NAVIDAD BAJO EL SOL DE LA GUAJIRA

En La Guajira, la Navidad no llega con nieve. Llega con brisa.

Con esa brisa decembrina que atraviesa las rancherías, se cuela por las ventanas abiertas y mueve las luces improvisadas que cuelgan de los almendros. Aquí, diciembre no se mide en grados bajo cero, sino en recuerdos que huelen a leña, a café recién colado y a chivo guisado que hierve despacio mientras la familia se reúne.

La Navidad guajira no es silenciosa. Es cantada.

Se anuncia con parrandas, con tambores, con villancicos que se mezclan con vallenatos antiguos. En los patios, las voces se superponen: las de las abuelas contando historias, las de los niños corriendo descalzos, las de los vecinos que llegan sin invitación formal porque en esta tierra nadie es extraño en diciembre.

Aquí la Navidad no es un evento: es un acto de comunidad.

En las mesas no sobra nada, pero todo se comparte. Hay arroz con coco, ensaladas dulces, bollos, yuca, pescado frito, chivo preparado con paciencia y saber heredado. La gastronomía guajira en Navidad no busca sofisticación; busca abrazo. Cada plato es una memoria viva, una receta que se transmite como se transmite el amor: sin instrucciones escritas, pero con profunda fidelidad.

Y mientras en otros lugares la Navidad se vive puertas adentro, en La Guajira se vive hacia afuera. Bajo el cielo inmenso. Con estrellas que parecen más cercanas. Con fogones que se convierten en puntos de encuentro. Con rezos que conviven con la risa, porque aquí la fe no es solemne: es cotidiana.

La Guajira ha sufrido. Mucho.

Pero incluso en los años más duros, la Navidad nunca se ha ido. Se ha vuelto más sencilla, más austera, más parecida a su origen. Porque cuando no hay abundancia, lo esencial se vuelve evidente: la presencia, la palabra, el gesto solidario.

En las rancherías wayuu, diciembre también es tiempo de encuentro. De respeto por los mayores, de conversación alrededor del fuego, de transmisión cultural. Allí la Navidad se parece más a un retorno que a una celebración: volver a mirarnos, volver a escucharnos, volver a agradecer.

Tal vez por eso la Navidad en La Guajira tiene algo que el mundo moderno ha olvidado: dignidad sin ostentación. Alegría sin exceso. Esperanza sin ingenuidad.

Este diciembre, cuando el país entero busque razones para creer, La Guajira ofrece una lección silenciosa pero poderosa: se puede celebrar incluso en medio de la dificultad. Se puede amar sin tenerlo todo. Se puede esperar sin rendirse.

La Navidad aquí no promete milagros inmediatos. Promete algo más duradero: la certeza de que, mientras haya comunidad, memoria y cultura, siempre habrá futuro.

Y bajo este sol que no se apaga en diciembre, La Guajira vuelve a recordarnos que la esperanza no siempre llega envuelta en papel brillante.

A veces llega en forma de brisa, de comida compartida, de una canción vieja…

y de la convicción profunda de que seguimos juntos.

Feliz Navidad, desde esta tierra que resiste, que canta y que cree.

 

Juana Cordero Moscote 

DESCARGAR COLUMNA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *