En La Guajira, cuando los surtidores legales cierran sus bombas, no solo se detiene el flujo de gasolina: también se paraliza un grito ahogado de justicia. Esta semana, los distribuidores legales de combustible anunciaron un paro indefinido, cansados de pelear una batalla desigual contra el contrabando y la indiferencia estatal. No es la primera vez. Y, lamentablemente, tampoco parece que será la última.
El detonante es claro: recorte de cupos oficiales en medio de un mercado inundado por el combustible ilegal proveniente de Venezuela. Un negocio ilícito que circula a plena luz del día, mientras los empresarios que cumplen la ley son empujados al borde del colapso.
¿Dónde está el Estado cuando se necesita proteger la formalidad?
¿Por qué se castiga al que hace las cosas bien mientras se normaliza el delito como única alternativa de subsistencia?
Los distribuidores formales no solo representan empleo digno. También son parte del tejido económico que mantiene viva a una región ya golpeada por la pobreza, la sequía y el olvido. Sus estaciones generan ingresos legales, pagan impuestos, emplean guajiros, y garantizan combustible limpio, medido y seguro. El contrabando, en cambio, representa todo lo contrario: ilegalidad, inseguridad, evasión fiscal y riesgo para el consumidor.
Este paro no debería leerse solo como un cese de actividades, sino como una protesta legítima contra una política energética centralista y desconectada del territorio. Una política que una vez más muestra que las decisiones tomadas desde Bogotá rara vez entienden el pulso real del norte más septentrional del país.
La Guajira no puede seguir condenada a sobrevivir entre dos extremos: o el abandono legal o la informalidad peligrosa. Necesitamos cupos justos, controles eficaces al contrabando, inversión en infraestructura energética, y voluntad política para proteger a quienes aún creen que en Colombia vale la pena hacer las cosas bien.
El combustible que necesita esta región no es solo gasolina: es dignidad, equidad y presencia estatal real.
Hoy, el tanque está vacío.
¿Quién lo va a llenar?
Breiner Robledo Meza