Aquella madrugada triste del 21 de noviembre de 1994, me desperté temprano, era lunes, debía ir a trabajar y como de costumbre encendí mi pequeño radio para escuchar las noticias; con el alma desolada dejé que el dolor brotara en lágrimas, Edgard Ferrucho, afirmaba que Maño y Juancho habrían muerto en el accidente aéreo. Inmediatamente pensé en Humberto Rois, no sé por qué mi conexión con Juancho es Humbe, quizás porque era al único miembro de la familia que conocía muy bien, fue gran amigo de mi madre, copartidarios políticos, nos visitaba en Las Peña. De hecho, fue para un Festival de La Patilla, que Humbe llegó con Juancho a La Peña y tuve la oportunidad de tratarlo. No preciso bien si nos fuimos juntos a la KZ (Forma coloquial de resumir la palabra caseta, que en nuestro argot costeño significa lugar amplio con pista, donde se va a bailar, generalmente con una o varias agrupaciones musicales en tarima, imagínese el Madison Square Garden de los pueblos hace unos 25 años atrás) o si nos encontramos allá; lo cierto es que Humbe, pretendía a Rosa mi hermana y siendo gran amigo de mis padres, era natural que se sentaran en nuestra mesa, hoy pensando en ese día supongo que Tomasa y Rocío ( mis hermanas mayores) debían tener novio y estar bailando con ellos, Humbe bailaba con Ocha, siendo Vicky tan alta, quedaba yo, y por eso Juancho bailó conmigo no sé si una tanda o toda la noche, yo diría que una tanda, porque recuerdo que no era el gran bailarín y bailaba tan apretado que me ahogaba. De la KZ, nos fuimos a nuestra casa donde Humbe había dejado su toyotica corto parqueado; allí seguimos bailando en la sabaneta con los pies descalzos, riéndonos, de la locuras y ocurrencias de todos. Para nosotros en la familia no era la cosa mayúscula tener a Juancho o a Diomedes cerca, con todo y que fueran las dos más grandes lumbreras del Vallenato del momento y de la vida, pues era cotidiano verlos por allí. De hecho, siempre veía a Juancho desde muchacho, yo de niña, donde Rosa María de Rois, su abuela, (a la que por años creí su madre) en pantaloneta, camisetas sin manga y descalzo, tocando el acordeón. La Señora Rosa María tenía uno de los depósitos de víveres más grande de San Juan y todos los tenderos de los pueblos se surtían de allá, Mamá Cele, era una de ellas, y en ocasiones me llevaba a hacer las compras, mientras hacia su pedido, le facturaban y cargaban, pasaba un tiempo en el que de alguna forma que no preciso, no sé si había una puerta entre el depósito y la casa o yo seguía el sonido del acordeón y me asomaba por la puerta, pero los caprichos de mi memoria antigua registran a un muchacho con pantaloneta azul, bastante corta, una camiseta naranja sin manga, en otro recuerdo aparece con una pantaloneta verde oliva sin camiseta, siempre en pantaloneta y los pies descalzos, uno en el suelo y el otro sobre un banquillito o sobre un bordillo o sobre el descansadero de la silla y sobre esa pierna levantada, el acordeón. A Juancho creo que la última vez que lo vi en persona, fue esa que creo también fue la última vez que toco una KZ en Riohacha, donde llevamos a Mi mamá a ver a su ídolo: Diomedes (Hechos que conté en la crónica El Cacique de La Junta es de La Peña, que puede leer en este Magazín).
Pues bien, sabiendo lo que Juan Humberto significa para su tío y figura paternal Humberto Rois Fernández, quise llevar esta crónica de Juancho desde el corazón de de Humbe y le pregunté: ¿Cómo fue que tú terminaste siendo esa figura paternal y de autoridad en la vida de Juancho? Los que conocen a Humbe saben que es prolijo en palabras y de una conversación deliciosa, así que antes de ir al punto me contó los antecedentes y claro, así se entiende mejor, de paso obtuve muchos datos que rodean la biografía de Juancho y que se han dicho desde muchos puntos de vista y este es el de mi amigo muy querido Humberto Rois Fernández.
La información data desde el abuelo de los Rois Fernández que dejó una herencia de comerciante al Señor Juan Padre, que transmitió a Juan Manuel “El Negros de Rosa María” Rois Fernández, papá de Juancho. Humbe cuenta que al Negro, le gustó el asunto de los carros, el tener dinero en el bolsillo, así que no estudió y se dedicó a trabajar y “andaba con plática en el bolsillo, con carro, con la mejores prendas, Y de ñapa era muy festivo, bailador y en esas jornadas de disfrute de su juventud, se topó con Dalia Zúñiga, ella una mujer blanca, atractiva, también festiva y bailadora; allí nació ese romance y quedó Dalia embarazada, que se convirtió en un escándalo en la sociedad de entonces, porque la familia de la dama no se resistía a soportar semejante falta, de que la joven estuviera embarazada sin que mediara un matrimonio, eso lo superaron a través de los mediadores y finalmente ella se fue a vivir a una casa aquí en San Juan y él se comprometió a suministrarle todo lo que necesitara la mamá de Juancho, y para no alargar el cuento, el siguió viviendo su vida de soltero, con nosotros allá en la casa, no hizo hogar con Dalia, así que Juancho nació en un hogar disfuncional, al nacer no tenía la figura paternal y al final la maternal también porque en los primeros meses de vida, la mamá creyó que seguramente no tendría un futuro apreciable aquí en San Juan, para entonces la costumbre era ir a trabajar a Venezuela y Juancho vino a vivir con nosotros, con mi mamá, pero quién se responsabilizó de hacer el papel de madre sustituta, madre de crianza, que decíamos, fue Carmen Rois Fernández, mi hermana mayor. Así creció Juancho rodeado del cariño de todos”. Contaba Humberto, trayendo del pasado aquellos tiempos memoriales de los inicios de la vida de Juan Humberto Rois Zúñiga, El Gran Juancho Rois.
Seguía Humberto su relato llegando al momento en que Juancho es llevado a estudiar su kínder a Bogotá, pues su papá no se había interesado en estudiar, pero estaba empeñado en que sus hermanos lo hicieran y ya estaban estudiando en Bogotá: “Judith y Nelly, conmigo, nos llevamos a Juancho, tendría 5 o 6 años, salió de la custodia de Carmen para la nuestra, sobre todo de Nelly que era la pedagoga… a Nelly se le ocurrió que quería aprender a tocar acordeón y se valió del Negro, el papá de Juancho, que era el del dinero, para que le regalará un acordeón, recuerdo que era una concertina, un acordeón de esos de tecla, grandísima. Ella se metió a una academia a aprender música y ahí con sus primeras lecciones y su manera chapuciada de darle y darle más o menos iba aprendiendo algo, pero parece que no era algo de su dominio. El señor Juancho Rois que estaba x allá con nosotros, el veía y veía, observaba y observaba y en algún momento dejo de ver y observar, del estuche sacó el acordeón de su tía y empezó; ¡y oh sorpresa!! ese si tenía el don y no necesitó de profesores, empezó a sacar notas y eso fue casi que instantáneamente, cuando contamos a la familia lo que estaba pasando, su papá de navidad le regaló un acordeón de dos hileras y era tan extraordinario ese acordeón, mira tú, recuerdo a Juancho Rois ya grande, sabiendo tanto de los instrumentos, que tomó ese acordeón y le sacó todos los pitos y se los puso a un acordeón profesional. Quedó el esqueleto de su primer acordeón allí en la casa de recuerdo; bueno hasta que cuando llegó su esposa, está tía Nelly, ni corta, ni perezosa, se lo entrego a Jenny y ya después de entregado quien la iba a desautorizar. Está allá en manos de su hijo. Allí quedó su primer acordeón. Claro ese acordeón inmediatamente lo fue dominando, tanto que se impuso la necesidad de uno profesional, en una colecta de los tíos tantos por vía de consanguinidad, como de afinidad y se le compró un acordeón profesional y después le regalaron uno y otro, porque empezó a destacarse como un gran acordeonista. En El Copey recuerdo en una época que mis hermanos sembraban algodón por allá, que hubo quien sorprendido por la forma en que tocaba Juancho, tuvo a bien regalarle un acordeón y así llegó a tener diferentes acordeones”.
Entre anécdotas y datos históricos llegó al punto, ya a mí se me había olvidado que se lo había preguntado, pero a Humberto no, tiene un gracejo encantador. “Ahora sí, yendo a lo que me preguntaste, no creas que me he olvidado, pues, yo era el hombre de la casa en Bogotá y me fui convirtiendo en su protector, en su figura paternal, teniendo yo 10 años más que él. Ahí vienen esas historias conocidas, que nacen del hecho que Juancho por su pasión por el acordeón ya no lo podíamos retener en casa, digo yo más bien que quería aprovechar cada oportunidad para tocar en público su acordeón; fue cuando se dijo que Juancho se escapó de la casa, que fue verdad, porque se fue sin avisar, pero yo que lo conocía, presumí donde podía estar y fui a buscarlo, ya él estaba en Bachillerato en el Colegio Militar Caldas por allá por el norte, allá fui a dar y de manera muy sutil hice creer que yo sabía dónde estaba Juancho, le pedí al rector el número del amigo de él, donde creía que estaba, un muchacho riohachero él, apellido maya, lo llamé y le dije muy seguro que yo sabía que Juancho estaba con él, me dijo “Si como no, aquí está con nosotros” me dio los datos y lo fui a buscar, allá lo encontré como cualquier parroquiano lavando sus propios calzoncillos en el lavadero, él se sorprendió y se quedó mirándolo con su carita de inocente, o de yo no fui como dicen, y me lo llevé, pero eso no duró ni tres semanas, a la segunda semana había un concurso en un programa de animalandía, con Pacheco, había premio, eran cosa menores, pero se fue y ganó. Recuerdo que fue un domingo y yo estaba trasnochado del día anterior y él llegó con la bulla porque había ganado, le dieron muchos dulces, chocolates y veinte mil pesos, me tiró todo eso en la cama como diciendo esto es tuyo, quiso darme esa satisfacción, yo seguí durmiendo, cuando despierto pregunto por Juancho, Juancho ya no estaba, salí a buscarlo y ya lo encuentro en el parque con sus amigos y el acordeón en el pecho. Verdaderamente comprendí que era su juventud y se la estaba gozando y tuve que comprender que corría peligro yo con Juancho, en una ciudad como Bogotá, se me iba a salir de las manos, pensé, así que preferí que se quedará por acá y estudiará por acá y ya conoces tú la historia que en su último año de bachillerato grabó su primera producción con Juan Piña y lo que viene en adelante es una historia bien conocida”. Cuenta Humberto con esos ojos llenos de añoranza y profundo amor por su hijo, sobrino hermano.
Y claro sus primeros años que es donde se forma el carácter fue Humberto el elegido para impartir sobre Juancho lo que iba a requerir para ser el ser humano que fue. “Lo que te puedo decir es que hubo una formación en principios y valores inculcada por mí en Juancho y eso le mereció quizás a él, el que me reconociera como una figura paternal, porque estaba con el ahí a su lado. Nunca hubo una mala relación entre el papá de Juancho y él, eso está claro, Juancho adoraba a su papá y siempre fue importante en su vida. Su papá hizo su hogar, tuvo sus hijos en su hogar, pero Juancho era su hijo”. Remarcó como señalando que había otros, pero ese era el de su querer, como decimos por aquí. “Siempre estaba con él en la época que era soltero, compartía con el casi prácticamente como un hermano menor, por su forma de ser, por eso al momento de ejercer una autoridad familiar, la ejercía yo, con mucha comprensión y confianza. Hay gente se atreve a decir que su papá de crianza fue “Purito” Canova. Yo respeto eso, pero “Purito” llega a la vida de Juancho cuando ya está grande, cuando se casa con mi hermana Carmen, (que si se encargó de Juancho desde bebé) y se vienen a vivir a la casa, allí nacen sus hijos y convivimos todos, se citaron mi hermana, su esposo y sus dos hijos, allí en la casa familiar casi como hermanos; pero el cuarto de Juancho era el mío, allí vivíamos los dos, como los hijos menores de la casa, porque al final Juancho era como un hermano”.
De hecho, yo crecí creyendo de Las Señora Rosa María era la mamá de Juancho, hasta ya grande que en los dos últimos años del colegio estudié con Graciela Carolina González Zúñiga, sobrina de nuestra querida Dalia (Quise entrevistar a Dalia, pero se disculpó, me dijo que está aún muy dolida por la muerte de nuestro gran amigo José Gregorio y la entendí) y fue donde Doris Zúñiga que me enteré que Juancho Rois no era hijo de Rosa María de Rois.
Desenredé una madeja de hilo que yo misma me había creado, eso hago con frecuencia.
Seguimos hablando y me soltó Humberto esta confesión que nos envolvió de sentimientos: “Te voy a contar algo que nunca se ha hablado quizá, mi hermano tenía muchas prendas, yo recuerdo un anillo hermoso de brillantes, él lo conservaba muy bien por su valía. No sé si recuerdas en grabaciones, en la carátula, aparecía Juancho con ese anillo; bueno ese anillo para mí significó un sello de la paternidad del papa hacia Juancho, y nada mejor que desprenderse de un anillo guardado por tantos años, era porque sentía mucho amor por Juancho, recibirlo Juancho y guardarlo como algo sagrado significaba el amor que le tenía a su padre. Por eso hoy puedo decirte, que jamás mi figura paternal desplazó el amor que se tenían hijo y padre, El Negro era su padre, yo su tío”.
Seguimos hablando de su amor verdadero y primero: Jenny, “Fue la primera y única vez que lo vi enamorao”. Dijo. Hablamos de Juancho el papá que no llego a conocer a su hijo, del que se llevó muchos proyectos por realizar, muchas canciones por entregar, mucha vida por disfrutar. Se nos armó un nudo en la garganta y se nos rodó una lágrima cuando al unísono y sin ponernos de acuerdo dijimos: Se Nos Fue Muy Joven!!!
Noralma Peralta Mendoza
Como siempre… mi patadita «Noralma» nos vuelve a dejar picaos… en esta película contada. esperamos la segunda parte.
Noralma, mi apreciada y querida amiga, Dios nos ha dado la fortuna de seguir viviendo.
Jamás pensé que una peñera (de La Peña), hija de mi inolvidable amiga, Celedonia, por cosas del destino aparecería en mi vida en pleno mes de noviembre de 2022, a visitarme en su doble condición de amiga y periodista, acompañada de su agradable esposo, Nelson, para inquietarme con un tema tan sensible para mí: *»Juancho» Rois*.
Mientras más continuaba leyendo tu crónica, más difícil me fue terminar la lectura.
Aunque llorando profusamente en mi soledad dolorosa finalicé la lectura de la tu extraordinaria crónica, siento que ahora me ha servido, calmando un poco mi propio llanto, para comprender que en ese breve relato tuyo recorrí un mundo de mi vida al lado de la figura de «Juancho» en una especie de holograma, y transportándome al pasado, revivir contigo anécdotas tan emotivas de tiempos idos pero sagradamente conservados en nuestra bitácora del recuerdo.
No me extiendo más.
Por contera, recibe mi abrazo inconmensurable, desbordado de gratitud y fe.
Humberto Rois Fernandez
Excelente excelente mi seño! El difunto Romualdo Brito, en una canción presentada en el festival del carbón en Barrancas, llamada, mas allá del pecado, decía «hay comidas que dan es hambre aunque comas por montón» lo mismo pasa con sus escritos, por más despacio que los lea, siempre quedo picao, esta excelente crónica que usted hace sobre Juancho Rois, uno quisiera que nunca acabara, y que su crónicas tuviera580 páginas para seguir sumido en ese mundo de realidades y eventos prodigiosos que tubo Juancho, no me cansaré de felicitarla y leerla cada vez que se pasen por mis manos sus escritos. Muy respetuosamente le envío un fuerte abrazo en señal de agradecimiento y admiración!