“EL hombre no es un individuo, sino una república habitada por ciudadanos múltiples e incongruentes” fue una de las expresiones que manifestó en su confesión el doctor Henry Jekyll, en el último capítulo del libro: “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” de Robert Louis Stevenson; obra esta que expone en toda su escritura la dualidad moral que a diario abate al hombre. Frase aquella de la cual no queda difícil inferir su intención de decir lo incomprensible, intolerante e inestable que es el ser humano en la mayoría de sus actuaciones, y que seguramente muchos podrán extraer un sinnúmero de significados y analogías con otro conjunto de eventualidades. Desde que inicia el día, nos estamos enfrentando a un nuevo desafío, muchas veces vamos a enfrentarlo con cantidades de prejuicios, una actitud a la defensiva que de manera inmediata crea la más perversa actitud de juzgar la desconocida reacción que mi prójimo va a tener al momento del primer contacto; pero ¿quién soy yo, que aunque ya lancé mi primera piedra juzgando a mi séquito, pretendo recibir la respuesta más alentadora y apacible? ¿qué pretendo cosechar si lo que estoy sembrando son dudas, amarguras, desánimo, odio y orgullo por doquier? Infaliblemente, aquel campesino que ha sembrado en su tierra mangos, nunca va a recoger piedras, o el que siembra papas, va a pretender recoger un cultivo de plátanos, como resultado de ello: “por sus frutos lo conoceréis”; posiblemente hay algo en tu plantación que no está bien y que no te permite obtener los frutos que deseas y que como ser humano, hijo de Dios te mereces, mira bien: MIENTRAS QUIERAS AMOR, SIEMBRO AMOR, MIENTRAS QUIERAS SOLIDARIDAD, VOY A SER SOLIDARIO.
Perder el tiempo no solamente significa quedarse sentado mientras las manecillas del reloj siguen su curso, ello también representa dar vueltas dentro de miles de personas buscando hallar los resultados a mis indiferencias, enojos, incomprensión y estancamiento en algunos planes, cuando realmente soy yo el propio responsable de lo que me está pasando. “Nunca el ojo mira para adentro”, es otra de las frases mencionadas por varios, y es lo que falta en abundancia para empezar a tener, al menos, una vida más tranquila, comenzando con un proceso de asimilación y reconocimiento de mis errores que como ser humano nadie me puede impedir, pero con el firme e insistente propósito de mejorarlos, comprender que si bien hay circunstancias difíciles en la vida de las personas, estas mismas no son para siempre y que en mí está la determinación de superarlas. Acompañado a todo esto, el sobrenatural poder de Dios, a quien muchas veces se le cierra la puerta o se tapan los ojos y oídos para no ver ni oír, por ser la persona que nos confronta realmente, nos hace revolver dentro de sí mismo y admitir en el fondo, la dura realidad: muchas veces me equivoco y fallo. Me equivoco, sí, cometo errores sí, pero no es esto argumento de una persona con sueños y ganas de salir adelante, no es esto justificación para ir por el camino apagando la luz de los demás y encender la mía o con la inescrupulosa excusa de que “así nací, así soy yo y no lo voy a cambiar”, frase que lastimosamente define a una persona mediocre y no posee la madurez para reconocer sus fallas.
Todos los días nos levantamos con una oportunidad grandísima, partiendo principalmente de que no le dimos motivos a Dios para que nos dé el regalo de un nuevo día, por esto, imagina por un momento si por lo menos ayer, agradeciste a Dios por ese nuevo amanecer, si fuiste capaz de dar un abrazo sincero, un consejo de corazón y una palabra inspiradora a alguien que la necesitara, imagina por un instante si por lo menos el saludo que le diste a tu vecino por la mañana fue lo suficientemente cordial o si la comida que le llevaste a tu familiar a la mesa fue con el amor que debe ser; piensa por un momento si cuando tu mamá te pidió el favor de pasarle la escoba a la casa o de sacar la basura, lo hiciste con todo el amor por el simple hecho de ser tu mamá, por estas y muchas más cosas ¿te consideras con el suficiente fundamento para contar con la bendición de vivir otro día más? ¿al menos intentaste hacer algo bien? Cada día se debe ir en busca de la grandeza, pero ella implica la humildad de hacer un esfuerzo máximo por hacer las cosas bien, ser agradecidos, aceptar mis errores que naturalmente tengo, y que no me hace perfecto “no equivocarme” , sino que me hace más interesante equivocarme y seguir intentando no volver a hacerlo. Todo esto, me da capacidad para quitarme de los ojos la venda que nubla mi próspero futuro y la convicción de que en Dios tengo la victoria asegurada; lejos de él nada puedo lograr y es a él quien debo agradar; cuando él va de primero en mi vida, él mismo se encarga de organizarlo todo para que en mi vida solo fluyan las maravillas que tiene preparadas para mí.
Yilber Acosta Pérez