Humberto Frías

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