LOS ARCHIVOS DE STRAKA 

En la historia visual de los pueblos indígenas de Venezuela y Colombia, hay una obra que no solo documenta una parte de su historia y resistencia, sino que la dignifica. Hellmuth Straka, fotógrafo austríaco nacido en 1922, combatió en la Segunda Guerra Mundial y fue herido en el frente ruso. Esa experiencia marcó profundamente su mirada. Radicado en Venezuela, donde falleció en 1987, dedicó su vida a retratar con respeto a los pueblos yukpa y wayuu. Su archivo, construido entre los años 50 y 80, es más que una colección de imágenes: es una declaración ética, una crónica de resistencia y una muestra de amor por la humanidad.

Straka no fue un visitante fugaz. Se convirtió en parte del paisaje humano que fotografiaba. Compartió rituales, comidas y luchas, escuchó historias y escribió notas en alemán antiguo que revelan su mirada sensible. En sus apuntes llama a los wayuu Reitervolk, «pueblo de jinetes». Cada palabra, cada imagen, cada trazo en sus álbumes híbridos —donde combinaba fotos, dibujos y anotaciones— revela una voluntad de comprender y no simplemente de capturar.

Una de sus fotos más íntimas muestra a una joven wayuu pintándose el rostro frente a un espejo. Allí, la cámara no observa: contempla. Ese instante, recogido por Milagros Socorro en El soldado y la Venus wayuu, sugiere una conexión profunda, quizás amorosa. Pero lo cierto es que en esa imagen hay una ternura que trasciende lo documental. Es el amor como lente, que se manifiesta en capturar momentos que muestran la esencia humana común, más allá de las fronteras culturales. Una foto digna evita los estereotipos exóticos o la mirada «salvaje» y presenta a la persona en su complejidad: con nombre, historia y emociones. Como un igual, no como un espécimen.

Straka también fue testigo del despojo. Documentó la invasión ganadera y petrolera en tierras yukpa. Era considerado un aliado y fue llamado para documentar el crimen de un joven yukpa a manos de peones de una hacienda del Zulia. Fotografió el lugar del crimen, el cadáver, y escuchó los testimonios. Al regresar fue secuestrado por dos peones colombianos que lo confundieron con un «fotógrafo peligroso» que apoyaba a los indios. Lo interrogaron, lo amenazaron y exigieron sus rollos fotográficos. Gracias a su astucia —había escondido el rollo principal en la caña de su bota— logró convencerlos de que no era quien buscaban y fue liberado.

Organizaba sus fotografías en álbumes de viaje que combinaban imágenes, dibujos y notas manuscritas, creando collages documentales que fusionan arte y ciencia. Esta técnica le permitía contextualizar cada pieza visual y dejar constancia de sus interpretaciones personales. Una muestra de su obra se expone en la Sala Mendoza de la Universidad Metropolitana de Caracas bajo la curaduría del fotógrafo venezolano Vasco Szinetar, en alianza con El Archivo y la Embajada de Colombia en Venezuela.

Su trabajo, realizado a lo largo de años de viajes y convivencia, muestra que la cámara no es un arma de extracción, sino un puente de diálogo y dignificación.

Weildler Guerra Curvelo

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