“Impacientados por el presente, enemigos del pasado y privados del porvenir, éramos semejantes a aquellos que la justicia o el odio de los hombres tienen tras las rejas”.
¿Nos suena familiar esta sentencia? Pues claro. Tiene una enorme semejanza con la vida actual en cualquier parte del mundo, democrático, tiránico o extremo de cualquier lado. Sin embargo, la escribió Albert Camus en La Peste, en 1947. Se nos confunde con estos momentos, cuando una pandemia nos evitó enfocarnos en las verdaderas pestes del orbe, las injusticias sociales y los abusos de poder, incluso dentro de los regímenes soportados por métodos electoralmente “limpios”.
Si nos quedamos en lo que concierne a este platanal, bien podemos ratificar la enemistad con nuestro pasado, lleno de intentos por avanzar, con algunos logros en materias sociales, pero con unas enormes talanqueras del sistema político para que la eficacia de las políticas públicas hubiera podido evitar el giro violento, descarrilador, por el que optó el elector colombiano el pasado 2022. Fue fácil convencerlo de que el viraje indispensable era el radical. La evidencia de los elevados y purulentos índices de corrupción del ejecutivo, los brotes sarnosos en la piel del sistema congresional y las llagas tumorosas de la venta de los fallos en las altas cortes judiciales, postraron al país y le subieron la temperatura al pueblo intonso, para utilizar un adjetivo de nuestro poeta cartagenero, el Tuerto López. Se sintió privado de porvenir, ausente de oportunidades y de vida, condenado sin remedio curativo alguno.
Ahora, cuando nuestro presente nos impacienta, a la inigualable manera de describirlo de Camus, observamos que el remedio parece peor que la enfermedad y percibimos que la ansiosa sensación se bifurca: De un costado, quienes votaron por el presidente Petro, ávidos de respuestas prontas y expectantes de cambios inmediatos, ven con desespero que los resultados no llegan, que Colombia sigue in artículo mortis, pero permanecen embelesados con el ágil discurso del mandatario. Y tenemos del otro costado (¿Cuál Dimas y cuál Gestas?), a quienes sabían que la pausa de la democracia no facilita la ejecución de las propuestas modificatorias del sistema y, peor aún, que la mentalidad del gobernante lo iba a impulsar a buscar la fiebre en las sábanas, a construir alternativas apartadas de la esencia de una sociedad, que consta de elementos variados, inclusiva de políticos, obreros, pero también empresarios, creativas y arriesgadas personas que logran plasmar ideas en realidades productivas y comerciales, con un elemental ánimo de lucro. Detestarlos, que es lo que subyace en el alegato presidencial, apartarlos de los procesos en los cuales aportan algo precioso al cuerpo comunitario de una nación, hace un daño irreparable, pues sus abonos al tejido social sirven de prevención a la ocurrencia de muchas enfermedades actuales, como el populismo y la macrocefalia estatal. Cuando propone involucrar a las organizaciones populares en sistemas de producción intensivos en capital y tecnología, como la conectividad masiva y la generación de energía alternativa, se detecta otra parte de la peste: La megalomaniasis, perdón por el término, pero así escrito se parece más a la patología palpable en las circunvoluciones del señor presidente.
Pero, tranquilos; no moriremos de estos males. Aún existen vacunas en la democracia contra epidemias ocasionadas por el sistema, y también contra los remedios esotéricos que nos dieron de brebaje en junio de 2022. Falta el médico y la especialidad concreta que nos recupere de este episodio febril. No se vislumbra el diploma del galeno, ni la temperatura ha bajado ni bajará con los piaches actuales.
Muchas veces nos ha pasado, como pacientes “pacientes”, que, con el mismo diagnóstico, dos médicos nos dan diferentes remedios. Pues cabe la metáfora al razonamiento nuestro por buscar otro facultativo para mayo de 2026, que nos traiga al menos un purgante para estos parásitos enquistados y nos facilite la ingestión sin populismo ni vomitivos.
Muy buen artículo Nelson. Haz tocado las verdaderas razones para que en un sistema cansado, y hastiado de tanta corrupción y vulgaridad, el cambio de logra con cualquier charlatán disfrazado.