LA POLÍTICA, ENTRE LA PLAZA Y EL PUEBLO

La Pluma Dorada plasma la página en blanco con la tinta fina de su pensamiento, inspirada en la situación social, política y democrática que existe en el mundo, y que por supuesto toca también a nuestro departamento: La Guajira.

La política nació en el ágora griega, bajo el sol de Atenas, cuando los ciudadanos se reunían a deliberar sobre el rumbo de la ciudad. Allí la política era un acto noble: el arte de gobernar juntos. Roma la transformó en leyes e instituciones, la Edad Media la encadenó al poder de reyes e iglesias, y la modernidad la reinventó en revoluciones, constituciones y derechos. Desde entonces, las corrientes políticas —liberalismo, socialismo, capitalismo, democracia— han guiado al mundo, unas defendiendo la libertad individual, otras la justicia social, todas con la promesa de servir al pueblo.

Pero lo que nació como diálogo pronto se convirtió en lucha de poderes. Los partidos se volvieron trincheras, las campañas campos de insultos, y la corrupción una sombra permanente. Hoy, los pueblos siguen siendo los más afectados: los que viven de un sueldo, los que dependen de la tierra, los que esperan justicia.

La Guajira: tierra rica, pueblo empobrecido

La Guajira, ese extremo norte de Colombia, es un espejo de lo que la política puede hacer y de lo que ha dejado de hacer. Es un territorio de riquezas inmensas: carbón, gas, sal, viento para la energía eólica, cobre, mares generosos, y sobre todo una riqueza cultural profunda, marcada por la sabiduría ancestral del pueblo wayuu y de las demás comunidades indígenas que la habitan.

Sin embargo, la historia política de La Guajira ha sido, en gran medida, una historia de saqueo y abandono. Desde su fundación, sus riquezas han salido en barcos y camiones hacia otros lugares, mientras aquí no se invierte lo suficiente en educación, salud ni en el fortalecimiento cultural. La política tradicional ha preferido mantener la ignorancia antes que formar ciudadanos críticos; ha visto al indígena no como oportunidad, sino como atraso; ha perpetuado la idea de que La Guajira debe resignarse al abandono, cuando en realidad es un territorio con un potencial humano y natural inmenso.

Las escuelas repiten estándares, pero pocas veces se preguntan si están formando ciudadanos capaces de comprender la política y exigir con argumentos. El maestro, en este contexto, tiene un papel fundamental: despertar conciencias, sembrar preguntas, formar al futuro votante y al futuro gobernante con una visión más amplia que el fanatismo político. Porque la política, entendida como servicio, debería fortalecer al guajiro, no usarlo como escalón.

Una deuda con la educación y la cultura

El gran reto para La Guajira no está solo en administrar sus riquezas materiales, sino en rescatar sus riquezas humanas y culturales. El pueblo wayuu y demás comunidades indígenas no deben ser vistos como reliquias del pasado, sino como guardianes de una sabiduría que puede enriquecer la democracia y el presente. Pero para lograrlo, la política debe apostar en serio por la educación, no como discurso de campaña, sino como compromiso real con el futuro.

Hoy, más que nunca, se necesita que desde las escuelas se enseñe no solo a leer y escribir, sino a filosofar, a pensar el mundo, a comprender la historia política y a cuestionar las estructuras que han perpetuado el atraso. Porque si algo hemos heredado de tantas guerras y luchas es la idea equivocada de que “así nos tocó vivir”. Y no, no es así.

El llamado

La política en La Guajira y en el mundo debe recuperar su sentido: no el poder por el poder, sino el servicio al pueblo. La democracia solo tendrá valor si es capaz de escuchar la voz de quienes han sido silenciados: el indígena, el campesino, el pescador, el obrero, el maestro. Porque ellos son los que más sienten en su vida diaria las consecuencias de las decisiones políticas.

La Pluma Dorada escribe hoy con la esperanza de que la política vuelva a ser bonita, como en sus orígenes: un espacio de diálogo, de respeto, de construcción común. Y con la convicción de que la verdadera transformación comienza en las aulas, en la conciencia ciudadana, en el despertar de un pueblo que ha sido rico por naturaleza, pero empobrecido por las decisiones de sus gobernantes.

La Guajira no necesita más discursos vacíos; necesita una política que la mire como lo que es: un territorio de dignidad, memoria y futuro. Y esa construcción solo será posible si entendemos que la política no pertenece a unos pocos, sino al pueblo que la sufre, la vive y, con conciencia, puede transformarla.

Delia Rosa Bolaño Ipuana 

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