La hora fatal
El ocho de agosto de 1978 se encontraba en su casa de Valledupar. Estaba bien, pero de repente se le presentó un fuerte ardor en el estómago. Lo atendió el doctor Marcelo Calderón quien lo remitió para la Clínica Valledupar. Después de varios exámenes se le diagnosticó que había sufrido un infarto. Duró ocho días bajo el cuidado médico, en donde los amigos llegaban en romería para saber cómo seguía.
Alma solo se apartó de su lecho de enfermo dos veces para ir a su casa, porque Jaime se antojó de unas pastas, las que comía eran preparadas por ella. O cuando le pidió que le hiciera unas paletas rosas con leche y kola, que según su gusto solo ella las preparaba bien.
El quince de ese mes, era un martes festivo y los médicos habían dicho que sería dado de alta a las 8 de la mañana. Todo marchaba bien. Jaime le dijo a alma que le sacara una silla afuera de la habitación. Se sentó. Estaba alegre. Le dijo a Alma, ‘aguaitá Alma que aurora tan bella’. Los rayos del sol empezaron a aparecer. Él le pidió un tinto. Ella se dirigió a la cocina, la que encontró cerrada. Tuvo una corazonada y se regresó, y lo encontró agonizando. Ella no se cansaba de gritar. Las enfermeras y médicos llegaron a tiempo, pero ya había fallecido a las seis menos cuarto al repetirle el dolor en el pecho.
El hombre de las caricaturas rebeldes le dijo adiós a la vida. Su muerte causó el revuelo en todo Valledupar. La velación se realizó en la Plaza Alfonso López en casa de Hernando Molina Céspedes. A las cuatro de la tarde de ese mismo día, se realizó su sepelio en jardines del Ecce Homo con una asistencia total del pueblo.
Su entorno natal
Nació un domingo siete de marzo de 1926 en el hogar de dos patillaleros, Victoria Antonia Maestre Álvarez y Camilo Molina Maestre. Tuvo dos hermanos Elina y Álvaro Molina Maestre. Su devoción hacia sus padres era inmensa, en especial sentía un cariño especial por su madre. Cada vez que la veía o cuando la recordaba, decía reparando su foto, ‘mi postalita, por parecerse a una postal, hermosa, mi mama adorada’. Ella lo consideraba su hijo preferido. Estudió la primaria en su pueblo natal. De doce años se trasladó con sus padres a Valledupar, donde abrió más su afición por la pintura.
Estudió en el Roque de Alba de Villanueva, La Guajira y el Colegio Nacional Loperena donde hizo hasta segundo de bachillerato. Siendo muy niño le rogaba a su padre, situación que terminaba en llanto para que le consiguiera una ‘Niza’ o que quería ‘palema’ palabras que, en su media lengua, lo que quería decir era que le diera tiza y panela. Con la primera, convertía la puerta de su casa en un tablero, en donde aparecían las imágenes de su profesor y las procesiones al pasar por la calle de su casa y con la segunda se daba su banquete, porque era la que más le gustaba consumir.
En el Loperena corregía a los profesores de dibujo y les indicaba como debían hacerlo. Medía 1.74 tenía las cejas pobladas, sus ojos eran color café y era de mirada profunda.
Los amores con Jaime
Los recuerdos vuelven a cubrir la vida de Alma, muchos de ellos, escondidos con el paso del tiempo. Nos dice que, ‘Jaime se hizo amigo de mi hermana Amelia y solo hasta 1966, supe de él, porque salí con mi hermana al centro de Valledupar. Al pasar por el Café La Bolsa, de propiedad de Francisco ‘Colis’ Botero, había una exposición de sus caricaturas. Él salió a la puerta y al vernos, le dijo a mi hermana, ‘Me gusta tu hermana’. Al escucharlo me asusté y le dije a mi hermana que nos fuéramos para la casa. Al llegar a donde vivíamos, le dije a mi madre: ‘Huy amá Adelina en el centro un viejo le dijo a mi hermana, que yo le gustaba. Tenía doce años’.
Sus constantes visitas se hicieron más constantes. Cuatro años después, Alma convertida en una señorita sin malicia, ingenua sin conocer nada de la vida, al tiempo que él, llegaba con el pretexto de verla. Siempre preguntaba por Amelia. La mayoría de las veces se encontraba sola porque su madre trabaja y a ella le tocaba cuidar a sus hermanos menores. Con temor escuchaba sus frases de amor que no terminaban, porque le pedía que se fuera que no gustaba de él.
Un día de los tantos que usó para hacer efectivo su galanteo, le dijo: ‘que si podía volver en la tarde para que le dijera que sí’. Ella en su inocencia le dijo que sí, pero era para que se fuera. El volvió por la tarde y le dijo a su madre, que lo había aceptado y que era su novia. Así se dio ese amor con Jaime. Ella tenía 16 años y Jaime 44. Le llevaba 28 años. Una relación que duró ocho años y del que quedaron dos hijos’.
Un hombre bueno
De sus detalles como padre y compañero de vida, Alma Torres se levanta para hablar del hombre que conquistó su corazón. ‘Él se caracterizó por ser un hombre noble y responsable con sus hijos. Nunca aceptó que los regañara o castigara por alguna travesura. Cuando lo hacía, él se levantaba molesto y decía, ‘Me voy porque esta mujer me va a matar a mis hijos’.
Nunca estuvo en contra del Festival como muchos aseguraron, siempre lo apoyo a través de su crítica, la cual aprovechó para fregarles la vida a su querido Rafael, Consuelo y los hermanos Pavajeau. Le gustaba parrandear con Gustavo Gutiérrez, Fredy Molina Daza, Arturo Molina, José Jorge Arregoces, Hernando Molina, Alfredo Gutiérrez, los hermanos Zuleta Díaz y ante todo con ‘Colacho’, a quien descubrió vendiendo lotería y arreglando acordeones y lo llevó donde los hermanos Pavajeau Molina.
Vivió con intensidad cuando Escalona, Fredy y Gustavo hacían una composición. Por ejemplo, ‘López es el pollo’ la terminó Rafael en el patio de su casa, recostado en un asiento de cuero con la guitarra de José Jorge Arregoces.
La razón del canto que luego le hizo Rafael Escalona tiene su historia. Cada vez que los dos se embriagaban, Jaime le decía, ‘si tú te mueres primero te hago un retrato y si soy yo, me hacei un son’. Nunca se distanciaron. Ni cuando le inventaba chismes a su compañera Alma, en donde él rejuraba que no podía permitir que se quedara con esa media cachaca desteñía. Todo eso que decía él, Jaime se lo contaba a ella y se echaba a reír.
El recitador
Era un recitador de poemas en toda la extensión de la palabra. Le enseñó a sus hijos a adueñarse de la palabra mágica y es así como Victoria de cuatros años y Jaime de dos, eran el centro de sus bohemias constantes, y cada vez que llegaba con sus amigos los ponía en el centro de la sala en donde los cogía la madrugada con su perorata eterna, ‘ahora no voy a hablar yo, ahora van a hablar los Molina en miniatura’, eso solo podía hacerlo Victoria porque Jaime no hablaba claro, entonces Jaime el recitador de poesía, el pintor y caricaturista con su vocerrón desplegaba sus dotes narrativos y decía una y otra vez los versos que Victoria recitaba al pie de la letra para que su hermanito en su media lengua tratara de descifrar.
Sus compañeras de bohemia eran dos radiolas que lograba armar con aparatos viejos que le daban. Una era azul rey que parecía una maleta, la cual Alma guardaba con cuidado y celo debajo de la cama y un día que llegó entonado, la buscó con tan mala suerte que los ratones habían hecho un nido en su equipo preferido y se habían comido los parlantes. La otra era de color café. A las dos las bautizó con el nombre de ‘las trasnochadoras’, porque cada vez que él entraba en el mundo etílico no paraba y repetía sin cansarse, la canción que le gustaba. Solo el sueño le ganaba la partida.
Un solo corazón
Entre Jaime y Rafael nació una admiración mutua, en donde el cariño y el respeto brotaban como el agua de la Malena lugar de encuentro en su niñez. ¿Cuál de los dos era más brillante? ¿El compositor con su pluma narradora o el pintor del pincel denunciante?
En medio del ego de los dos, terminaban por aceptar que eran brillantes, se miraban a los ojos, se abrazaban, mientras el primero le decía, ‘tú te crees que eres el pintor Miguel Ángel y lo que eres, es un pintor de brocha gorda’. No había terminado de decirlo cuando le ripostaba, ‘el piazo de Escalona ese se cree Beethoven. Un bueno para nada’.
El pintor y Jaime eran dos personas distintas cuando el licor aparecía. El Jaime sobrio era callado, se escondía de la gente y guardaba el dinero, pero el pintor bohemio era extrovertido, vivía con intensidad la poesía, se enamoraba y le recitaba con ese extenso palabrerío que se gastaba y la plata que tenía no era de él, sino del que la necesitara.
La poesía de Jorge Zalamea, Jorge Robledo Ortiz, Jacinto Benavente, Federico García Lorca, Andrés Eloy Blanco, José Martí y el indio Duarte. Entre los poemas que le encantaba recitar estaba uno de su primo Rafael Freyle Maestre titulado ‘El templo’, quien además era compositor y creador de la canción ‘Por qué te marchaste’ un bolero que luego apareció grabada por Julio Jaramillo sin sus créditos, hecho a su amada, por la que se dedicó a beber, venciéndolo el licor para morir por amor a orillas del mar de Riohacha, al ver como la mujer que quería lo abandonó y fugó con otro.
Otro poema que atraía su mundo recitador, eran las décimas de José Gregorio Maestre quien sin saber leer ni escribir se apostaba en los caminos con una escopeta de dos cañones y una cartilla de Mantilla y obligaba a los transeúntes a que le dieran un repaso en la cartilla.
En plena segunda guerra mundial se inventó una guerra entre Patillal y Atanquez, la cual dice en uno de sus apartes, ‘Una guerra hay pronunciada de Atanquez a Patillal/la mina es la capital porque está bien preparada/mundo nuevo es el retén donde incendiaron está la artillería/porque allí de noche y de día todo el que pasa lo ven’.
Su compañero Rafael Calixto, el de siempre, no estuvo en el sepelio, solo envió un telegrama que decía, ‘No fui porque no quería verlo muerto, las puertas del cielo deben estar abiertas para él’, pero sí estuvo en los días de convalecencia. Al llegar en su visita, los dos se abrazaron y lloraron como dos niños. Jaime en medio de la emoción le dijo a Alma, ‘manda a buscar a los pelaos para que Rafael los vea y sepa que son inteligentes’.
Sus gustos musicales
Su gusto por la música era variable desde la vallenata, bolero, balada, llanera. Sus acordeoneros predilectos eran ‘Colacho’, Emilianito, Luis Enrique, Miguel López, Israel Romero, le gustaban obras como ‘Dime por qué’ y ‘La fregona’ de Rafael Gutiérrez Céspedes, ‘La celosa’ de Sergio Moya Molina, ‘los tiempos de la cometa’ y ‘A nadie le cuentes’ de Fredy Molina Daza, ‘Rumores de viejas voces’ y ‘La espina’ de su querido Gustavo Gutiérrez Cabello. Decía que el Binomio de Oro era el mejor conjunto del mundo y su canción preferida era ‘Momentos de amor’ de Fernando Meneses Romero.
Aunque no cantaba sentía la música, no importaba de donde esta viniera. Sobre él, muchas voces le cantaron en especial Gustavo Gutiérrez Cabello quien lo hizo personaje imprescindible en sus versos, muchos de ellos llenos de reclamo, ‘como el pintor molina que duerme bajo el olvido de una casita de palma del viejo valle querido’ o Consuelo Araujo Noguera quien lo conoció como la que más, al decir, ‘Molina fue introvertido pero mordaz ponedor de sebo, que de cuanto hecho ocurría en el salón de clases o en el pueblo pintaba un cuadro para ridiculizar la situación y a sus protagonistas. Sus pinturas son consideradas parte de la cultura vallenata’.
Realizó el logo en 1965 del Festival de la Leyenda Vallenata y el escudo de Valledupar, pese a que no dejó títere si cabeza al sentenciar, ‘hagan una pileta en medio de la plaza para que se ahogue Consuelo y Rafael con su festival’. Fue en esencia un caricaturista, actividad que realizó como un hobby. Siempre tomaba un hecho, el cual ponía en concordancia con los personajes cuyas imágenes eran de un parecido impresionante. Tenía una visión crítica de la época y además lograba parecidos impresionantes con los personajes retratados. También trabajó la publicidad y la propaganda para los políticos, hacía afiches, pasacalles, calcomanías, marcaba los diplomas para los colegios y restauraba imágenes fotográficas.
Así lo recuerdan
El auditorio de la Escuela de Bellas Artes lleva su nombre. Uno de los mejores regalos que le pudo brindar Rafael Escalona Martínez a la música vallenata es el paseo ‘Jaime Molina’, una elegía construida como lo deben hacer los buenos creadores, en donde se resalta el valor de la amistad a través de cuadros humanos que en nuestra provincia eran de buen ejemplo a seguir, obra que fue grabada por primera vez por un trío de guitarras, porque su autor quería que ese canto no lo bailaran, luego en 1982 por el cantante Alfonso ‘Poncho’ Cotes Jr. y el Rey Vallenato Ciro Meza Reales, pero la versión que la catapultó fue la realizada por Carlos Vives y su provincia en 1991 en el álbum ‘Escalona: un canto a la vida’, que sirvió de banda sonora de la serie televisiva Escalona. Versos que catapultan en doble vía lo que ambos sentían, ‘Recuerdo que Jaime Molina/cuando estaba borracho ponía esta condición/que, si yo moría primero me hacía un retrato/o, si él se moría primero le sacaba un son/ahora prefiero esta condición/que él me hiciera el retrato y no sacarle el son’.
Sobre esa obra el periodista Juan Gossaín Abdala no dudó en decir que era, “la más estremecedora canción vallenata que ha habido en la historia de la música vallenata. Que un hombre se ofrezca a morir en lugar de un amigo, eso solo lo hace un genio como Escalona”.
No era raro verlo en su comando, volándose más de una escuadra en temple y con su vociferante voz, injuriaba con palabras de alto calibre todas ellas llenas de cariño. Todo terminaba en las peleas de siempre, en donde Rafael le lanzaba más de un carajo de esos que sabía decir, y Jaime que no se quedaba corto, le expresaba frases para herir el ego del creador, ‘Eres un mal compositor que se cree mejor que Vivaldi y no compone ni una silla’, ‘Cretino, tienes más ego que toda la argentina junta’ y salía despavorido. No era mucho lo que demoraba para llegar de nuevo a la casa de la Mona del Cañaguate, desde donde operaba el mandato amoroso del patillalero compositor. Se volvían a abrazar y se daban besos y volvía la paz en ambos bandos. Todas esas acciones vividas por ellos, las refrendó el creador Rafael Escalona Martínez, la que recoge en estos versos, “Famosas fueron sus parrandas/que a ningún amigo dejaba dormir/cuando estaba bebiendo siempre me insultaba/con frases de cariño que sabía decir/después en las piernas se me sentaba/me contaba un chiste y se ponía a reír”.
Esta canción es una oda llena del más profundo lirismo que pone de manifiesto la partida de un ser querido, que más allá de ser amigo, paisano, es un hermano entrañable que es sublimado más allá de cualquier acto amoroso, muchas veces mal interpretado
Fue un hombre que más allá de ser reconocido como pintor y caricaturista en toda la aldea vallenata, fue un sencillo vocero de lo popular y todo lo resolvía con unas salidas propias llenas de frases sentenciosas: ‘Uno se muere cuando lo olvidan’, solía decir, realidad que fue evidente al partir, dejando a su compañera Alma Rosa batiéndose con sus dos hijos, en donde solo las acciones generosas de su ahijado Franco Felizzola, quien le dio un trabajo en su librería Distribuidora Bibliográfica, seguido por su primo hermano Hernando Molina Céspedes, apoyador permanente de los estudios de medicina de su hija Victoria, en la Universidad Libre de Barranquilla y su mamá Adelina, quien nunca dejó de cuidar a sus hijos y poder ella salir a trabajar, lograron contribuir para que la obra artística y humana que rodeó al artista patillalero no entrara en ese profundo acto que los humanos solemos brindar a diario.
Para evitar que la obra desapareciera, en donde intentos anteriores no dejaron un sabor agradable dentro del ambiente vallenato, cuando un reconocido periodista de la región se hizo con toda la obra del ilustre pintor y caricaturista, porque iba a realizar un libro, el cual nunca llegó, para fortuna de nuestra cultura y de los que saben de lo dejado por el artista y todo que quiere saber, quién es el hombre que le arrancó más de una lagrima a Escalona y le dijo lo que sentía sin dejar de quererlo, es interesante saber que el año anterior, el archivo general de la nación inauguró la exposición ‘Historia política de un pueblo’, exaltando el legado cultural del maestro patillalero Jaime Molina Maestre, al restaurar una cantidad importante de su obra, con el que se reinventa todo lo dejado por él, lo cual será confiada al resguardo del Archivo Histórico de Valledupar, asegurando su conservación y permitiendo a los ciudadanos experimentar el enriquecedor Patrimonio Documental de la Nación y del territorio Cesarense.
Hay Jaime para rato
El tiempo sigue reafirmando no solo al pintor o caricaturista sino a una especie de pensador, que tuvo la sensación de vivir la vida como valía porque según sus reflexiones, ‘el dinero sirve para muchas cosas, pero no para todas’ o cuando encontraba una muchacha en la calle del Cesar y le lanzaba sus piropos y ella no le respondía. Se detenía y se decía, ‘es que yo tengo un problema, estoy enamorado de una mujer que no me gusta’.
Una vez se enamoró de Maruja, una vendedora de yuca en el mercado y cuando estaba en tonado se iba para donde ella y le declamaba ‘Cuento de mar’, donde dice el verso original, ‘acompáñame tu dulce chiquilla’, él le decía, ‘acompáñame tu dulce yuquera/arranca tus raíces del mercado’. Cuando lo arropaba la melancolía, miraba a los lejos y sin pensarlo dos veces, desgranaba su mundo poético, al decir, ‘a mí no me mata una bala/a mí no me mata el tiempo/a mí no me mata la muerte/a mí me lo que me mata es el olvido’.
La parranda de Jaime era de días, muchas veces de tres o más. Al deshidratarse, Alma lo llevaba al hospital y le reclamaba que no era bueno para su salud el beber y no comer en los días en que le daba rienda suelta a la bohemia. Él levantaba y la cara y decía, ‘los artistas no comemos porque un artista con la barriga llena no puede pensar’.
Cada vez que peleaba con Alma se iba furioso para la calle, donde duraba horas hasta que lo cogía la tarde. Llegaba y se paraba en la puerta de la casa y decía, ‘volví porque te quiero’.
En más de una ocasión, no estaba a gusto con lo que pasaba en su tierra. Cuando eso ocurría, no dudaba en decir, ‘mañana me voy de este pueblo infeliz’. Los amigos y Alma que lo conocía en demasía, le preguntaban: ¿para dónde te vas? ‘para el Copey’ decía imponente. De esa actitud tomó Gustavo Gutiérrez Cabello su retahíla y la insertó en su canción ‘Rumores de viejas voces’ ganadora del Festival vallenato en 1969, cuyo verso dice, ‘Jaime Molina y sus versos de amores/ya quieren irse por odios y piques’.
En los tiempos de elecciones, Jaime aprovechaba para lanzar sus diatribas, las cuales temían los candidatos de turno., ante todo aquellos que no eran de sus afectos, a quienes les decía, ‘Yo no comulgo con los pícaros de turno/que se parean en la plataforma de la infamia’, así llamaba a la tarima de la plaza Alfonso López donde los políticos se subían a echar sus repetidas arengas.
Muchos se quedarán con el Jaime sobrio, otros con el bohemio. A mí me encanta recordar al creador de denuncias a través de su pincel hiriente y señalador, al ser amoroso, amigo y leal, no importa como estuviera.
Félix Carrillo Hinojosa – FERCAHINO