“Cien años de soledad es un Vallenato de 350 páginas”
Gabriel García Márquez
Para armar un rompecabezas se requiere tener todas las piezas que hacen parte del mismo a la vista y al alcance de la mano. Lo mismo ocurre con los acontecimientos históricos, los cuales involucran, como elementos esenciales para su correcta interpretación, la cultura y el folclor de los pueblos, determinantes del ethos de los mismos. Es el caso de la Leyenda del Vallenato, nuestra música vernácula, que nació en el Magdalena grande, cuando no existían ni el Departamento de La Guajira ni el del Cesar, pero que tuvo su epicentro en sus inicios en la otrora Provincia de Padilla, antes de que el Festival de la Leyenda Vallenata, que ya llega a su edición 54º, lo catapultara hasta encumbrarlo en el lugar de privilegio que hoy ocupa.
La pieza que faltaba para armar este rompecabezas era un personaje singular, ignoto e ignorado por décadas, invisibilizado por la bruma de los tiempos y por su injusta irrelevancia, hasta convertirse en una especie de eslabón perdido del Vallenato. Se trata nada menos que de Francisco Antonio Moscote Guerra, más conocido como “Francisco el Hombre”. Este se constituyó sin saberlo, sin percatarse de ello, en el primer juglar de esta música, en su primer intérprete reconocido y en el primer acordeonero, empírico, además, en sacarle las mejores notas y con ellas las mejores melodías en este nuevo “aire” al acordeón diatónico más conocido como “tornillo de máquina”.
Según los entendidos, ese primer acordeón entró por el puerto de Riohacha, cuando ni siquiera era capital, a mediados del siglo XIX, hacia 1869, sin que en ella se hiciera aprecio del mismo, ni entonces ni después. Pues para las élites prevalecientes para la época la música que se interpretaba con él no era grata para sus oídos, como tampoco lo fue por muchos años en la que a la postre se convirtió, al acogerla, en su gran plataforma, Valledupar. El acordeón, acompañado de la caja y la guacharaca, llegó a tener tal relevancia que el gran protagonista de los conjuntos, en algún momento conocidos en los años 60´s como la “pelotica”, era el ejecutor del mismo, diferente a lo que acontece en los tiempos que corren, que privilegian a los cantantes o vocalistas, que eran como se les denominaba.
La figura legendaria de Francisco el Hombre descolló como el ícono de esta música, que encontró en él, que fue un adelantado de su época, su origen primigenio. Aunque analfabeto, en momentos en los que quienes tenían acceso a las primeras letras en nuestra región eran una minoría, supo pergeñar y se las ingenió para componer canciones que ya son parte del Patrimonio cultural e inmaterial de la Nación. Contrariamente a lo que se suele creer, él no fue un mito, fue un hombre de carne y hueso, hecho y derecho, andariego, como todo juglar que se respete. Sólo que se inmortalizó como cultor del vallenato hasta su mitificación en la obra cumbre de nuestro laureado con el premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez.
A propósito, dos anécdotas. La primera, según me lo contó mi abuelo Eduardo Medina, Babo, que lo conoció, el apelativo “El hombre”, que acompañó desde temprana edad a Francisco Antonio, se le atribuye a que siempre que lo llamaban por su nombre de pila, Francisco, él, a rompe, respondía El hombre. La segunda me la contó mi padre Evaristo. En unas elecciones, mi papá, que fue un reconocido y disciplinado dirigente conservador, lo llevó hasta el sitio de votación para que sufragara, obviamente por las listas azules y, como Francisco El hombre ya estaba en una edad avanzada y agobiado por la artritis, esta le había afectado las articulaciones y sobre todo los dedos de sus manos, deformándolos, se dificultó mucho poner la huella en el registro electoral, como era requerido para entonces.
Y, como prueba reina de su existencia y de su paso por esta vida, le sobrevive su nieta Etelvina Aragón Levete, con sus 91 años a cuesta, muy lúcida ella, residente en Monguí, mi pueblo, presta para dar su testimonio sobre ello a quien quiera constatarlo.
Aunque tardíamente, se terminó por reconocerle sus méritos y merecimientos, su rescate y el de su obra por parte de los investigadores y gestores de la cultura y el folclor lo han reivindicado hasta situarlo en el sitial que hoy ocupa. Ya cuenta hasta con Festival propio, el cual se viene realizando todos los años con gran éxito, con una modalidad muy particular, que lo hace diferente al Festival de la Leyenda Vallenata y es que en el mismo no sólo se coronan los acordeoneros. Quien quiera volver sobre los orígenes del Vallenato tendrá siempre a Francisco El hombre como referente y referencia, él con su inteligencia innata y proverbial marcó un hito histórico en la cultura y el folclor del Caribe colombiano.
Amylkar D. Acosta M[1]
[1] Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia