EL MAR DE LO SARGAZSOS Y LA PLANIFICACIÓN TERRITORIAL

Desde tiempos inmemorables se ha escrito acerca del mar de los Sargazos, una región del océano Atlántico septentrional que se caracteriza por sus aguas relativamente calmas y la presencia de numerosas algas del género Sargassum, que le dan su nombre. Cristóbal Colón escribió sobre la presencia de algas marinas escondidas en aguas poco profundas que podrían hacerlos encallar, así como la falta de viento que temía que los atrapara. Muchos han sido los navegantes que han perecido en este espacio del océano, uno de los más famosos fue Donald Crowhurst, quien terminó a la deriva, deteriorado física y psicológicamente, y con su bitácora de viaje llena de especulaciones metafísicas y comentarios delirantes al mejor estilo de los grandes novelistas.

En la planificación territorial colombiana, su ejercicio cíclico cada cuatro años arrastra a las administraciones municipales y departamentales hacia el mar de los Sargazos. A un cuerpo flotante lleno de los proyectos y programas priorizados por los vientos de las promesas, pero condenados al aplazamiento eterno en medio del madejo de las algas de las excusas presupuestales y los improvisados ejercicios de jerarquización. Y, en consecuencia, yacen extraviados en los anaqueles regionales, arrastrados por las buenas intenciones, condenados a morir en la superficialidad centrifuga de los contracréditos y aplazamientos presupuestales. No dejan de ser unos planes, que, como objetos de obligatoria adquisición, solo adornan los discursos y las aspiraciones motrices de los líderes de comunidades sedientas de realizaciones. Dentro de las obras o inversiones del mar de los Sargazos de La Guajira, merecen capítulo especial sus famosas obras estratégicas: (i) distritos de riego de Ranchería y San Juan; (ii) construcción de la vía de la soberanía en la Alta Guajira; (iii) Sistema de tratamiento de aguas residuales de Riohacha; (iv) Construcción de la vía Tomarrazón-Distracción; (v) Construcción de la marina de Riohacha, etc.

Al mar de los Sargazos, ya sea por el impulso de los vientos del norte o por capricho de los somnolientes vientos Alisios, también llegan los anhelos de las obras inconclusas, que, a prurito del ruego, atracan en la “calma chicha” en búsqueda del faro de la nueva esperanza que las reanime y le den funcionalidad. Y así, contrariando las leyes de la física, flotan en el colchón pelágico obras revestidas por el concreto de la corrupción, tales como: acueductos, terminales de transporte, canchas polifuncionales, piscinas con olas, centros recreacionales, parques lineales, puentes en el desierto, carreteables pavimentados a medias, escuelas y hospitales de II y III nivel.

El sargazo de la planificación es un alga que forma grandes conjuntos enmarañados, que se mantienen a flote por medio de vejigas llenas del gas de los CONPES, OCAD, PDET, FONDEG y convenios de cooperación. Además, es una masa amorfa y biológicamente activa que se extienden hasta el horizonte del tiempo gracias a la insistente terquedad de unos planificadores, capaces de revivir en el papel a cualquier criatura oceánica, al mejor estilo de Melville.

Tal como en el Universo alternativo (Chandler) en los sargazos de la planificación se descubren muchos proyectos e iniciativas que «han atravesado una barrera dimensional» capaces de hundir cualquier buque que desee impulsar el desarrollo de la periferia colombiana.

En conclusión, los planes de desarrollo territorial, siguiendo la idea de Charles Hoy Forts, deben dejar un mar de sargazos donde van las cosas extraviadas en la memoria por causa de la inacción, la falta de gestión y la ineficiencia. Y en especial para La Guajira, los ejercicios de planificación deben dejarse llevar por el fenómeno de surgencia que aproveche el movimiento de aguas profundas hacia la superficie, para aprovechar sus nutrientes gracias a la interacción de los vientos de cambio, las corrientes marinas que atraen las nuevas ideas, la temperatura de las aguas de las nuevas administraciones y la rotación de la Tierra de las oportunidades y del colorido desierto.

 

Arcesio Romero Pérez

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