HERNANDO MARÍN, 25 AÑOS DE AUSENCIA

La noticia me la dio mi mamá por teléfono. Recuerdo que era un mediodía candente, mientras caminaba por El Rodadero, donde entonces vivía con mi familia. Ella, sabedora de que mi cariño por Hernando Marín era genuino y desbordado, me llamó inmediatamente supo de su muerte. Mientras me lamentaba y enjugaba mis lágrimas con resignación, vino a mi recuerdo una de sus últimas anécdotas: De repente timbró mi teléfono celular y escuché una voz grave que en tono bajo me dijo lo siguiente: “Doy gracias a Dios, que las células de la tecnología me permiten en el término de la distancia, con solo hundir unos cuantos botoncitos, dirigirme a mi hermano de siempre, para decirle que mi cariño sigue firme como un guayacán y tierno como un girasol. Quiubo Orla, estoy aquí con tu papá, cuidao no vas a vení pa la parranda del Festival. Aquí nos vemos”.

La cita la cumplimos el 7 de diciembre de 1997 en la casa de mis padres. Ese día me dijo: “Orla, vamos a institucionalizar la parranda de Orlando Cuello Ariza como un acto tradicional del festival de San Juan. Nosotros tenemos la obligación de hacer que el viejo pase lo más feliz que pueda, los pocos años que le quedan de vida”.

Ese fue el primer recuerdo que vino a mi mente en ese momento de confusión y perplejidad. Pero después vinieron muchos otros. Y un cataclismo de reflexiones e interrogantes sin solución empezaron a acuchillarme el cerebro ese aciago mediodía. Mi amigo no pudo alcanzar la meta de convertirse en sexagenario, como lo había expresado en uno de sus mejores cantos. Y aquel propósito que nos habíamos hecho en esa parranda memorable, de repente cambió de manera radical. En adelante no volvería a ser el oferente de las parrandas para complacer a mi padre. Ahora le tocaba a mi padre ir al cementerio a despedirlo a él. El giro de la vida había cambiado completamente.

Al día siguiente viajé a Barranquilla, donde trabajaba como servidor público. Era imposible ausentarme de mi trabajo para asistir a su sepelio en Valledupar, pues no habrían entendido que el propósito de mi viaje era acompañar a mi hermano de la vida a su última morada y no al artista de reconocida valía y excepcional talento que en ese momento era Hernando Marín. Dada la volatilidad política del cargo ocupado, mi desplazamiento a Valledupar podría ser calificado como un alboroto folclórico. Por lo tanto, fue menester quedarme en Barranquilla rumiando mi tristeza y escribiendo añoranzas de nuestras vivencias.

La relación fraternal de doble vía que nació entre Hernando Marín y el colegial que era yo en aquel entonces, surgió de manera fuerte y repentina. En la rutina de acompañar a mi padre en la recolección de sus cosechas de algodón, era una constante que sus administradores fueran personas curtidas en el oficio y avanzadas en edad. Sin embargo, para el año de 1975 mi padre estaba a punto de recoger una de las pocas cosechas exitosas que le conocí en su vida de algodonero perseverante. Y coincidencialmente había contratado a un administrador que rompía el esquema de los anteriores. Era joven, acelerado, él mismo manejaba el tractor, tenía cara de loco y además tocaba guitarra cuando el sopor del mediodía silenciaba el campamento.  Cuando llegué de vacaciones de mitad de año y estando mi padre en las faenas de la preparación de la tierra, le pregunté: ¿Quién es el nuevo administrador? El me respondió: “Un muchacho de El Tablazo, muy inquieto y buen trabajador; pero tiene el gran problema que se vuelve loquito con la guitarra. Se llama Hernando Marín y ahora lo vas a conocer”.

Desde el mismo momento en que crucé las primeras palabras con él, pude sentir el magnetismo de su amistad prístina. El respeto que Hernando Marín le profesaba a mi padre era tan profundo, que le alcanzaba para sentirse como un verdadero hermano de sus hijos. Para aquel entonces Hernando Marín ya había compuesto algunos cantos que le fueron grabados por algunos conjuntos de poco renombre. Su estilo empezaba a reconocerse como el grito chispeante y rebelde del típico campesino vernáculo de Colombia, cuyos cantos románticos nunca necesitaron del melodrama para enamorar con ternura y cuya letra servía de espejo a los costumbristas más exigentes del vallenato auténtico.

El incontenible manantial de sentimientos que le brotaba a Hernando Marín en forma de canciones vallenatas hacía blanco perfecto en aquella insaciable sed de folclor que yo tenía por aquellos años. Desde entonces había cultivado la costumbre de llevarme para Bogotá un cassette grabado con todas sus canciones, el cual en cada asueto se me convertía en un auténtico trofeo folclórico que yo exhibía con singular orgullo de coleccionista.

El día que a mi padre le toco marcharse de este mundo, Hernando Marín no estuvo en su sepelio, porque lo estaba esperando en el cielo. Pero envió un emisario, para que le cantara en la Iglesia San Juan Bautista de San Juan del Cesar, uno de sus cantos predilectos. Ese canto, donde le rezaba a Jesucristo sus plegarias y le pedía que lo dejara ser sexagenario. El heraldo de ese mensaje tan sentido lo llevo su hijo Deimer Jacinto Marín. Y la fraternidad que hoy mantenemos los hijos de Orlando Cuello Ariza y Hernando Marín Lacouture, es el mejor homenaje a la amistad que se profesaron en vida esos poetas excelsos de San Juan del Cesar.

¡Que Dios los tenga en la gloria…!

Orlando Cuello Gámez

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4 comentarios de “HERNANDO MARÍN, 25 AÑOS DE AUSENCIA

  1. Edgardo Rosales M dice:

    Vibrante y vivida prosa q se te inocula en la sangre sintiéndose el lector partícipe de ese mundo mágico de la tierra de Padilla . Gracias Orla

    • Anibal José Ariza dice:

      Esto es un orgullo de
      doble vía: los seres queridos de Nando por la noble amistad con el inigualable Órlando y los seres queridos de Órlando con la hermosa amistad con el inigualable Nando. Hermoso escrito, encuentro en el un torrente de cariño y hermandad, un abrazo

  2. Luis Carlos Manjarrés dice:

    Mucha nostalgia y sentimiento. Tu nota nos describe a plenitud ese gran hombre que fue Hernando Marín. Su humildad y don de gentes fueron muy bien correspondidos por su familias y sus paisanos los que lo conocimos, respetamos y admiramos.

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