CONTRA-REVOLUCIÓN CONSERVADORA

Nos encontramos en la cúspide del poder local y global del progresismo cultural y el neo marxismo. La nueva izquierda, con la complacencia tácita, forzada y acomodada del centro liberal, avanza a tambor batiente en la conquista de su único objetivo real y vital: la conquista del poder absoluto y totalitario. La “batalla cultural” herramienta clara de la conquista real que es el poder parece haber terminado con la aniquilación de la cultura occidental judeocristiana y la imposición del materialismo cultural mercantilista de las redes sociales controladas y censuradas por los gestores de contenido, los “validadores” de verdades y los acomodos de los nuevos barones digitales capitalistas.

Frente a esta exitosa estrategia de décadas, fraguada en los hornos del marxismo cultural de Gramsci en los albores del comunismo italiano y forjada en el yunque siniestro de la escuela de Frankfurt y el neo marxismo post proletario de Marcuse y otros post modernos, que se ha convertido en la nueva religión secular de la tiranía de los “intelectuales” que controlan la universidad moderna a nivel global y la han transformado en el foro de la inquisición marxista, el adoctrinamiento fundamentalista y la clavija de la censura y la autocensura, se levanta, en la lógica perversa de que los extremos se surten recíprocamente, otra sombra siniestra de populismo autoritario desde la égida de falsos profetas demagogos y oportunistas que ocupan la derecha del espectro político para imponer sus delirios mesiánicos mediante, entre otras herramientas, el “wokismo” de derechas, remedio igual de perverso y peligroso al progresismo marxista hegemónico que busca combatir.

En este dramático escenario de extremos, acelerado al infinito por la dinámica perversa del algoritmo, el nuevo conservatismo aporta el poder y el peso de su talante centenario para imponer muchos de sus atributos redentores.

Los primeros a resaltar ya encabezaban con fuerza en el programa conservador de Caro y Ospina de 1849 y se mantienen vigentes y necesarios frente a los afanes tiránicos de nuestro drogadicto presidente: El orden constitucional contra la dictadura y La legalidad contra las vías de hecho.

Pero muchos otros atributos del talante conservador son indispensables en la hora: ser reflexivo y no impulsivo, preferir el equilibrio y la ecuanimidad al extremismo, mantenerse escéptico frente a la naturaleza humana y el rol del estado y las políticas públicas, preservar las tradiciones e instituciones que funcionan y asimilar y anticipar los cambios con pausa y sentido práctico, no sucumbir al materialismo utilitarista y preferir el derrotero ético y moral para guiar el desarrollo de la sociedad, reconocer el valor enorme de la experiencia acumulada reflejada en la sociedad, su cultura y sus valores y entender la naturaleza imperfecta del ser humano sin negar su enorme potencial para mejorar y resolver sus problemas a través del ingenio. El conservatismo impone pausa, reclama la lectura, el cultivo y respeto de la cultura frente al infierno de la imagen impuesta por el algoritmo controlado y censurador. Añora el ejercicio de la libertad racional y responsable frente a la anarquía hedonista y consumista del universo digital renovado de manera incesante y diaria para alimentar las arcas de los generadores de contenido y sus matrices sociales.

Y el conservador debe rechazar la visión hegeliana del estado como producto supuestamente superior e inefable de la sociedad, reconociendo la necesidad el mismo solo como un instrumento del consenso social, sometido a los valores centenarios o milenarios y limitado a sus funciones esenciales y prioritarias como única forma de evitar su desborde, su ineficiencia y su secuestro por las élites del poder.

Pero la nueva derecha y el conservatismo también aportan una causa más que clara: salvar a la sociedad occidental del colapso que promete y busca el marxismo cultural como herramienta para la conquista del poder político. Esta causa se traduce en objetivos concretos:

Libertad de expresión: Luchar contra la censura y la cultura de la cancelación que Marcuse justificó como «tolerancia liberadora» y que hoy impone una hegemonía cultural a través de la censura y el direccionamiento digital.

Meritocracia: Defender un sistema donde el esfuerzo y el talento sean recompensados, no las identidades colectivas. Las políticas públicas deben garantizar que todos los ciudadanos, independientemente de su sexo, orientación sexual o raza, tengan igual acceso a la educación, el empleo y la participación política, eliminando barreras estructurales como el nepotismo, el clientelismo o la corrupción. El éxito debe depender exclusivamente del mérito, el esfuerzo y la capacidad individual. Las cuotas obligatorias, los favoritismos o las políticas de igualdad de resultados no solo socavan la libertad personal, sino que también erosionan la meritocracia, que es el verdadero motor del progreso individual y colectivo y conducen a la discriminación inversa, donde personas más calificadas son desplazadas en favor de otras menos preparadas, lo que perjudica tanto a individuos como a instituciones. Esto no empodera a los grupos minoritarios, sino que perpetúa la idea de que necesitan privilegios especiales para triunfar, debilitando su legitimidad y autoestima. La verdadera igualdad se logra cuando todos compiten en condiciones justas, no cuando se manipulan los resultados para cumplir con agendas políticas.

Protección de la Familia y la comunidad: Reafirmar su rol como pilares de una sociedad sana, frente a la obsesión estatista de la izquierda. Desde una perspectiva libertaria, liberal clásica y de conservatismo moderno, la libertad individual es sagrada. Las decisiones personales, como la orientación sexual, deben ser respetadas siempre que no vulneren los derechos de otros. Sin embargo, el movimiento LGTBIQ+ no representa necesariamente a todas las personas con orientaciones sexuales no heterosexuales, y sus agendas no deben imponerse a la sociedad mediante coerción legal o presión social. La libertad individual incluye el derecho a disentir, y forzar la aceptación de ciertas creencias socava la libertad de pensamiento y expresión, pilares de una sociedad libre. La introducción de conceptos como la ideología de género en la educación primaria y secundaria, sin el consentimiento de los padres, constituye una violación de la autonomía familiar. Los padres tienen el derecho primordial de inculcar sus valores y creencias a sus hijos, especialmente antes de la mayoría de edad, como lo reconoce la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Artículo 26.3). Imponer agendas externas, ya sea por mandato estatal o por presión de grupos activistas, es un ataque directo a la libertad individual y a la patria potestad.

Educación de valores y calidad: Rescatar las aulas del adoctrinamiento y devolverles el valor del pensamiento racional e independiente. La educación debe centrarse en conocimientos en la comprensión lectora, el dominio de la lógica y la matemática y el desarrollo de habilidades emocionales y sociales que promuevan la cultura del éxito y el emprendimiento dentro de una robusta formación de valores y con espacio amplio para la formación espiritual.

Economía libre: Proteger el mercado como motor de prosperidad, contra las promesas vacías del socialismo.

La protección de ecología y el desarrollo sostenible son fines equivalentes y viables en conjunto. No debemos depredar el medio ambiente, sino promover una convivencia razonable que permita la explotación de los recursos naturales necesarios para conseguir un desarrollo económico lo más rápido posible que permita obtener mejor tecnología para lograr en el medio y largo plazo prácticas cada vez más sostenibles y menos invasivas al medio ambiente. La única vía es el desarrollo que es igual a más tecnología lo que es, a su vez igual, la vía para la reducción de costos y reducción radical del impacto ambiental.

Este no es un conservatismo estático. La nueva derecha abraza el cambio, pero lo canaliza con prudencia, asegurando que las transformaciones no destruyan lo que ha demostrado funcionar.

Esta contra-revolución conservadora no necesita armas; su fuerza está en las ideas y en la voluntad de no ceder.

Enrique Gómez Martínez

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