Desde cuando tuvo la posibilidad de asumir el poder, la frase del Dr. Darío Echandía de «el poder para qué» pasó a nuestra historia sin que se haya entendido su sentido.
Fue pronunciada en un momento de caos cuando el asesinato de Gaitán y eso ha permitido diferentes interpretaciones. Para algunos correspondía a un gesto de desprendimiento, confirmado posteriormente por el hecho de no haber aceptado dos veces la candidatura del Partido Liberal y de haber después renunciado a una tercera cuando la muerte de su hermano. También se ha sugerido que le pareció inútil ante el desborde de anarquía y violencia que consumía a Bogotá.
Interesante explorar un poco el carácter del personaje y las consideraciones que lo llevaron a pronunciarse de esa forma. Pero en realidad él mismo aclaró años después que «si uno pide que lo elijan, debe decir para qué; qué es lo que va a hacer con el poder»
La verdad es que esa pregunta casi nunca tendrá alguna respuesta diferente de la obvia de que el poder es para poder; pero sigue sin la respuesta a ¿para poder qué?
Winston Churchill decía que es el mayor afrodisíaco, no refiriéndose a su impacto en las relaciones amorosas sino a cómo es el equivalente como estímulo en el mundo de la política.
Porque no hay duda que por diferentes motivos y con diferentes objetivos es la búsqueda o el ansia de poder lo que caracteriza la actividad de los políticos. Todo político tiene una motivación al pedir el voto. El ideal de que fuera «el servir mejor a la Nación » no es más que una falacia.
En unos casos sí será por verdadero altruismo, pensando en contribuir a la mejora del «interés general», aunque de hecho ese acaba siendo el del grupo con el cual se identifica. Más usual es -sobre todo hoy y entre nosotros- que se aspira al poder como camino para la satisfacción personal.
Se debe distinguir entre de un lado quien quiere el poder para defender un sistema político o para imponer un modelo económico porque se tiene la convicción de la necesidad o la conveniencia del mismo, y de otro lado quien se dedica y no va más allá de aspirar a ‘el poder por el poder’.
El poder llama al poder y se concentra de tal manera que las oportunidades son una amplia gama. Puede coincidir con la expectativa de beneficios económicos; puede ser instrumento para buscar retaliaciones y venganzas por lo que se ha vivido; puede representar el éxito para quien aspira a un gran protagonismo. Ejemplos de cada uno de estos conocemos, y otras muchas motivaciones pueden encontrarse.
Y puede buscarse limpiamente mediante el voto; o puede llegar por caminos diferentes al trajinar político mediante el esfuerzo y el trabajo en otros sectores; o se puede aspirar a lograrlo mediante la fuerza de las armas; pero infortunadamente el camino de las componendas y las artimañas políticas es el más directo y el que más se usa.
En ese es el más ‘hábil’ el que menos limitantes tiene, ya que en el juego de lo que llaman la política rige el principio tácito -o en todo caso, aplicado- de ‘todo se vale’.
La segunda explicación que dio Echandia fue señalar que el votante tiene el poder de su voto, lo cual lo obliga a decidir no solo por quien se vota sino para qué se otorga el poder al votar; es la que nos debe llevar también a reflexionar no solo sobre qué se nos ofrece sino sobre cuál es la motivación de quien nos pide el voto.
Juan Manuel López Caballero