La pandemia del COVID 19 en 2020 y las medidas que tomaron los gobiernos para su prevención primero, contención después y por último para su mitigación, condujeron a la peor crisis económica a nivel mundial desde la gran depresión desatada en 1929. La economía global se hundió un -4.3%. Aunque el efecto rebote se tradujo en un crecimiento de la economía mundial del 6.1%, la reactivación se vio ralentizada por la afectación de las cadenas de suministro y la logística, con el consiguiente aumento de los fletes y de los precios de las materias primas, provocados por la crisis de los contenedores.
Cuando apenas brotaban los primeros retoños verdes de la recuperación de la economía se produjo la invasión rusa a Ucrania y esta conflagración derivó en una confrontación de los países que integran la OTAN contra el Kremlin. A raíz de las sanciones impuestas contra el expansionismo de Vladímir Putin, entre las cuales se destaca el embargo de sus ventas de petróleo y gas a la Unión europea, repercutieron en un alza desmesurada de sus precios, así como los de su sucedáneo, el carbón.
Los altos precios de los energéticos, que alcanzaron niveles históricos, afectaron la cadena alimentaria, tanto en sus fases de producción y distribución, debido al encarecimiento de los insumos agrícolas de los cuales Rusia y Ucrania han sido tradicionalmente la gran despensa. Y no era para menos, habida cuenta que este sector absorbe el 30% de la demanda total de energía en el mundo. Ello explica en gran medida la escalada alcista de los precios y la incontenible inflación global.
El año 2022 estuvo marcado por una inflación galopante a nivel mundial alcanzando niveles no vistos en los últimos 40 años. En los EEUU alcanzó en diciembre pasado el 7% interanual, cifra esta récord desde 1982. Entre tanto en la Zona Euro se registró una inflación del 5.1% en enero de este año, la más alta desde que se llevan estadísticas armonizadas (1997).
Como es apenas obvio, Colombia no se podía sustraer de esta megatendencia, dados los vasos comunicantes de su economía con la economía global, de la que no se puede desacoplar. Manes de la globalización. De ello se sigue que la inflación en Colombia tiene un gran componente importado, vía precios de los insumos y materias primas y de contera la devaluación del peso frente al dólar la atiza. El Banco de la República, al igual que los demás bancos centrales del mundo, ha venido elevando la tasa de interés de intervención, desde el 3.75% en marzo de 2020 hasta el 13% en marzo de este año, sin lograr contener la espiral inflacionaria. Esta medida, contraccionista por excelencia, le pone el freno de mano al crecimiento de la economía, al punto que llegó a temerse por una recesión este año.
El año anterior el IPC registró un incremento del 13.12%, la cifra más alta en 21 años, superior en 7.50 puntos porcentuales que la que se reportó por parte del DANE para el 2021, que fue del orden de 5.62%. Ello, entre otras razones, llevó a la unanimidad entre las centrales obreras, gremios de la producción y el Gobierno Nacional, que integran la Mesa de Concertación Salarial, al momento de acordar el reajuste del 16% del salario mínimo para el 2023.
El mayor impacto de la inflación ha sido en los alimentos y en los servicios públicos, especialmente en el servicio de energía, lo cual se explica por las razones anteriormente expuestas. Llama poderosamente la atención que las tarifas de los servicios públicos han aumentado por encima de la inflación total. Uno de los factores que lo explican es el rezago tarifario que venían arrastrando las empresas de servicios públicos debido a las medidas de emergencia durante la pandemia que tomó el gobierno nacional, en virtud de las cuales se congelaron o difirieron las alzas, represándolas, haciéndolas ahora efectivas. También han influido el incremento en los costos operativos de las empresas trasladándose por parte de las empresas estos mayores costos en los que incurren a sus usuarios vía tarifas.
Se auguraba que marzo de este año iba a ser el punto de inflexión a partir del cual la inflación iba a empezar a ceder, pero desafortunadamente no fue así, se resiste a ceder. Los resultados han sido desalentadores: en el mes de marzo el IPC subió 1.05%, superior al 1.0% en marzo de 2022. La tasa interanual del IPC en marzo de este año se situó en el 13.34%, el más alto desde 1999 cuando se registró el 13.51%, que contrasta con el 8.53% a marzo de 2022, 4.81 puntos porcentuales por encima de este y el acumulado en el I trimestre es de 4.56% contra el 4.36% en el I trimestre de 2022.
Por fortuna, aunque los alimentos y los servicios públicos siguen siendo los que más han jalonado la inflación en los últimos 12 meses, como lo advierte la Directora del DANE Piedad Urdinola en cuanto a los alimentos y bebidas no alcohólicas que “desde enero de 2021 se venía con un crecimiento constante en la inflación, en marzo se registró un cambio de tendencia” y empezó a ceder terreno, amortiguándose su carestía. Ello es tanto más importante en la medida que el incremento del costo de la canasta familiar afecta especialmente a los más vulnerables, pues, debido a sus bajos ingresos y su menguado poder adquisitivo, son quienes gastan un mayor porcentaje de sus ingresos en dichos renglones para su congrua subsistencia.
Por su parte el Ministro de Hacienda José Antonio Ocampo, después de celebrar que la tendencia alcista de inflación de alimentos esté revirtiéndose exhortó a los empresarios a través de su cuenta de Twitter para que “ayuden a moderar la inflación de productos industriales y de servicios”. Este llamado es muy pertinente, tanto más si se tiene en cuenta que mientras los precios de los rubros de alimentos y bebidas no alcohólicas subieron el 0.91% en marzo, por debajo de la variación mensual del IPC, el servicio de electricidad, en cambio, subió 1.62%, por encima del mismo. No obstante, el primero sigue punteando el IPC con una tasa interanual del 21.81% seguido de cerca por el segundo con el 19.77%.
Amylkar D. Acosta M[1]
[1] Miembro de Número de la ACCE