Treinta y nueve viajes internacionales -varios a países lejanos-, realizados en el año y medio que lleva Petro ejerciendo el cargo, son suficiente justificación para recordarlo como el presidente más viajero que haya tenido Colombia en similar periodo. Representan muchas horas de vuelo -consumiendo un considerable volumen de combustible de origen fósil, que incoherentemente propone acabar-, muchísimo dinero gastado y demasiado tiempo por fuera del país con tantos problemas sociales y económicos que requieren urgente solución.
Existe la percepción general de que los últimos tres viajes parecen haber sido infructuosos para los propósitos del presidente. Después de la incertidumbre y titubeos generados por la muy demorada posesión de su colega progresista Bernardo Arévalo como presidente de Guatemala, el martes de la semana pasada llegó presuroso a Davos, donde participó en un par de foros y pronunció el discurso inaugural de la costosa e inútil casa que, según los medios periodísticos y fuentes del mismo gobierno, rentó durante tres días por la alta suma de un millón de francos suizos (más de $4,500 millones de pesos colombianos), incluido su montaje, para promocionar a Colombia como “el país de la belleza”, con la aspiración de reemplazar las divisas que entran por petróleo y carbón por las del turismo.
Finalmente, el viernes de la misma semana llegó al Vaticano a su cita con el Papa Francisco, a quien, al parecer, no le sonó la extraña idea de Petro de realizar una ronda de negociaciones con el ELN en ese emblemático lugar.
En sus pocas intervenciones en Davos insistió en su propuesta de agilizar la descarbonización de la economía global. Como parte de su táctica para captar la atención de los lideres empresariales y gubernamentales globales, en uno de sus discursos fue enfático cuando mencionó que “Colombia ha decidido no contratar mas exploraciones de petróleo, gas y carbón para demostrar su compromiso y su contribución con el objetivo de lograr una economía descarbonizada”, según él, como una acción perentoria para solucionar la crisis climática y salvar la humanidad.
Recientemente el presidente Petro ha venido complementando su ingenua teoría manifestando que “la riqueza de un territorio no debería medirse en la capacidad del dinero que ostenta, sino en la cantidad de vida que alberga”. En ese contexto ha llegado a asegurar que “Colombia es la segunda potencia mundial, después de Brasil”. Son expresiones de su afición por las fantasías en las que con frecuencia incurre, como cuando dijo en la Asamblea de la ONU que “quería se vivieran los tiempos en que los seres humanos cumplieran su misión de expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”. Lo que no ha dicho, o no ha aterrizado, es como hacer sostenible esas vidas sin disponer de seguridad, ni de recursos económicos y tecnológicos, y sin oportunidades para la generación de ingresos, empleo y bienestar.
La realidad terrenal nos indica que son múltiples las dificultades por las que atraviesa el país, pero también son frecuentes las demostraciones de incapacidad para liderar las soluciones efectivas por parte del equipo de gobierno -lo que ha originado incómodos regaños públicos a los más altos funcionarios por parte del presidente Petro-, quien se excluye como responsable de los alarmantes desaciertos, y por el contrario, siempre busca culpar a otros, desdeñando la gran responsabilidad que le compete a un verdadero Líder.
Lo que nos debe generar un poco de tranquilidad y optimismo a los colombianos es que, contrario a lo que ocurría al principio de su mandato, las declaraciones radicales y amenazantes de Petro en contra de la industria minero-energética, que representa el 55% de las exportaciones del país, ya no generan tanta zozobra en el sector. Además, pasan desapercibidas en escenarios de tan alto nivel intelectual como el Foro Económico de Davos, donde Milei -presidente de Argentina-, con una teoría opuesta, fue la estrella y su discurso generó furor entre los asistentes.
Álvaro López Peralta