Existe una categoría de amenazas tan visibles como ignoradas, tan previsibles como devastadoras. La autora Michele Wucker acuñó el concepto de «rinoceronte gris» para describir aquellos riesgos de gran impacto que, aunque conocidos y anunciados, no son abordados con la urgencia ni la seriedad que requieren. Son animales pesados, grises, que avanzan lentamente hacia nosotros, y aun así, preferimos mirar hacia otro lado.
La Guajira está invadida por estos rinocerontes. Su andar ha dejado una estela de abandono, exclusión y desesperanza. Esta no es una metáfora literaria: es una realidad estructural que se manifiesta en indicadores sociales alarmantes, políticas públicas fallidas y una ausencia prolongada del Estado. Una región rica en cultura, biodiversidad y potencial económico, pero atrapada por desafíos sistémicos que actúan como anclas del subdesarrollo.
1. El agua: la sequía de la gestión pública
El acceso al agua potable es quizá el más evidente de estos rinocerontes. No se trata solo de un tema climático, sino de una clara manifestación de la ineficiencia institucional. La falta de infraestructura hídrica adecuada, sumada a la corrupción en la ejecución de proyectos y la descoordinación intergubernamental, ha convertido un derecho humano básico en un privilegio inalcanzable para miles de guajiros.
En pleno siglo XXI, resulta inadmisible que comunidades enteras dependan de carrotanques que, además, terminan convertidos en botines políticos. Si bien el gobierno departamental ha realizado algunos esfuerzos, estos son aún insuficientes frente a la magnitud del problema.
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Corrupción: el más gordo de todos los rinocerontes
Si hubiese que elegir al más corpulento de estos animales, sería sin duda la corrupción. Transversal a todos los sectores, ha carcomido la confianza ciudadana y distorsionado el uso de los recursos públicos. Planes de desarrollo fallidos, obras inconclusas, contratos direccionados y clientelismo estructural han hecho de la administración pública un escenario de captura institucional, donde el bienestar colectivo queda relegado ante intereses particulares.
3. Desempleo y pobreza: la trampa de la informalidad
La débil dinámica económica regional es consecuencia de años de políticas extractivas sin redistribución social. El desempleo estructural, especialmente entre los jóvenes, ha profundizado la informalidad y ampliado las brechas de desigualdad. A pesar del enorme potencial turístico, agrícola y minero de la región, no existe un modelo de desarrollo inclusivo y sostenible que transforme estos recursos en bienestar para su población.
4. Educación: entre el rezago y la desconexión
La calidad y cobertura educativa en La Guajira reflejan claramente el abandono estatal. Aulas deterioradas, alta deserción escolar, déficit de docentes cualificados y ausencia de pertinencia curricular son síntomas de un sistema educativo profundamente desconectado de las realidades y necesidades del territorio.
Sin educación de calidad no hay movilidad social, ni posibilidad de una ciudadanía crítica y activa. Se perpetúa así el círculo vicioso del atraso.
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Infraestructura vial: caminos truncados, territorios aislados
La Guajira continúa siendo una de las regiones más aisladas del país. La deficiencia en la interconexión terrestre limita el acceso a mercados, servicios básicos y oportunidades de desarrollo. No se trata solo de ausencia de pavimento: es la expresión física del olvido institucional, donde la lejanía geográfica ha servido como excusa para justificar la inacción. Muchas comunidades permanecen aisladas, desconectadas del resto del país.
¿Cómo se desactiva una estampida?
La presencia de estos rinocerontes grises no es una fatalidad. Lo verdaderamente trágico es la normalización del desastre. Para que La Guajira rompa con su historia de exclusión, se requiere más que intervenciones puntuales o soluciones asistencialistas: se necesita una transformación estructural, simultánea y sostenida.
Esto implica un nuevo pacto social, cimentado en buen gobierno, transparencia radical, gestión técnica, planificación estratégica y participación ciudadana efectiva.
No se trata solo de recursos. Se trata de voluntad política, compromiso ético y liderazgo colectivo. Como bien señala la reflexión que inspira esta columna, el amor arraigado de su gente puede y debe ser el catalizador de esta transformación. La Guajira merece más que sobrevivir: debe ser protagonista de su propio destino.
Hoy, más que nunca, debemos evitar que los rinocerontes grises sigan engordando con el silencio y la indiferencia. Nos corresponde asumir la responsabilidad colectiva de imaginar, diseñar y ejecutar un nuevo horizonte para esta región imponente, rica y valiente. Un futuro donde la dignidad no sea una promesa, sino una garantía.
Emilsa Rojas Atencio