Hay diversidad de formas para saber cuándo algo funciona bien o mal. Desde los años 60 del Siglo XX los japoneses inventaron formas y metodologías para medir el desempeño de sus compañías, e instituyeron formas de premio para incentivar el buen ejercicio de todas ellas. Las empresas, y también el Estado, adoptaron tales metodologías hasta que se volvió costumbre funcionar bajo patrones de buen desempeño para certificarse con grado de excelencia, un valor agregado para el buen nombre de la empresa y el prestigio comercial.
Los países acuden hoy a diversas formas de medición para conocer su estado de salud institucional, de modo que sea posible corregir por si hay defectos en la gestión. De igual modo para saber si la población crece y cómo lo hace, o si la economía crece y a quienes beneficia, bien para saber si mejoran los estados de bienestar en las personas, bien para medir los niveles de seguridad interior, o el crecimiento de la producción y las tendencias en materia de rentas nacionales, correlacionadas éstas con los indicadores de empleo e ingresos per capita, los indicadores generales de salud, de educación, etc. Todo, o casi todo, se puede medir, sólo es cuestión de tener a mano los instrumentos adecuados para hacerlo. Las agencias nacionales que producen datos juegan en esto un papel preponderante en cuanto son responsables de informar con actualidad y confiabilidad sobre realidades presentes en el desempeño de los países y lo que las cifras representan con referencia a la vida de las personas. Es ésta una gran responsabilidad, tanta como para establecer diferencia entre lo que el gobierno de turno quiere que se sepa y lo que el país necesita conocer en realidad. El asunto es tan delicado como eso, hasta el punto en que son los “datos oficiales” los que tienen el poder de “crear” realidades sobre las cuales no se tolera discusión.
En reciente informe del Ministerio de Hacienda sobre ejecución del Presupuesto General de la Nación se puede leer el bajo nivel de ejecución de los recursos del Estado a esta altura del año, llegando casi al cierre del período fiscal. Según el informe del PGN para el mes de octubre[i], de un presupuesto general de 503,4 Billones de pesos, el país disponía de 308,9 Billones para Funcionamiento (61,4%), 100 Billones para Inversión (19,9%) y el resto para Servicio de la Deuda (18,8%).
Para cumplir con ello, se ha llegado en octubre a una apropiación cercana a 480 Billones de pesos de recursos de la Nación, es decir recursos disponibles en efectivo, que equivale a decir 95% del monto necesario para distribuir en los tres grandes ejes del gasto público. La ejecución en este aparte, por el contrario, es apenas superior al 62%, es decir apenas por encima de 297 Billones, con un saldo por ejecutar de cerca de 183 Billones.
Lo que se ejecutó dentro del monto de recursos de la Nación efectivamente apropiados y pagados, será sometido, ojalá, a un examen de cumplimiento de metas y compromisos, mientras lo que no, se absorberá en la fuente fiscal y será deducida del Presupuesto de 2025, indicando con ello que el país se quedó corto en capacidad de ejecución y que se fue de largo en la previsión de necesidades del gasto público. Esta pequeñez tiene un significado muy grande porque obliga a pensar para qué quería el Gobierno una Reforma Tributaria tan cuestionada si no iba a ser capaz de ejecutar lo que pretendía recaudar. Este resultado muestra un desempeño institucional agregado de 61,8%. Es decir, si se pudiera comparar con el desempeño de un escolar en cualquier grado de Primaria o de Educación Media y Media Vocacional, la nota sería un triste y modesto tres (3,0).
Fuente: Dirección General del Presupuesto Público Nacional – Subdirección de Análisis y Consolidación Presupuestal
Es el informe de la gestión gubernamental en relación con la aplicación de los dineros públicos en la atención de las necesidades apremiantes del país. Se presume que estos dineros, que provienen de la contribución tributaria de todos, deben ser aplicados con la pulcritud y oportunidad necesarias para que las necesidades de inversión social, muy especialmente, se cubran de manera eficaz para que las gentes puedan sentirse bien y seguras, y tengan quizás argumentos para declararse satisfechas con su Gobierno, si es que se lo llegaren a preguntar. Si la respuesta es SI, sabemos que “el pueblo” siente que el Gobierno está haciendo su tarea de manera eficiente y acumula merecimientos para ganar aprobación entre el público, pero si la respuesta llega a ser No, sabemos que las gentes no están logrando percibir resultados en los asuntos que son del común y que todos consideran vitales y urgentes, así es que desaprobarán por la sencilla razón de que no lo ven acertado en la tarea de resolver las necesidades que afectan sus vidas.
La cuestión es delicada porque, en un caso como el de Colombia, que acumula ya dos siglos de vida republicana sobre otros cuatro siglos de colonialismo, “el pueblo” ha sentido siempre su gobierno como algo lejano, algo que no le pertenece, que con frecuencia le extorsiona por la vía del tributo, que le oprime y le coarta en su libertad, que le niega el apoyo y le excluye de las oportunidades de progreso y bienestar, que le niega la tierra y el derecho a su territorio, que le aleja de la condición de riqueza y le confina en la pobreza irremediable, y en cambio sí trabaja duro para beneficiar algunas élites que se creen superiores en merecimientos y que reclaman prebendas y beneficios para mantener su posición de privilegio y el dominio del poder. Mientras tanto proliferan movimientos y facciones políticas que buscan ocupar espacios en las esferas de poder para participar a su acomodo en la tómbola de recursos, en los privilegios de la contratación, en los beneficios secretos al interior de las políticas públicas, sin importar si al final se llega a resultados para beneficio de las gentes o no. En un país así, el Gobierno encontrará siempre enemigos y contradictores entre el pueblo, así como razones para el resentimiento general y por ende para recibir desaprobación.
El país necesita de líderes renovados e impregnados de fuerte espíritu social que comprendan la urgencia de invertir los recursos públicos en los lugares donde se originan los problemas, esto es en las regiones y los territorios, no en las cómodas oficinas de las élites del poder. La riqueza del país, entendida de modo general, debe distribuirse de manera inteligente para generar impacto en la vida de las grandes mayorías que trabajan la tierra, o en aquellas que hacen que opere la industria, o en quienes prestan servicios por doquier, e irrigar beneficios para todos ellos sin caer en la penosa manía de lucrar a aquellos que forman círculos cerrados de poder en torno a los gobiernos de turno. Cambiar esa dinámica perversa podría revertir sin duda el resentimiento histórico que agobia las poblaciones más necesitadas y despertar en ellas una nueva confianza en el Estado; no hacerlo puede significar nuevas escaladas de descontento que terminen en graves escenarios de disturbio y violencia, ahora llamados “estallido social”, lo que de seguro conduce a la ruina social y a un riesgo inminente de revuelta.
Gustavo Petro proyectó su propuesta de Gobierno como el líder del “Cambio” y perdió hasta ahora la preciosa oportunidad de hacerlo. Como la gran mayoría de los presidentes de este Siglo y de los anteriores, se sumió en un discurso “partidista” que le llevó a encasillar su propuesta de gobierno en narrativas confusas que finalmente llevaron su propuesta programática al fracaso. Lo decimos sólo con observar que sus ideas “progresistas” y “del cambio” no pudieron –hasta ahora- llevarse a la práctica. He ahí el principal error de su gobierno, si se reconoce que cada iniciativa se ha venido desmoronando una tras otra, primero por su falta de liderazgo práctico para convencer y segundo por su incapacidad para dirigir el ajuste institucional que necesitaba para encarrilar sus ideas.
Aquí queda planteada la necesidad de aclarar la disyuntiva si el Presidente Petro entendía lo que quería hacer cuando llegara al gobierno, o si más bien ignoraba lo que tenía que hacer si acaso llegaba al poder. Podemos proponer señales inequívocas de paquidermia en el gobierno “del cambio” que respaldan lo dicho:
Primera evidencia: la inversión social para la Agricultura y el Desarrollo Rural, ¿no era esa una prioridad absoluta en su propuesta del cambio? A través de este Ministerio el Presidente puede llegar a inmensas mayorías necesitadas, acaso las más grandes del país, de tal modo que era y sigue siendo urgente acelerar el paso para resolver el atraso estructural del Modelo Productivo Nacional y se haga una Reforma Agraria verdadera que conduzca a un aprovechamiento eficaz de las tierras disponibles y la implementación de esquemas sostenibles de producción que impacten en la economía de los territorios.
Esta era su más valiosa oportunidad y el Presidente Petro la está desperdiciando, como ya lo hicieron la gran mayoría de mandatarios de esta dolorida Nación en el presente Siglo y en el anterior, todo porque se desconoce y sub valora el desarrollo del Agro y el entorno rural como la principal alternativa de riqueza nacional y estabilidad social.
Segunda evidencia: el rezago en la inversión social para Educación. Desde los primeros días de la República, la prioridad de la Educación quedó signada en la vida de la Nación. Los presidentes desde el Siglo XIX parecen haberse puesto de acuerdo en no hacer nada para que el país se educara y se hiciera una potencia en el eje occidental, de tal modo que no es una sorpresa que Colombia ocupe el modesto puesto que ostenta hoy, todo porque sus líderes han carecido, con contadísimas excepciones, de suficiente visión de estadista para inducir el esfuerzo del Estado en la preparación y educación del pueblo para el trabajo, la productividad, la innovación, la generación de riqueza. El Estado, atento para apoyar tales iniciativas de desarrollo productivo e industria, generadas en una población bien educada, hubiera sido el actor principal en el “milagro económico nacional”. Pero no, no ha sido así porque los Gobiernos se fijan primero en los negocios de los amigos políticos y los círculos de élite, así es que los indicadores sociales se quedan atrás. El pueblo permanece excluido de una mejor oportunidad.
Tercera evidencia. El rezago en inversión social para el trabajo. La realidad presente es que una gran mayoría de hombres y mujeres en edad económicamente activa galopa en la informalidad (por encima del 55%, según informe DANE para el período julio-septiembre)[ii]. Esta realidad puede significar que un contingente cercano a 14 Millones de colombianos está trabajando en la calle sin poderse pagar sus salarios ni cotizan a seguridad social y pensión. Esta realidad está muy lejos de parecerse al desarrollo equitativo deseado por todos.
La propuesta del cambio había podido entrar de lleno en esta tarea de promover el crecimiento de la industria y la manufactura para generar empleo, particularmente en las regiones, con impresionantes efectos sociales. El Estado se ha mantenido siempre ajeno a la posibilidad de invertir en el desarrollo de industrias en promisorios renglones de la agroindustria, la manufactura de bienes de consumo doméstico, la producción de artefactos para los hogares, en el marco de la transición energética y mucho más, sin embargo, la propuesta de “el cambio” no se fijó en esa oportunidad y se dejó llevar por el mismo sendero de los gobiernos neoliberales que le antecedieron. Para completar, presentó una reforma, no solo mal conceptuada, sino que quedó mal aprobada, lo cual puede significar su inminente caída en el examen de procedimiento y constitucionalidad en las Altas Cortes. En resumen, ningún cambio al respecto.
Cuarta evidencia: rezago en la inversión social para la igualdad. La propuesta del “cambio” incluía la creación del Ministerio de la Mujer. Finalmente se creó, pero con graves defectos de inconstitucionalidad, por lo cual se cayó en las Altas Cortes, y con serias deficiencias de operatividad. El resultado es que el presupuesto que se pudo asignar para cumplir su Misión se está quedando sin ejecutar por incapacidad institucional. Los planes de inversión en sectores altamente vulnerables de aquellas poblaciones marginadas que conforman el sujeto principal de atención de este Ministerio, se verán aplazados porque el nuevo estamento de alto Gobierno no logró entrar en operación como es necesario y tendrá que cerrarse en 2026. Sin embargo, no se ha detenido el gasto en burocracia y funcionamiento, sin que ello represente un impacto plausible en los conglomerados sociales que son su objetivo de “igualdad”.
Quinta evidencia: rezago en el deporte. La propuesta de “El Cambio” habla de Colombia como Potencia de la Vida, sin embargo, el deporte se va quedando sin plata. A las instituciones les recortan el presupuesto y a los deportistas de alta gama les retiran los auxilios que necesitan para poder dedicarse de lleno a su preparación. Sin embargo, el Gobierno quiere que los deportistas regresen de las justas deportivas, cualquiera que ésta sea, llenos de medallas ¿Cómo se hace esto sin preparación suficiente, sin entrenadores calificados, sin dinero?
Sexta evidencia: rezago en el proceso de Paz. La propuesta de “el Cambio” se fundaba en la ejecución de la estratega de << La Paz Total>>. Bajo esa noción de acción gubernamental, quedaba implícito el trabajo serio y coordinado para lograr la desmovilización del ELN y todos los demás grupos alzados en armas, así como el sometimiento a la justicia de una buena parte de las bandas del crimen organizado. Los resultados son desalentadores porque no se ha conseguido ni lo uno ni lo otro. Muy al contrario, han escalado las disidencias de las FARC, el ELN se ha explayado en evasivas y aplazamientos y las bandas criminales andan por todas partes, como “cucarachas de fiesta en la cocina”. Por si fuera poco, el Gobierno Nacional decidió que los delincuentes que una vez estuvieron del otro lado de la línea en los combates se han tornado en “buenas personas” y por esa razón se les nombra “Gestores de Paz”.
Lo dicho nos lleva necesariamente a la posición de preguntar si vamos bien o vamos mal. ¿Qué tanto aprueba el país el gobierno que tiene? ¿Qué tanto lo aprobaría después de leer lo dicho aquí? Las encuestas de opinión en noviembre muestran que 53 personas de cada cien desaprueban el gobierno actual, lo cual sirve para inferir que crece la mala opinión en el público en general, aunque se advierte que al menos 43 personas de cada cien conservan buena opinión. [iii]
¿Y qué tan satisfecho se encuentra el país en el momento presente? Se trataría de saber cómo se siente cada persona en el momento presente, si es que se llega a medir el grado de satisfacción con respecto a distintos eventos de referencia como la seguridad, la salud, el trabajo y los ingresos familiares, entre tantos. No es fácil conseguir un resultado objetivo, sin embargo, la satisfacción se admite como una señal de tendencia que puede servir de advertencia a gobernantes serios y responsables para orientar su tarea.
En conclusión, las cifras muestran que el país marcha mal en su tarea de apropiar y ejecutar recursos públicos para atender necesidades de urgencia social. La corrupción que permea la institucionalidad del Estado debilita su capacidad de gestión y le aleja de toda posibilidad de dar buenos resultados, y eso la gente lo siente en lo más profundo. Todos quisiéramos contar con una institucionalidad seria, rigurosa, pulcra, decente y transparente, pero pasa el tiempo y lo que se ve es un aparato estatal de espalda a las gentes, distraído en imponer políticas públicas carentes de toda lógica, y hundido en el desorden y la improvisación. El Presidente está convencido que va bien, pero, como buen líder del populismo, es un ilusionista que crea en su imaginación mejores realidades para el país sin que medie en su razonamiento un soporte técnico rescatable. Ese es el camino que le viene bien, porque es el que le permite manipular voluntades débiles y llenar las plazas de hinchadas que aplauden para alimentar su propia vanagloria. En ese mismo camino, para completar su lastimosa comedia, se ha rodeado de lacayos que se mueven tras el anhelo desmedido del poder y un grosero afán de lucro personal. Ese es el gobierno que la mayoría no aprueba.
[i] El COLOMBIANO. Fuente: Corficolombia -Ministerio de Hacienda. Infografía: El Colombiano. Ejecución del Total del PGN por Sectores. 2024.
[ii] DANE Informalidad en Colombia. Encuesta Polímétrica para el período julio – septiembre 2024.
[iii] Encuesta de Favorabilidad del Gobierno Petro. Cifras y Conceptos. Noviembre de 2024.