Si La Guajira fuese una persona, sería esa amiga a la que todos llaman solo cuando necesitan un favor. “Oye, ¿me prestas tu gas, tus minerales y tu viento? Es que no tengo cómo salir del apuro energético”. Y claro, La Guajira, como siempre, dice que sí. Porque, aunque su bolsillo esté vacío y sus niños mueran de desnutrición, su alma generosa no sabe decir que no. Si Colombia fuera una gran familia, La Guajira sería el primo pobre al que nadie invita a las reuniones, pero al que todos llaman cuando necesitan algo.
La Guajira es, literalmente, el epicentro de las soluciones nacionales. Su viento aporta el 45% del potencial eólico del país, según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM). Pero, irónicamente, más del 40% de los habitantes de La Guajira viven sin acceso a energía eléctrica constante. Por su parte, el carbón, ese “oro negro” que ha salido de sus entrañas durante décadas, ha sido el sustento energético del país. Desde 1985 hasta la fecha, La Guajira ha producido más de 500 millones de toneladas de carbón, generando regalías superiores a los 9 billones de pesos. Sin embargo, según cifras del Departamento Nacional de Planeación (DNP), el 65% de los municipios guajiros están clasificados como de alta incidencia de pobreza multidimensional, y en 2023, el índice de pobreza en la región alcanzó el 67%.
El sarcasmo alcanza niveles épicos más allá del ámbito energético. El 56% de los niños wayúu sufre de desnutrición crónica, según el ICBF, mientras que desde 2010 hasta 2023 han muerto más de 5.000 niños por causas asociadas a la falta de alimentos y agua potable. Paradójicamente, La Guajira es una de las regiones más ricas en recursos naturales, pero esa riqueza se traduce en pobreza para su gente.
Un gas que no alimenta
El proyecto Sirius 2, un pozo de gas que actualmente perfora Ecopetrol junto a Petrobras en el bloque GUA-OFF-0, a 77 kilómetros de Santa Marta, promete ser una joya del desarrollo energético nacional. Este pozo, ubicado en aguas profundas del Caribe colombiano, se promociona como la gran salvación de la crisis de gas que se avecina en el país. Pero, para La Guajira, esta explotación es solo otra línea más en la larga lista de recursos que salen de su suelo y mar, sin beneficios tangibles para su gente.
Según Ecopetrol, Sirius 2 forma parte de una inversión de más de 1.200 millones de dólares en exploración y perforación off-shore. Mientras tanto, en la península, el 56% de los niños wayúu sufre desnutrición crónica, y más del 40% de las comunidades locales no tiene acceso a servicios básicos como agua potable o electricidad constante. Así, el gas de Sirius 2 encenderá las estufas de Bogotá y Medellín, pero no las de Manaure ni de Uribia.
La riqueza de un mar prestado
El Caribe guajiro no es solo rico en gas. También lo es en biodiversidad y cultura, pero eso parece secundario frente a los intereses nacionales y multinacionales. Las aguas profundas de la región ahora se han convertido en un tablero de ajedrez para empresas como Petrobras, Ecopetrol y Repsol, que buscan explotar cada gota de hidrocarburos en un contexto global de transición energética.
Irónicamente, mientras el gobierno nacional se jacta de sus compromisos con el cambio climático, sigue promoviendo proyectos de extracción de gas en lugares como La Guajira, una de las regiones más vulnerables al cambio climático en el país. Según el IDEAM, el 70% de La Guajira enfrenta riesgo de desertificación, y las sequías recurrentes afectan tanto a las comunidades indígenas como a los ecosistemas locales. Pero claro, el gas es prioridad; los wayúu, al parecer, no.
¿Desarrollo o despojo?
La narrativa oficial habla de progreso y oportunidades, pero para los habitantes de La Guajira, Sirius 2 y otros proyectos offshore son simplemente una continuación de un modelo extractivista que enriquece a pocos y empobrece a muchos. Las comunidades indígenas no solo ven sus territorios invadidos, sino que además enfrentan el deterioro ambiental y cultural que trae consigo esta «modernidad». En las mesas de negociación, las multinacionales prometen empleo y desarrollo. Pero según el informe del Centro de Estudios para el Desarrollo Sostenible (CEDE), menos del 3% de los empleos generados en proyectos off-shore han sido ocupados por locales. Mientras tanto, las comunidades enfrentan el impacto ambiental y social, con muy pocas garantías de compensación.
Ahora, con la cacareada “transición energética” como el nuevo mantra nacional, La Guajira se perfila como el laboratorio perfecto. No porque se busque mejorar la calidad de vida de su gente, sino porque, como siempre, sus recursos están disponibles para resolver los problemas del resto del país. El Gobierno celebra la instalación de turbinas eólicas y la extracción de tierras raras para fabricar baterías y celulares, pero no resuelve el acceso al agua, la educación ni la salud. Según el último informe del Banco de la República, mientras el país proyecta crecer económicamente gracias a la minería y la energía renovable, el 42% de las familias guajiras viven con menos de un salario mínimo al mes.
En el fondo, la historia es siempre la misma: cuando La Guajira pide algo, recibe indiferencia; pero cuando el país necesita algo de La Guajira, llegan los discursos grandilocuentes sobre “su importancia estratégica”. Y así, La Guajira sigue siendo esa amiga incondicional que presta todo lo que tiene, pero a la que nadie invita a la fiesta. Y mientras las luces de los pozos off-shore iluminan las aguas profundas del Caribe, las rancherías permanecen a oscuras, esperando un progreso que parece destinado a nunca llegar.
Quizás algún día, La Guajira aprenda a decir que no. O quizás la Nación aprenda a verla como lo que es: una región no solo rica en recursos, sino en cultura, historia y dignidad. Porque si el olvido persiste, no habrá cantidad de turbinas eólicas ni de regalías que puedan compensar el daño.
Quizás algún día, el gas, el viento y el carbón no sean solo una fuente de ingresos para el resto del país, sino también un motivo de esperanza para quienes realmente habitan estas tierras. Porque si algo queda claro, es que el gas de Sirius 2 no calentará las ollas vacías de los wayúu, ni llenará los cántaros secos de sus rancherías. La Guajira seguirá siendo la Majayut explotada y olvidada por todos, que aún sueña con un futuro más justo al lado de aquel galán, que en la canción de Hernando Marín prometió quererla.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI
Desafortunadamente, como dijo el Chapulín Colorado y ahora quién podrá defendernos.
que viva petrobareto