Muchos podrían pensar que no, pero la realidad es que la palabra tiene un inmenso poder. El presidente de la República, durante su mandato y a lo largo de su carrera pública y política, ha demostrado ser irresponsable en el manejo de su discurso. No comprende que sus palabras resuenan con profunda intensidad en los oídos de sus seguidores. Esta irresponsabilidad en sus declaraciones alimenta ideas malévolas en los líderes de grupos al margen de la ley, los impulsa a actuar y aviva la maldad que habita en ellos.
Un análisis más profundo revela que lo ocurrido con Miguel marca un antes y un después en esta campaña electoral. A partir de ahora, todos los candidatos, ya sean de izquierda, derecha o centro, sentirán temor al subir a la tarima y ejercer su campaña política libremente. Este contexto también sugiere la posibilidad de que se instale una lucha violenta basada en ideologías, donde el riesgo se extienda a todos aquellos que aspiren a convertirse en el próximo presidente de la República. El atentado contra Miguel no fue por ser hijo de la difunta Diana Turbay ni por ser nieto de un expresidente, sino exclusivamente por ser candidato presidencial y tener una visión democrática distinta.
Los jóvenes de hoy, que no vivieron el terror de los años 90, conocen la historia a través de relatos que buscan impedir que esos acontecimientos se repitan. Pero, ¿cuál es la diferencia entre su generación y la nuestra? En nuestra época, asesinaban a nuestros grandes protagonistas, y en la de ellos están haciendo lo mismo. El cambio social debe incluir necesariamente la no repetición; la diferencia entre quienes nacieron en la década de 1990 y nosotros, que vivimos el terror de aquellos años, es prácticamente inexistente. Hoy, toda la sociedad (niños, jóvenes, adultos y ancianos) está inmersa en este problema. La Colombia que vivió el flagelo y la barbarie ha fallado en su deber hacia las nuevas generaciones, transmitiéndoles un virus de violencia que ha mutado en inmensa crueldad.
¿Han notado que, a medida que se acerca el periodo electoral, surgen sucesos que afectan el sistema institucional? Una consulta popular con intenciones que trascienden los mandatos constitucionales, sumada al atentado contra un candidato presidencial, individualiza estas elecciones y las compara con las vividas hace 35 años. Es un retroceso alarmante, y entenderlo resulta complicado, ya que, aunque lo ocurrido nos conduce a recordar los homicidios de Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y otros, hoy existe un componente diferencial. En aquel entonces, los bandos estaban claramente definidos; ahora, no logramos discernir qué motivó el disparo en la cabeza de Miguel.
La polarización en Colombia es histórica y no concuerda con las lecciones aprendidas del pasado. Nuestra realidad debería ser distinta, pero, en antítesis a esta afirmación, lo que observamos es un Congreso y un presidente con visiones democráticas demasiado alejadas, excluyéndonos del camino hacia la unidad nacional. Es alarmante que nueve partidos políticos no reconozcan al presidente como garante en medio de una crisis institucional. Este nivel de desconfianza es insostenible; claramente, como nación, no vamos bien. Tenemos un presidente que enciende la llama del conflicto.
¿Estamos ante un punto de quiebre? ¿Es posible retomar un diálogo que nos permita llegar a consensos? Podríamos encontrar convergencia incluyendo como garantes a actores que no formen parte del proceso electoral, como el gobierno nacional y los sectores de oposición, y buscar dentro del marco jurídico a protagonistas confiables, como la iglesia y la Procuraduría. Necesitamos creatividad para forjar soluciones que fomenten la unidad. Aunque la confianza con el presidente se encuentra deteriorada, aún contamos con el Estado; quizás ahí podríamos encontrar una oportunidad.
La incertidumbre en Colombia es tal, que en el debate público ha surgido una pregunta inquietante: ¿habrá elecciones el próximo 26 de mayo? Esta simple duda es profundamente preocupante; de hecho, no deberíamos siquiera estar planteando esa cuestión.
El nerviosismo por el atentado al precandidato es palpable, y se intensificará considerablemente si Miguel no logra sobrevivir. No es lo que deseamos, pero desafortunadamente, es una posibilidad real. Según el comunicado de la Fundación Santa Fe, donde recibe atención médica, su estado es crítico. En estos momentos, él lucha por su vida, y muchos corazones están desgarrados. Todos esperamos que en esa batalla Miguel salga victorioso y que no se materialicen las malintencionadas voluntades que desean verlo partir.
Lamentablemente, ninguna de las reflexiones jurídicas, éticas y morales que hemos desarrollado a lo largo de varias décadas ha surtido efecto. Creíamos que conocer nuestra historia nos liberaría de repetirla, pero eso no ha sucedido. La búsqueda de la verdad y la reparación tampoco ha dado resultados. Seguimos siendo casi la misma sociedad y estamos siendo injustos con nuestros hijos y nietos; ellos no merecen vivir lo que nosotros vivimos. El compromiso con estas reflexiones trasciende los diferentes conceptos de visiones democráticas. Debe ser una comprensión mucho más profunda, porque es lo que nos constituye como nación. La Constitución del 91 lo establece de manera clara; la unidad en nuestras diferencias debe ser imperativa y no promoviendo bombas, combates o asesinatos de quienes piensan democráticamente de manera diferente.
Es fundamental comenzar a sanar las diferencias desde un espacio no confrontacional, sino a través de una conversación sana, democrática, respetuosa y solidaria. Debemos reflexionar sobre cómo se abordarán las próximas campañas políticas y cómo se gestionarán los escenarios políticos futuros con acciones sensatas y palpables, porque esa es la única manera de recuperar la confianza.
Luis Antonio Gómez Peñalver