“Cuando no quedaban más coraceros, cuando cesó el humo de los cañones, cuando el humo del fuego de la metralla se hubo disipado, permanecía aún de pie, desafiante y diezmado en el campo de batalla, un último cuadro. El comandante inglés observaba admirado, cómo la orgullosa guardia imperial francesa, plagada de heridos y muertos, oponía a sus fusiles y cañones, los sables y bayonetas que aún quedaban tras agotar sus municiones. En su mente había espacio para la piedad, de ofrecer una merecida pausa y recompensar el sacrificio y muerte de miles de hombres, cuando de repente, se escuchó de las líneas inglesas un grito fuerte, pero compasivo: rendíos valerosos franceses!. Cambronne desafiante, contestó: ¡Mierda!”.
De acuerdo con la corriente culturalista del estudio de la guerra, el desenlace de la batalla de Waterloo, relatada en la novela “Los Miserables” de Víctor Hugo (1862) muestra la guerra como una experiencia simbólica, ritualizada, manifestación de un universo moral compartido, reflejo de un pasado y una herencia común, que sirve como referencia normativa para presentes y futuras generaciones. Contestar de esa forma al rayo que te fulmina, al enemigo que te ha derrotado, es también, vencer, ya que, a pesar de la adversidad, los principios y códigos morales y éticos prevalecen. Según Keegan (2004, p.7), la guerra expresa sentimientos “producto de algunos de los temores más arraigados del hombre: el temor a las heridas, el temor a la muerte, el temor a poner en peligro las vidas de aquellos de cuyo bienestar se es responsable”, pero exhibe también “algunas de las pasiones más violentas del hombre: el odio, la rabia y la pulsión por matar”. Este fenómeno permite identificar tres aspectos, el primero, cómo una declaración individual, refleja sentimientos colectivos y compartidos, el segundo, la importancia de homogeneizar un grupo para la guerra, y finalmente, cómo en el presente, la progresiva eliminación de límites morales y normativos en la guerra impacta la construcción de identidades colectivas.
En primer lugar, si bien “mierda”, es expresión de un solo individuo, es manifestación de aceptación colectiva, reflejando lo que Tleitler (1977) denominó como el “Espíritu de Cuerpo”, o aquello que hace que un grupo humano sea socialmente distinto de otros. El “Espíritu” se instituye a partir de tres elementos: las prácticas o rituales que permiten la adquisición de habilidades comunes para la guerra; la interacción permanente en espacios específicos, como los cuarteles, las escuelas de formación, promoviendo lazos de camaradería y finalmente, la identificación del grupo hacia un objetivo común. Este fenómeno social es regido de acuerdo a Lapassade (1985, p.69), por leyes y normas que establecen su funcionamiento interno y su propósito; las primeras se refieren a las reglamentaciones que modelan el marco normativo formal, como la cadena y jerarquía de mando. Las segundas, se establecen bajo pactos colectivos voluntarios e informales, como los principios, los juramentos, la identificación con símbolos de representación colectivos, e incluso, los sistemas de participación y dirección que llevan a escoger dentro de un grupo, a sus líderes.
En segundo lugar, la homogeneización del grupo busca normalizar a sus integrantes, para favorecer la cohesión y contener la desviación. Cohesión es la fuerza que dirige, que dá sentido y claridad al propósito común, edificando identidad y promoviendo la aceptación y difusión hacia otros, de las normas institucionales y grupales. Desviación se refiere a las fuerzas que desde interior y el exterior amenazan la unidad, dificultando la adaptación a los valores, normas y finalidades de conjunto e incluso, amenazar su supervivencia. La proximidad e interacción permanente de la que habló Teitler, es uno de los instrumentos que emplean las instituciones militares para contener desviación, ya que, aunque es fuente de afinidades y desafectos, permiten al grupo, por ejemplo, adaptarse a las brechas socioeconómicas, y facilitar la integración a pesar de diversificación de su composición, ya que puede estar conformado por hombres, mujeres, militares y civiles. En este sentido, la especificidad de las instituciones militares, intensifica el sentido de autorreferencia y de contraste con otros sectores, reconociendo que más allá de las diferencias, sus integrantes comparten una misma misión, una misma práctica. Una praxis común, proyectada fuera del círculo social, como dijo Lapassade, sólo es grupal, si quienes la efectúan, construyen las relaciones mediante un proceso contante de autogestión y autodeterminación que sirven a un propósito superior, que, en el caso de la guerra, es la defensa de la nación (1985, p. 251, 258).
En tercer lugar, estas características tienden en el presente a perder importancia en el desarrollo de la guerra por la diversificación de sus medios y métodos, típicos, por ejemplo, de la guerra irrestricta (Acuña; Barrero, 1999). La eliminación de límites, incluso morales, promueve un escenario de confrontación bélica desde diferentes dimensiones, distintos dominios, múltiples niveles e infinidad de medios. Por ello, lo militar no solo deja de ser el centro de gravedad de la guerra, sino también el sentido de lo colectivo, ya que un solo individuo puede atacar a su enemigo desde otro país, empleando un computador para afectar las redes de comunicaciones de una nación. No significa que la manera tradicional de dirigir la guerra a partir de grupos, independientemente de su tamaño sea completamente sustituida, pero el efecto de lo colectivo puede ser menor, dependiendo del escenario, privilegiando la acción individual.
Esta nueva forma de hacer la guerra modifica la percepción hacia el miedo y el odio de los que habló Keegan y el Espíritu de Cuerpo de Teitler, asociados a las formas tradicionales de hacer la guerra. La desafección de lo colectivo, la disminución de la letalidad, del riesgo a morir, de combatir con instrumentos no letales para alcanzar objetivos políticos, ideológicos y económicos, contrastan con la naturaleza de la guerra basada en el romanticismo de los principios, de los códigos, del sentido de nación, del orgullo por lo propio y la defensa de los intereses colectivos. Como una pintura abstracta, la palabra “mierda”, deja de ser expresión exclusiva de la dignidad de Cambronne y su grupo, y adquiere nuevos significados, nuevas formas de representación, nuevos imaginarios, delineando el marco, del último cuadro de la guerra.
TC(RA) Faiver Coronado Camero
Docente DEEST ESDEG.
REFERENCIAS
Acuña López, Luis Alberto; Barreno Ramírez, Alex Mauricio (1999). La guerra irrestricta; guerra de cuarta generación. Revista de Ciencias de Seguridad y Defensa, (3), 20.
Hugo, Víctor (1862). Los Miserables. Bogotá: Oveja Negra.
Keegan, John (2013). El rostro de la batalla. Madrid: Turner Publicaciones S.L.
Lapassade, Georges (1985). Grupos, organizaciones e Instituciones. México D.F, México. Ediciones Gedisa S.A.
Teitler, Gerke (1977). The Genesis of the Professionnal Officers Corps. Sage: Beverly Hills