RIOHACHA: PUJANTE Y CAÓTICA

LA CIUDAD DE LA PLAYA, Así la llamó el poeta guajiro José Agustín Solano Carrillo en su poema “A Riohacha”

la ciudad de la playa, la encantada durmiente,

donde puso su tienda un hidalgo de oriente

de la antigua conquista, Nicolas de Federman

bajo cedros plantada a la vega del rio

y a voleo sembrada sobre el campo baldio,

la simiente que hoy surge bajo el sol del afán.

Riohacha amanece siempre con el rumor del mar y la aridez del desierto, el viento nordeste levanta la arena en espirales que se mezclan con el olor a sal, recordándoles a sus habitantes que aquí la vida se libra entre la abundancia de agua que da golpes de playa a la costa y la sed que reina tierra adentro y a lo largo del puño septentrional. EL LETARGO DE LOS SIGLOS, Riohacha siempre ha sido una ciudad de silencios largos y despertares bruscos, fundada en 1545, creció a la orilla del mar Caribe como un puerto donde el contrabando y el mestizaje escribieron las primeras páginas de su historia, era un lugar donde los vientos del desierto se mezclaban con la brisa marina, y donde la resistencia de los wayuu marcaba el pulso de una tierra que nunca se dejó domesticar del todo, durante siglos, Riohacha vivió en un letargo sereno, casi ajena al vértigo de otras ciudades del Caribe colombiano, mientras Barranquilla se transformaba en polo industrial y Cartagena se consolidaba como destino turístico internacional, la capital guajira parecía detenida en el tiempo, sus calles angostas y polvorientas, sus casas de bahareque y su vida tranquila le daban un aire de aldea costera más que de ciudad capital, donde la pesca, la sal y los oficios sencillos sostenían una economía de resistencia más que de expansión. EL DESPERTAR SUBITO.

Ese letargo se quebró hace apenas unas décadas, la ciudad, que dormía a la sombra de palmas y bahareques, despertó de golpe, como si alguien la hubiera empujado al torbellino del presente, llegaron migrantes de todas partes, levantando barrios enteros en la periferia, el turismo descubrió la magia de su malecón y de los caminos que conducen al Cabo de la Vela y Mayapo, los vendedores llenaron las calles con sus voces y el bullicio reemplazó el silencio de antaño, hoy Riohacha se debate entre la pujanza y el desorden, tiene la vitalidad de una ciudad joven, con una población mayoritariamente caribeña y wayuu que resiste, emprende y crea, la cultura vibra en cada esquina, desde las mochilas colgadas en los mercados hasta los acordes de nuestra música vernácula de acordeón que recuerdan a Francisco el Hombre, que acompañan las fiestas patronales; pero esa fuerza convive con problemas que se multiplican: el agua que escasea, los servicios públicos insuficientes, la falta de planificación urbana y el crecimiento desbordado que amenaza con tragarse su identidad histórica. LA VITALIDAD Y SUS SOMBRAS, Riohacha es hoy frontera y destino, origen y promesa, es una ciudad que no cabe en los moldes del desarrollo lineal porque su historia siempre ha sido de saltos abruptos y pausas largas, la pregunta no es si crecerá —porque ya lo hace a toda prisa—, sino, si logrará ordenar ese crecimiento sin perder la memoria que la hace única: su vínculo con el mar, su raíz indígena, su resistencia de siglos y la sensación de desgobierno atraviesa la ciudad; los habitantes coinciden en que hay pocas acciones reales desde la administración: anuncios, sí; planes, muchos; soluciones, pocas; la improvisación se ha vuelto norma y Riohacha se expande como un fuego sin control, devorando su propia identidad y su tranquilidad, Riohacha necesita urgente de una curaduría urbana que le de dimensiones formales a  su crecimiento acelerado.

LA CIUDAD SITIADA, Riohacha crece y crece rápido bajo el peso del desorden, la inseguridad y la inacción administrativa local, que son hoy las tres sombras que amenazan su futuro inmediato, es una ciudad vital, colorida, pero también es una ciudad sitiada por la caoticidad, golpeada por la inseguridad y huérfana de un liderazgo firme que la encamine hacia el futuro. EL ESPÉJO DEL TIEMPO, Riohacha es un espejo que refleja dos tiempos al mismo tiempo: el pasado que la retrasó y el futuro que la acelera, late con la intensidad de lo nuevo, pero arrastra todavía las heridas de lo viejo.

ENTRE LA CALMA Y EL VÉRTIGO, Al caer la tarde, cuando el sol enrojece el horizonte y el viento sopla con más fuerza, Riohacha parece detenerse otra vez, el Caribe golpea suavemente el malecón, los niños juegan en la arena, las mochilas flamean en los puestos de venta, y uno entiende que esta ciudad vive en un equilibrio frágil entre la calma y el vértigo, al caer la noche, cuando la brisa refresca la ciudad, el miedo no se disipa: muchos evitan caminar por ciertas calles, otros apresuran el paso para llegar temprano a casa, Riohacha, que debería ser vitrina del Caribe y orgullo de La Guajira, parece caminar sobre un filo delgado, atrapada entre la promesa de crecimiento y el riesgo del colapso.

¿Será capaz de convertir su crecimiento en desarrollo sostenible? ¿O quedará atrapada en su propia caoticidad?

Salustio Agustín Solano Cerchiaro

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