Hay una enfermedad que no aparece en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), pero que es tan común en Colombia como el café tinto, el tráfico infernal y los discursos políticos que prometen “el cambio”. Se trata del «Síndrome de Cambio de Referencia», un fenómeno psicológico que ha evolucionado silenciosamente entre nosotros, convirtiéndonos en verdaderos maestros de la adaptación… o, más bien, en expertos en normalizar lo inaceptable.
¿Qué es exactamente este síndrome? Permítanme explicarlo con un ejemplo cotidiano. Imaginen que ustedes están en un restaurante y piden una buena carne asada. Cuando les traen el plato, descubren que está quemado por fuera y crudo por dentro. Pero ahí no termina la historia: cuando reclaman, el mesero les responde con una sonrisa: “¡Pero mire, al menos ya no hay cucarachas en la cocina!” Y ustedes, resignados, asienten con un “Tiene razón, podría ser peor”. Eso, mis amigos, es el «Síndrome de Cambio de Referencia» en acción: nuestra capacidad para ajustar nuestras expectativas hacia abajo y celebrar que las cosas no están tan mal como podrían estar.
En Colombia, este síndrome ha alcanzado niveles olímpicos, especialmente en el ámbito político. ¿Recuerdan aquella vez que un candidato prometió acabar con la corrupción, pero luego resultó que su campaña estaba financiada por narcotraficantes? Bueno, en lugar de indignarse, muchos simplemente dijeron: “Al menos no fue peor… ¡podría haber sido guerrilla!” Así es como funciona: siempre encontramos una referencia aún más terrible para justificar lo que tenemos. Es como si viviéramos en una competencia nacional de quién puede bajar más el listón sin que nadie se dé cuenta.
Y qué decir de los escándalos de corrupción. Cada vez que un político es pillado robándose millones, alguien inevitablemente dirá: “Pero miren, al menos robo menos e hizo más obras que el anterior.” ¡Bravo! Celebramos que el ladrón sea modesto en sus ambiciones. Este síndrome nos ha enseñado a valorar la mediocridad como un logro, porque, bueno, “podría ser peor”.
El «Síndrome de Cambio de Referencia» no solo afecta a la política; también ha permeado nuestra vida cotidiana. Tomemos, por ejemplo, el transporte público. En Bogotá, si un bus articulado de Transmilenio llega sin vidrios rotos ni grafitis, automáticamente pensamos: “¡Qué lujo! Esto parece un autobús europeo.” Y si además el conductor no acelera como si estuviera en una carrera de Fórmula 1, entonces estamos ante un milagro divino. Hemos normalizado lo inaceptable y aplaudimos cualquier mejora mínima como si fuera un avance monumental.
Otro caso clásico es la seguridad. En un país donde los índices de violencia han sido históricamente altos, cualquier disminución, por pequeña que sea, se celebra como un triunfo épico. “¡Este año solo hubo 20 homicidios en la ciudad!”, exclama algún funcionario con orgullo. Y nosotros, en lugar de preguntarnos por qué sigue habiendo homicidios, respondemos: “Bueno, el año pasado fueron 30, así que esto es un progreso.” Así es como el síndrome nos convierte en cómplices de nuestra propia desgracia: aceptamos migajas porque hemos olvidado cómo pedir un banquete.
Ahora bien, sería injusto decir que este síndrome no tiene ningún beneficio. Gracias a él, los colombianos hemos desarrollado una habilidad única para sobrevivir en situaciones extremas. Somos resilientes, creativos y, sobre todo, optimistas. Si algo nos caracteriza es nuestra capacidad para reírnos incluso en los momentos más oscuros. Después de todo, ¿qué otra nación podría haber inventado frases como “No hay mal que por bien no venga” o “Lo que no mata, engorda”.
Pero aquí está el problema: mientras seguimos ajustando nuestras referencias hacia abajo, corremos el riesgo de perder de vista lo que realmente importa. Normalizar la mediocridad no debería ser nuestra meta como sociedad. No deberíamos conformarnos con que las cosas “no sean tan malas como podrían ser”; deberíamos exigir que sean buenas, excelentes incluso. Porque, al final, el «Síndrome de Cambio de Referencia» no es más que un mecanismo de defensa que nos ayuda a sobrellevar el caos, pero no a resolverlo.
Así que, queridos compatriotas, la próxima vez que alguien intente vendernos una solución mediocre diciendo “podría ser peor”, recordemos que esa frase es solo un síntoma del síndrome que nos aqueja. Levantemos el listón, exijamos más y no nos conformemos con migajas. Porque, aunque sea cierto que las cosas podrían ser peores, también es verdad que podrían ser mucho mejores. Y si no empezamos a cambiar nuestras referencias hacia arriba, seguiremos atrapados en este círculo vicioso de mediocridad glorificada.
En fin, queridos lectores, espero que esta columna les haya hecho reflexionar (o al menos reír un poco). Y recuerden: si alguna vez sienten que están cayendo en el «Síndrome de Cambio de Referencia», respiren hondo y piensen: “No, esto no está bien. Podría ser mejor.” Porque, al final, el primer paso para cambiar algo es dejar de aceptar que el caos sea la norma.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI
Excelente recordatorio.
Ese sindrome se ha vuelto eterno, periodo tras periodo llegan con el discurso del cambio, cambio que aun no se refleja en beneficio del ciudadano.