Agobiados y saturados, así estamos, después que la industria 4.0 irrumpiera rápidamente en nuestra era contemporánea, y donde para toda esa fatiga visual, mental y física que aceleradamente nos introduce la realidad, existe un nombre: infoxicación, denominada así, a la enfermedad de la sociedad digital sobresaturada de información. Sí, cargada de contenidos vacíos, sin revisión de fuentes primaria de información, falacias, ambigüedades y especulaciones a la que habría que indagar de manera exhaustiva los altos índices de salud mental que está acarreando la transformación digital.
Pero lo más triste del tema, no es la llegada de la cuarta revolución industrial con la transformación digital, no. Es el manejo mediático que dan los medios informativos a quienes realmente no aportan a la intromisión que vivimos- y esto por hablar solo de una de las muchas alas que trae esta revolución-, por ejemplo, uno de tantos y donde me voy a detener. Hoy, un “influencer” es importante por unas cuantas palabras mal dichas o aquel que con un vocabulario obsceno hizo de nuestra existencia el momento más placentero, enseguida corremos y lo catalogamos como lo más brillante de la red y lo volvemos viral ante el ciberespacio. Entonces, piensa uno en verdaderos ´influencers´ como Albert Einstein; Isaac Newton; Edgar Allan Poe; Gabriel García Márquez; Oscar Wilde; Shakspeare; entre otros y se pregunta ¿trabajo ´sentipensantes´ como el de ellos siguen valiendo en nuestros tiempos, cuando por sus grandes aportes fueron capaces de transformar la diacronía de la historia?
Cuantos Einsten, Shakespeare y García Márquez del siglo XXI no existen, pero acaparados por lo que es más “significativo” ahora según la web 2.0 o web social: la vida privada de celebridades, infidelidades, el lujo, la apariencia, el vocabulario soez, los movimientos corporales que nada tienen que ver con el arte de la sensualidad y que solo rayan en la vulgaridad, y que de inmediato dan la vuelta al mundo y donde los medios que tienen un alto grado de responsabilidad social replican como “lo más grande” “lo que nutre o aporta a la sociedad” y lo hacen porque lastimosamente el sensacionalismo vende y llena los bolsillos y de paso, enceguecidos, vamos forjando una ciudadanía vacía y con la premisa de que todo lo anterior es lo que vale y es “lo verdaderamente importante”.
Reflexiona y vuelve uno a preguntarse, ¿sirven las universidades o prepararme para un bienestar? ¿qué rol están cumpliendo los ministerios de Educación y de las Tecnologías de la Información y Comunicación? ¿la familia como principal estamento social? ¿Valdrá la pena que, de las aulas salgan miles de Nelson Mandelas, Darwins, Aristóteles, cuando levantar la falda o bajarse un pantalón hoy equivale a 13 mil like, millones de seguidores y portadas en cientos de medios?
¿Valdrá la pena tanto esfuerzo, cuando por picar el ojo, bailar eróticamente o mostrar una vida aparente me trae mucho más dinero?
Agrandamos a quienes no lo merecen y opacamos a quienes mucho aportan y edifican socialmente desde los diferentes ámbitos que ejercen.
¿Podemos enderezar la historia cuando la infoxicación ha tomado delantera?
Laura Severiche