INICIOS EN LA JAVERIANA

En este cosmos diminuto en donde el espacio se circunscribía a los límites del campus universitario, se debatía en forma permanente de todo cuanto se aprendía en las clases o se leía en las primeras planas de los diarios de más amplia circulación en el país. Por regla general el fruto de mis reflexiones iba dirigido en primer lugar a dos espíritus inquietos, compañeros desde las primeras batallas académicas en la facultad. Uno de ellos era Rodrigo Lozano, a quien siempre lo había percibido como dueño de una inteligencia receptiva, deseosa de poseer conocimientos especiales en el campo de la filosofía o de la historia constitucional. En su casa próxima a Suba o en la de Alberto Alarcón en el Recreo de los Frailes, debatíamos como buenos condiscípulos las estructuras conceptuales de lo que el padre Ordoñez llamaba sin aspavientos Teoría del Conocimiento. Y muchas veces soltábamos las risotadas más extravagantes cuando nos encontrábamos en el camino de los estudios con ideas tales como el ´sensible per se´ o el ´sensible per accidens´ o cualquier otro de los conceptos básicos de la lógica o los basamentos de la Epistemología.

Idy Bermudez Daza

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