Durante unos días breves y luminosos de octubre Macondo estuvo en Montevideo. El Teatro Solís y la Comedia Nacional, junto a la Banda Sinfónica y la Orquesta Filarmónica de esa ciudad con la dirección de Marianella Morena y Paula Villalba llevaron adelante el espectáculo Macondo, que se realizó en la sala principal del teatro. Durante eso días se desarrollaron en la capital uruguaya talleres, conciertos, exposiciones, conferencias y sesiones de periodismo performativo. Todo ello constituyó una viva presencia de Colombia alrededor del universo creativo de García Márquez, de las artes escénicas y el periodismo. Pensé en un libro: De plantas y animales de la escritora Ida Vitale, que ocupa un lugar privilegiado en los anaqueles escasos pero laboriosos de mi casa. Pensé en la figura de Pepe Mujica, en su extraordinaria calidad humana y en la coherencia existente entre su pensamiento y el ejercicio práctico de la vida.
Una mañana fuimos de la mano de Jaime Abello, director de la Fundación Gabo, de Carolina Ethel Martínez y de Rody Olivera a visitar una chacra situada en las cercanías de Montevideo. El paisaje era verde, llano y magnifico. Adentro de una casa llena de libros, que bien podría haber estado en los campos de Boyacá sin llamar la atención, se encontraba el expresidente uruguayo Pepe Mújica. Estaba vestido con una guayabera blanca que no era una casualidad, pero si constituía un mensaje inteligible, fraterno y empático para unos visitantes venidos del Caribe.
Como en toda comunicación humana durante los primeros minutos buscamos la frecuencia para transmitir nuestros puntos de vista. Pepe Mujica estaba preocupado por la carencia de propósitos comunes en América Latina. Una extensa región cuyo nombre no se ajusta a la heterogeneidad étnica del continente pues excluye de plano a indígenas, negros y a otros grupos humanos llegados desde el Viejo Mundo como son los árabes, los chinos y los judíos. Un continente carente de propósitos comunes que no reflexiona ni se celebra a sí mismo. No existe un día de Latinoamérica ni siquiera un himno que puedan cantar los niños de las escuelas situadas al sur del río Bravo. Quizás deberíamos empezar esa tarea por el periodismo, acordamos los presentes. «Cuenten conmigo» dijo el exmandatario.
Debido a los imprevisibles meandros del corazón humano terminamos hablando de pájaros. Pepe Mujica contó que mientras conducía su tractor encontró en el pasto un nido de pájaros con cuatro huevos. Eran unas aves llamadas teros que los habían puesto por fuera de la estación en que suelen anidar. El observó cómo, a pesar del incesante cuidado de sus padres, solo dos pichones pudieron sobrevivir al clima y a los chimangos sus depredadores naturales. Nos reveló que debajo del árbol de níspero en el que suele descansar, llega diariamente un pequeño zorzal a comer sus frutos y él se retira para que esta ave pueda alimentarse sin los sobresaltos de la presencia humana.
Sus lecturas revelan a un discípulo de clásicos como Marco Aurelio y Seneca. Hablamos de las cadenas de la riqueza material que actúa a veces como un ancla sobre la libertad humana. Le hablé de los pescadores wayuu que consideran a aquellos que tienen mucho ganado como esclavos de sus propios rebaños.
Él respondió trayendo unas copas y una botella de un whisky irlandés. Comprendí que Irlanda significa tantas cosas en la historia de las naciones que su presencia era también un mensaje. La botella de color verde, por tanto, tampoco era una casualidad. Todos nos despedimos afectuosamente. Me dije, le debo a este inmenso ser humano un sombrero wayuu. En el camino de regreso a Montevideo pensé en los pájaros de Mujica y en dos poemas de Ida Vitale, que cumple hoy cien años de fecunda existencia: “Dame noche las convenidas esperanzas, dame no ya tu paz, dame milagro, dame al fin tu parcela, porción del paraíso, tu azul jardín cerrado, tus pájaros sin canto…… Sólo faltan tristezas de pájaros agónicos para mojar el borde de un pañuelo”.
Weildler Guerra Curvelo