EL FEUDO DE LAS 4X4: PRADO, LEXUS Y FORTIFICACIONES DE VANIDAD

En un rincón de La Guajira de cuyo nombre quiero acordarme, hay un pueblo que podría ser cualquier lugar, pero es nuestro pequeño universo de contradicciones y delirios. Aquí, el sueño no es la casa propia, sino la Toyota 4×4 de alta gama, ese símbolo de poder que ruge como un león en las calles de arena. Son los trofeos de quienes ostentan un poder que no siempre soporta la mirada de una lupa contable. El habitante promedio no se conforma con un carrito económico; necesita un vehículo que parezca diseñado para conquistar desiertos, aunque su rutina no pase de ir al supermercado y al colegio de los niños.

En este peculiar escenario, las camionetas rugen por calles que apenas soportan su peso, como si fueran gladiadores desfilando por un coliseo que no está preparado para ellos. La periferia del pueblo, mientras tanto, se desarrolla como una especie de zona de exclusión: patios épicos que parecen diseñados para aislar a sus habitantes del resto del mundo. Alrededor de cada casa se levanta una muralla que protege no solo a los autos, sino también al ego de sus dueños. Cámaras de seguridad, portones eléctricos y alambres de púas refuerzan este modelo de urbanismo insociable, donde cada familia vive en su propia isla, indiferente al mar de problemas comunes que los rodea. El resultado es un escenario digno de un cuento medieval: castillos rodeados de fosos y vigilancia, para defender lo que no se sabe si es un hogar o un establo.

Dentro de estas fortificaciones, las fiestas son el reflejo de una ironía que nadie parece querer notar. Conjuntos vallenatos amenizan reuniones alrededor de piscinas más decorativas que útiles, mientras los anfitriones, cobijados bajo quioscos de palma, brindan con whisky importado y hablan de sus nuevos logros: otro contrato público adjudicado, otra camioneta comprada, otro patio cerrado. En esos festejos no falta el bufón, el animador del rato que deleita a los asistentes declamando los versos que hilvanó con los modelos, placas y dueños de los carros más lujosos del pueblo.

En este lugar, el urbanismo no busca crear comunidad, sino blindar privilegios. Las calles no conducen a plazas o parques; terminan en altos muros que separan al «éxito» individual del fracaso colectivo. Lo más triste de es la desconexión con el verdadero progreso. Mientras las Tahoe y Lexus lucen impecables, las escuelas están en ruinas, los hospitales carecen de insumos básicos y los caminos rurales permanecen olvidados. Pero aquí, el lujo no tiene que justificarse, es un espectáculo aceptado por la complicidad del silencio.

La megalomanía local también tiene su guion teatral. Las conversaciones en las reuniones sociales giran en torno al modelo, los extras y la cantidad de caballos de fuerza de la Toyota. No falta quien insinúe, entre risas, que «una casa se compra en cualquier momento, pero una buena 4×4, ¡eso sí es inversión!». Y si alguien se atreve a preguntar por qué un pueblo tan pequeño necesita tantos vehículos todoterreno, la respuesta siempre está teñida de un orgullo casi patriótico: «Es que aquí nos gusta estar preparados para todo». En el fondo, este delirio no es más que el reflejo de un lugar donde las apariencias pesan más que las realidades, tal cual “espantajopismo quillero”.

El pueblo sigue creciendo hacia afuera, pero nunca hacia adentro. Los patios cerrados, simbolizan no solo la desconfianza, sino también el fracaso de una urbanización que no entiende la importancia de construir comunidad. Cada vez más, las periferias se llenan de estas «fortalezas modernas», aisladas unas de otras, como si los vecinos fueran enemigos y no aliados en la búsqueda de un futuro mejor. En este lugar, las calles no son lugares de encuentro, sino pasillos para la exhibición de vanidad en carrozas con vidrios oscuros. Cuando los motores rugen, las voces del pueblo se apagan, ahogadas por un modelo de vida que premia la forma, la facilidad y castiga el esfuerzo. Aquí, el progreso no es una meta, sino un espejismo que se persigue desde la comodidad de un asiento de cuero, mientras el resto del mundo queda atrás, invisible tras los muros del egoísmo y la indiferencia.

El llamado “Toyota Town” no necesita carreteras, ni parques, ni espacios de esparcimiento. Tiene sus “fortines” y, por supuesto, su corte de 4X4 de lujo, que simbolizan el triunfo en una tierra donde lo único que se eleva es el ego detrás del volante. Y así sigue, con el motor social apagado, pero presumiendo del último modelo. Porque al final, avanzar en neutro, es un arte que este pueblo ha sabido perfeccionar.

 

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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6 comentarios de “EL FEUDO DE LAS 4X4: PRADO, LEXUS Y FORTIFICACIONES DE VANIDAD

    • OBARDO DIAZ ESCALANTE dice:

      Buenos dias ingeniero, excelente nota.
      Cualquier casa o apartamento cómodo su valor puede ser inferior a la lujosa camionetaa a la que usted en su escrito menciona.

  1. Justo garantiva bruges dice:

    En la guajira, esta situación que el escritor Arcesio Romero narra en su apreciación, es ancestral, convirtiéndose en algo cultural. Yo llegué a la guajira a finales del año 1966 , prácticamente un niño, tenia11 años y pude percibir en esa época el valor sentimental y de orgullo , de aquellas personas que poseían un vehiculo marca TOYOTA. Lo expresan toyota es toyota. Se la dejo ahí.

    • Gustavo Redondo dice:

      Totalmente de acuerdo, El analfabetismo disfrazado con titulos universitarios que se hartan de ser personas de bien o de cuna, olvidando sus raíces opuestas a lo ostentan…
      Gracias Doctor Arreció

  2. Orlando Cuello dice:

    La pluma elegante de don Arcesio Romero nos conduce a una radiografía social perfecta de La Guajira actual, aunque absolutamente vergonzante.

  3. Gustavo Redondo dice:

    Totalmente de acuerdo, El analfabetismo disfrazado con titulos universitarios que se hartan de ser personas de bien o de cuna, olvidando sus raíces opuestas a lo ostentan…
    Gracias Doctor Arreció

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