A LOS 40, UNA MUJER VUELVE A NACER

Cumplir 40 años es como abrir una puerta que siempre estuvo ahí, pero que una no se atrevía del todo a tocar. Durante años miré esa puerta con una mezcla de temor, curiosidad y respeto. Pensé que el “cuarto piso” era un territorio donde solo llegaban las mujeres demasiado serias, demasiado maduras, demasiado listas para dejar de soñar.

Pero hoy, mientras escribo estas líneas, descubro que los 40 no te roban nada: te devuelven todo.

A los 40 una mujer descubre la verdad más liberadora de todas: que ya no tiene que demostrarse a nadie, que ya no necesita pedir permiso para existir, y que la vida no se le está acabando sino abriendo.

Durante mis veinte me urgía la validación.

Durante mis treinta me urgía la velocidad.

A los cuarenta me urge la verdad.

Hay una claridad que llega con esta década, un tipo de luz que solo se enciende después de mucho caer y levantarse, después de haber amado mal, amado bien, perdido mucho, ganado lo suficiente y haber tenido que recomponerse más veces de las que la gente imagina.

Es una luz suave pero firme, una luz que ya no pide aplausos: exige coherencia.

He llegado hasta aquí con las manos llenas de cicatrices y el corazón lleno de gratitud.

Y por primera vez, no me avergüenza ninguna de las dos.

Ser mujer en este país y especialmente en La Guajira siempre ha tenido algo de lucha silenciosa. Crecemos aprendiendo a cuidar, a complacer, a sostener, a no incomodar. Pero con el tiempo entendemos que también tenemos derecho a ocupar espacio, a decir no, a romper patrones y a dejar de cargar lealtades que ya no nos sirven.

Los 40 me han dado permiso para ser radicalmente honesta conmigo misma:

para nombrar lo que me dolió, lo que me salvó y lo que ya no quiero cargar.

Para reconocer que el amor propio no es un eslogan de agenda rosa, sino un acto político, profundo y cotidiano.

A esta edad una mujer aprende a mirar su cuerpo con ternura y su historia con respeto.

Ya no se pide disculpas por sus curvas, sus dudas, sus silencios, sus ambiciones.

Ya no negocia su paz.

Ya no se minimiza para que otros brillen.

A los 40, una mujer deja de sobrevivir y empieza a habitarse.

Este cumpleaños me encontró mirando a mis hijas y pensando en el legado que quiero dejarles. No uno hecho de premios, cargos o reconocimientos, sino uno hecho de valentía. Quiero que sepan que la fortaleza no está en ser invencibles, sino en ser profundas. Que la belleza no está en la perfección, sino en la presencia. Que la libertad no se hereda: se construye.

No sé qué vendrá en la próxima década, pero sí sé algo:

ya no me asusta el tiempo, me asusta desperdiciarlo.

No me asusta envejecer, me asusta vivir en automático.

No me asusta cumplir años, me asusta que me falte coraje para vivirlos.

Hoy celebro mis 40 con una alegría serena, con el orgullo de haber llegado a esta edad más consciente, más despierta, más completa.

Porque cumplir años no es un recordatorio de lo que se va.

Es un recordatorio de lo que empieza.

Y lo que empieza ahora a esta edad exacta, con esta piel, con estas experiencias, con esta fuerza es la mejor versión de mí misma.

Lo digo sin temor, sin modestias innecesarias y sin dudas:

a los 40 no me reinvento: me reconozco.

Y ese reconocimiento, profundo y amoroso, es el regalo más grande de esta década que recién comienza.

Feliz cumpleaños a la mujer que fui.

Bienvenida sea la mujer que soy.

Y que siga caminando, sin prisa, pero con fuego.

Porque ahora sí, al fin, estoy lista para mí.

 

Juana Cordero Moscote 

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