Hay generaciones que resisten.
Otras que sobreviven.
Y hay una, apasionada y poderosa, que se atreve a transformar.
En Colombia, ya la vimos despertar con fuerza en 2010 con la candidatura de Antanas Mockus y Sergio Fajardo a la presidencia de Colombia esta generación fue la que abrió paso a una nueva manera de hacer política: ciudadana, ética, sin maquinarias. Aquella generación de estudiantes, profes, jóvenes de barrios y de universidades públicas no ganó las elecciones, pero ganó algo más profundo: la convicción de que el poder también puede ser decente.
Esa semilla no murió. Hoy germina en los territorios, y en Riohacha donde por años la juventud fue relegada al aplauso o al silencio está emergiendo una generación que no repite eslóganes, sino que construye futuro con sus manos, con sus ideas y con su ejemplo.
En La Guajira, tierra de contrastes infinitos, está naciendo una generación así. Una generación que no se resigna al abandono, ni se adapta a la desesperanza. Una juventud que no quiere heredar el desorden, sino reescribir la historia. Una generación que ya no pide permiso para existir: exige ser protagonista.
Según datos del DANE y estudios recientes, Riohacha es hoy una de las capitales con mayores índices de pobreza juvenil en Colombia. Más del 48 % de su población vive en pobreza monetaria, y entre los jóvenes, el panorama es aún más desafiante. Solo la mitad de quienes terminan el bachillerato logran ingresar a la educación superior, y muchos lo hacen no en lo que sueñan, sino en lo que alcanzan. La falta de oportunidades, la informalidad laboral y el rezago escolar estructural han condenado a miles de jóvenes a sobrevivir sin rumbo definido. Pero lo más grave es que el sistema no les pregunta qué quieren ser, solo les dice qué no pueden. Y aún así, esta generación no se rinde: resiste, crea, propone, transforma. En medio de la precariedad, están abriendo caminos que la política ha cerrado durante décadas. Están demostrando que el talento no tiene estrato, pero necesita dignidad para florecer.
Pero lo que las estadísticas no miden es la fuerza interior que está naciendo en medio de esas condiciones. Ni la pasión de quienes, sin recursos, crean colectivos culturales, limpian playas, promueven el reciclaje, crean startups, hacen música, lideran veedurías, o se lanzan a la política juvenil con una frase clara: “No más de lo mismo.”
Esta generación no quiere un futuro regalado.
Quiere derechos garantizados, oportunidades reales y gobiernos que no los usen como cuota, sino que los escuchen como voz legítima. Quieren una ciudad donde emprender no sea una hazaña, donde estudiar no sea un privilegio, donde opinar no sea un riesgo.
Y lo más poderoso: lo están haciendo.
Están creando campañas en barrios, cuidando su territorio, denunciando abusos, sembrando en lo digital una narrativa distinta: Riohacha sí puede, La Guajira sí merece.
Están construyendo un relato colectivo que no parte de la queja, sino de la propuesta.
Nos están enseñando que la dignidad no se hereda, se defiende.
Que no hay que esperar tener poder para ejercer liderazgo.
Que se puede transformar sin odio.
Que se puede resistir con belleza.
En un país donde la política ha sido tierra de adultos desconectados, esta generación trae algo más profundo que juventud: trae coherencia, conciencia y valentía.
Nos están diciendo, con acciones y no con discursos, que la transformación no empieza en el poder: empieza en la esquina, en el aula, en el verso, en el barrio, en la red.
Y si los miramos con atención, no están pidiendo que los representemos. Nos están diciendo: llegó nuestro turno.
Yo, que crecí en una ciudad donde soñar parecía un lujo, hoy veo en ellos una posibilidad concreta.
Ellas y ellos no son el futuro.
Son el presente que se atrevió a no repetir el pasado, a cambiar la forma de hacer política.
La historia de La Guajira ya no se escribirá solo con los apellidos de siempre.
Se escribirá con nombres nuevos, con ideas nuevas y con una promesa profunda:
esta vez, el poder no se heredará. Se ganará sirviendo.
Y cuando Riohacha mire atrás, entenderá que la transformación no empezó en un plan de gobierno.
Empezó con una generación que se cansó de esperar… y decidió construir.
Juana Cordero Moscote