PABLO MORILLO NO ERA AMIGO DE LISONJAS

Mañana lunes 24 de febrero se conmemoran 209 años del fusilamiento de los principales líderes de la gesta independentista de Cartagena de Indias; no solo referida al 11 de noviembre de 1811, sino a los acontecimientos del 14 de junio de 1810, cuándo se configuró el primer acto político de verdadera insurgencia separatista del Reino de España, al ser depuesto, por el Cabildo de Cartagena, el gobernador español Francisco Montes e Ipso Facto, embarcado con su familia rumbo a la madre patria. El cadalso estaba situado, muy probablemente, dónde hoy se encuentra el Obelisco del Parque del Centenario; otros testigos de la época e historiadores también señalan al desaparecido Baluarte de San Pedro Apóstol, situado a 50 metros de la actual Torre del Reloj o diagonal al “palito de caucho”, el sitio alterno dónde se adelantaron los fusilamientos.

Aquí la lista de próceres fusilados: José María García de Toledo, Miguel Granados, Antonio José de Ayos, Manuel del Castillo Rada, Manuel de Anguiano, Santiago Stuart, Martín Amador, Pantaleón Ribón y José María Portocarrero.

Habían pasado, de momento, los oscuros días del terror, una barbarie que se desencadenó a partir del 6 de diciembre de 1815 al entrar el ejército del Pacificador a una Cartagena rendida por hambre y enfermedades, pero nunca doblegada ni vencida. El genocidio no sólo ha de atribuírsele a Morillo y las tropas peninsulares de la reconquista, sino en gran medida a Francisco Tomás Morales y su ejército realista de pardos y negros venezolanos que acabó con un pueblo entero, degollando a 400 nativos de Bocachica y decapitando a los leprosos del Neprocomio de Caño de Loro. Las ejecuciones sumarias eran parte del paisaje terrorífico y desolador de la ciudad en aquel diciembre lúgubre e inicios de un nuevo año.

Aquí la lista corta de otros próceres fusilados en la Plaza de la Merced: hermanos José y Valerio Pretelt, Clemente Carreazo, Pedro Antonio García, Tomás de León, Manuel Martínez, Francisco Mendoza, José de los Santos Surmay y muchos otros.

Sin contar con los muertos del ejército de Morillo, el sitio de Cartagena, incluyendo la resistencia de las provincias aliadas del caribe colombiano, costaron un poco más de nueve mil Almas.

A inicios de mayo de 1816 entraba Morillo a Santafé de Bogotá.

Los santafereños de entonces, tan proclives a la coba y a la adulación lisonjera, comportamiento que aún sobrevive en algunos genes del altiplano cundiboyacense, habían preparado una entrada triunfal al sitiador Morillo, con multitud de arcos, banderas españolas, carros con comparsas, cortinas de Damasco y flores en todos los edificios, exponiendo a unas respetables, hermosas y frágiles Damas, de la más alta y rancia aristocracia bogotana, en sus cabalgaduras de pura sangre árabe delicadamente enjaezadas, como un bello e irresistible comité de recepción.

A medida que las tropas de Morillo ingresaban raudas a Santafé, con el Teniente General camuflado y fastidiado, la cohorte de Damas y Señoritos bogotanos preguntaban, sin respuesta alguna, con nerviosa insistencia: ¿Nos podrán ustedes decir dónde hallaremos a vuestra Excelencia?

Pasado un día desde su llegada y más reposado, Pablo Morillo aceptó recibir en su mansión reservada en la helada Bogotá de entonces, a una comitiva de personajes que solicitaban, sumisamente, su atención.

Luego de hacerles pasar, enfundado en su uniforme militar y escuchadas las peticiones de atenciones protocolarias, El Pacificador les respondió: Señores, no extrañen ustedes mi proceder. Un General español no puede asociarse a la alegría, fingida o verdadera, de una capital, en cuyas calles temía yo que resbalase mi caballo en la sangre fresca aún, de los soldados de S.M, que en ellas hace pocos días cayeron a impulsos del plomo traidor de los insurgentes parapetados en vuestras casas.

Y la leyenda popular agregaría esta frase lapidaria del Teniente General: deberían ustedes tomar ejemplo y respetar, al menos, los muertos de Cartagena.  

Fin de las lisonjas.

Cartagena de Indias habría de esperar hasta el 10 de octubre de 1821, cuando con salvas de artillería al atardecer, despedían pacíficamente a gobernantes y militares españoles, reafirmando la libertad absoluta de la Plaza Fuerte y de la Patria.

 

Luis Eduardo Brochet Pineda

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