“Campanitas que vais repicando, navidad vais alegre cantando y a mi llegan los dulces recuerdos del hogar bendito donde me crie, de aquella viejita que tanto adore, de mi madre bendita que no olvidare”
No pude iniciar esta crónica sin que a esta hora con las velitas titilantes frente a mis ojos viniera a mi mente el aparte transcrito de “Campanitas” una de las canciones emblemáticas de esta temporada cuyas mejores versiones las han interpretado Aníbal Velázquez y Julio Jaramillo cada uno en su estilo, siempre que la escucho evoca para mi aquellos tiempos cuando la navidad junto a mis viejos tenía magia, el espíritu de la natividad nos arrullaba juntos y en la familia y en mi pueblo todos éramos hermanos, no se tenían comodidades materiales pero si días y noches esplendorosos de alegría desbordada y paz infinita, hoy se tienen muchos bienes materiales pero no son suficientes para sustituir la felicidad sin limites de esos tiempos no tan pretéritos cuando la familia estaba completa y todo se compartía.
El malestar con dolor de cabeza y una dolencia insistente en mi cuerpo parecen anunciar que alguna peste amenaza a este pechito esto me hace recordar que estando un poco más muchacho que ahora cada vez que me llevaban a Riohacha en diciembre si sentía la brisa del nordeste que llegaba en las tardes me daba fiebre, ni Constantino Vaquero, ni Cristóbal Fonseca ni el Dr. Quintana mis médicos tratantes pudieron encontrar explicación lógica al asunto, solo un autodidacta curandero famoso en nuestra región dio en el clavo, fue el Tío Leopoldo Deluque quien dijo “A este muchachito lo resfriaron en sus primeros dos añitos” y tiene las defensas bajas, le dio las instrucciones y un frasquito con un jarabe a mi vieja y desde entonces no me volvió “a caer mal” el nordeste Riohachero, después de la consulta con el primo de mi padre en Cotoprix mi vieja recordó de donde vino el daño para este cuerpecito que habrán de comerse los gusanos de Monguí, resulta que tenia yo dos años y me encontraba dormido en mi hamaca, porque nunca tuve cuna, y mi hermana Mariela y mi prima Miladis me sacaron de allí dormido a escondidas de mamá y me metieron en una ponchera llena de agua -porque tampoco tuve bañera- el agua fría me despertó y me produjo esa travesura de muchachas una fiebre altísima y sufrí una convulsión, casi me matan, así comenzaron mis fiebres decembrinas, como dijo el Viejo Emiliano en El Indio Manuel María “Ay como se dejan quitar los médicos su clientela de un indio que está en la sierra que cura con vegetales” en este caso los facultativos perdieron ante el Tío que vivía en Cotoprix y después en Galán. Cuanto extraño a mi viejita cuando no me siento bien, ya no soban con chirinche, ni colocan una sábana húmeda de punta a punta de la hamaca, al enfermo solo lo entiende su mamá, pero si no está los demás lo intentan pero no es igual.
La fiebre del Nene de la casa era una tragedia en mi casa, mi vieja no se separaba de mi un minuto, amanecía al pie de mi hamaca rayá mientras la Tía Negra se pasaba las noches con nosotros inventando tomas caseros que cuando sentía su olor empeoraban mi estado de salud, era infaltable la manzanilla “con un puntico” de sal, la “toma” de verbena, y para reestablecerme una sopita “de piedra” era un caldito suave con fideos, papas, pastilla Maggi, cebollín y apio, después venia el terror cuando llegaba mi Tía Nelis Medina o la Tía Ana Isabel con su estuchito metálico cuyo estropicio de jeringas y agujas reutilizables -no habían desechables- nada más recordarlo me produce terror, era espantoso, era un momento dramático porque para poderme colocar las inyecciones colocarme inyecciones tenían que inmovilizarme a la fuerza ante los ojos húmedos e impotentes de mi madre, siempre llegaban espontáneos que ayudaban a violar mis derechos humanos ahí no había santo que me salvara, a pesar de que mi vieja le rogaba tanto por mi salud a San Martin de Loba el de Machobayo frente a su imagen en su cuadro guindado toda la vida en la sala de mi casa, allí permanece cuidándonos a todos.
Eran las de navidad noches frías y amanecían los alares húmedos porque del techo de zinc de nuestra casa caían gotas de agua, y Tan, Tan, y el chillido del molino de viento que estaba detrás interrumpía el silencio apacible de las noches cuando no lo hacia alguien que contrataba los servicios de alguno de los picó para que les animara las parrandas que durante los tiempos navideños se realizaban a cualquier día u hora, al amanecer los gallos cercanos avisaban que era hora de levantarse para preparar el café que en la mañanita tomaríamos con las arepuelas de dulce o de sal que con todo esmero hacia Berta Pinto diagonal a mi casa, era como un ritual, nos comíamos dos tres o cuantas quisiéramos, lo suficiente “para aguantar” hasta la hora del desayuno.
Ya no pasamos las fiestas de la Inmaculada Concepción conocido a hora como “El día de las velitas” ni esperamos la fiesta de la natividad con la alegría de antes, han partido de nuestro lado muchos familiares que han acudido ante la presencia de Dios, para festejar la llegada del mesías con nuestros mayores que se les adelantaron, se encuentran allá a donde todos los días son de fiesta y de luz, a donde seguramente nosotros también les estamos haciendo falta a si como ellos a nosotros, las mismísima virgen los esta cubriendo con su manto inclinada sobre ellos y ellas diciéndoles a cada uno al oído palabras de amor, anunciándoles bienaventuranzas que compartirán desde allá con quienes aquí quedamos en este mundo a donde hay tanta gente buena a la que nada importa que el espíritu navideña ha estremecido toda la nostalgia en el corazón..
Igual que Wilfrand Castillo en su canción Vientos de Navidad “Presiento con las brisas del verano la presencia de un hermano que por circunstancias de la vida de mi lado un día se fue recuerdo los consejos de mis viejos que a la tumba ya se fueron, y quisiera devolver el tiempo para verlos otra vez Navidad quisiera abrazar a mis viejos, donde están Será que se han ido hacia el cielo, Navidad quisiera encontrarlos de nuevo”.
Luis Eduardo Acosta